La siesta de los libros
La ciencia en España y el éxito de los sellos independientes en la feria del libro
Tarde tranquila y silenciosa, punteada solo por el leve zumbido de un ventilador cercano. Apoltronado en mi sillón de orejas, me identifico culposamente con los mismos placeres paleoburgueses que la voz poética de la Epístola moral a Fabio (Andrés Fernández de Andrada, edición de Dámaso Alonso; RAE, 2014) expresa en un estupendo terceto que considero una declaración de principios: “Un ángulo me basta entre mis lares, / un libro y un amigo, un sueño breve, / que no perturben deudas ni pesares”. Como no tengo amigos a mano, primero me adormilo en un sobresaltado remedo de siesta (en mi sueño se me aparecen siete vírgenes prudentes con el rostro de Rubalcaba y siete imprudentes sin rostro, pero con coleta y envueltas en la bandera republicana) y cuando despierto me dedico a trajinar en la pila de libros. Tras media hora de calas, encesto en mi subjetivo cajón de desechables Las mil y una historias de A. J. Fikry, de Gabrielle Zevin (Lumen), enésima entrega de ese sintomático y almibarado subgénero novelístico —típico de las postrimerías de la era Gutenberg— empeñado en “celebrar” nostálgicamente el libro, y que en este caso —como afirman con facundia los paratextos de la cubierta— está “destinada a todos aquellos que abren los libros para oler sus páginas y acarician el lomo cuando los dejan en la estantería” (¡puaj!). Mejor suerte corre Hotel Florida (Turner; a la venta el 25 de junio), un muy recomendable ensayo narrativo de Amanda Vaill en el que, a partir de la memoria personal (recuerdos, autobiografías, correspondencia, reportajes), se “reconstruye” la peripecia de tres famosas parejas —Ernest Hemingway y Martha Gellhorn, Robert Capa y Gerda Taro, Arturo Barea e Ilse Kulcsar— durante la guerra civil española. A pesar del ambicioso subtítulo del libro —‘Verdad, amor y muerte en la Guerra Civil’—, el relato muy bien documentado de Vaill, en el que Barea y su amante austriaca resultan los personajes más de fiar, ofrece una equilibrada perspectiva de aquellos “idealistas bajo las balas” (la expresión es de Paul Preston), mezcla de aventureros románticos en ruptura con las convenciones (también matrimoniales) y fervorosos militantes antifascistas que, con frecuencia, no permitían que la verdad les estropeara una buena crónica o una foto impactante. En cuanto a Barea (1897-1957), que en su posición de responsable de la censura de la prensa extranjera sirvió de enlace y apoyo a todos ellos (que a menudo socializaban en el hotel Florida de la plaza del Callao), su personaje es el que de modo más cabal simboliza la tragedia de la derrota y el exilio. Un buen libro que merece una buena película.
Final
Terminó por fin la larguísima Feria del Libro de Madrid, el último gran evento anual de la temporada libresca. Sus responsables han adelantado datos que, en el mejor de los casos, suponen un ligero incremento de las ventas respecto a las de 2013. En mis encuestas personales de estar por feria, que no pretendo rigurosas, me he encontrado de todo: desde editores independientes (como los de Contexto), que confiesan aumentos superiores al 25%, hasta libreros que han quedado por debajo de sus ventas del pasado año. Pero lo cierto es que el negocio sigue en perfil bajo. Y lo que es peor: algunos participantes comienzan a preguntarse si la feria —que en el corto plazo puede aliviar una cuenta de resultados negativa— no estará contribuyendo a afianzar la cada vez más evidente estacionalización (y excepcionalidad) de la compra de libros: Navidad, Sant Jordi y su octava, ferias de primavera e inicio del curso académico. El resto del año, las librerías a pie de calle siguen recibiendo pocas visitas y haciendo aún menos caja, como ha sucedido en el último cuatrimestre. Y como podría volver a pasar ahora, con el largo verano por delante y los libros durmiendo la siesta en las mesas de novedades. Por lo demás, los grandes grupos presentes en la feria siguen apostando sobre todo por los cada vez más precarios superventas del Nielsen: la consigna tácita de “¡concentrémonos en lo que ya se vende!” no contribuye precisamente a aumentar el atractivo de la feria. Eso en el mejor de los casos. En el peor, apuestan sin pudor por el rampante populismo del autor-espectáculo: mucha gente sigue acudiendo a la feria para ver más de cerca a esos famosos-por-nada televisivos, pero ahora adquiere menos libros firmados por ellos que hace años, cuando había más alegría económica y menos resistencia al capricho (en mercadotecnia, “impulso”). Estoy convencido de que no sólo lo mejor de la feria, sino también buena parte del escaso negocio que en ella se hace están basculando hacia los editores independientes que afirman con contundencia la personalidad de sus catálogos y hacia las librerías especializadas o las generalistas con oferta muy diferenciada de las grandes superficies clónicas. El resto es lo consabido con lo correspondiente repetido ad nauseam: y para eso no hace falta darse el paseo hasta el Retiro.
Ciencia
En 1928, Julio Rey Pastor (1888-1962), uno de los grandes matemáticos españoles del siglo XX, concedió a su joven admirador Ramiro Ledesma Ramos (1905-1936), también matemático (y periodista, y novelista) y quizás el más hitleriano de los ideólogos de la versión española del fascismo, una entrevista en la que atribuía la penuria de la ciencia española a que, entre nosotros, “el Renacimiento no floreció íntegramente (…). Fue un final, apoteósico, de la Edad Media, no un comienzo de la Edad Moderna, como sucedió en el resto de Europa. El espíritu del mismo Siglo de Oro se nutría aún de esencias medievales y está ausente de él ese aire de novedad y pujanza que informa el verdadero Renacimiento europeo”. Los matemáticos españoles del siglo XVI, de Rey Pastor, uno de esos libros que hacen imprescindible el catálogo de KRK, constituye el texto adaptado y aumentado de la lección que Rey Pastor impartió en la ceremonia inaugural del curso 1913-1914 en la Universidad de Oviedo, y en la que el científico logroñés examinaba con rigor y claridad la contribución de los matemáticos de la época de apogeo del imperio español (aritméticos, geómetras y algebristas) y analizaba las razones de la decadencia científica posterior. Por lo demás, en la introducción a su discurso puede rastrearse como clara referencia o sintomático eco su posición acerca de la célebre “polémica de la ciencia española”, que había enfrentado, a principios de la Restauración, a los modernos —más o menos cercanos al krausismo y a lo que sería la Institución Libre de Enseñanza, con Gumersindo de Azcárate como cabeza de fila— y a los tradicionalistas o “casticistas”, liderados por Marcelino Menéndez y Pelayo. En un extenso y documentado epílogo, Inmaculada Fernández Benito y Juan Ángel Canal Díez, responsables de esta edición, no sólo “ponen números” a las teorías de los matemáticos a los que se refiere Rey Pastor en su discurso, sino que repasan las posiciones de los diferentes protagonistas de la polémica de la ciencia española, un asunto sobre el que se discutió con pasión en los foros académicos y en la prensa durante la crisis intelectual del fin de siglo.
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