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L’Aquila, música para una ciudad herida

El japonés Shigeru Ban logró levantar un auditorio de tubos de cartón piedra que aún funciona sobre los escombros de la localidad italiana golpeada en 2009 por un terremoto

Didier Boy de la Tour

Hay dos maneras de viajar desde Roma hasta el auditorio que el arquitecto japonés Shigeru Ban diseñó a las afueras de la localidad de L’Aquila tras el terremoto que el 6 de abril de 2009 golpeó la capital de los Abruzos causando la muerte de 308 personas, hiriendo a 1.500 y provocando la evacuación de 65.000 de los 73.000 vecinos. La más rápida es colocar la dirección del auditorio en el navegador del coche para averiguar sin más preámbulos qué fue del único proyecto construido en Italia por el último premio Pritzker. La otra es acercarse primero al casco histórico de L’Aquila y comprobar el estado de la reconstrucción de la ciudad cinco años después de aquel seísmo de 6,3 grados de magnitud. Solo si se elige esta segunda opción se puede comprender hasta qué punto fue importante —y lo sigue siendo todavía— que un auditorio hecho de imaginación y tubos de cartón se levantase sobre un mar de escombros, corrupción y burocracia. Esta es la historia, a ratos rocambolesca, de cómo Shigeru Ban y un embajador japonés tozudo lograron que en L’Aquila no parase la música.

“La verdad es que la acústica es estupenda”, reconoce en voz baja el profesor Danilo Di Paolonicola mientras Roberta Fischetti, una de sus alumnas de acordeón, ejecuta su concierto de final de curso sobre el escenario del L’Aquila Temporary Concert Hall (LTCH), el auditorio diseñado por Shigeru Ban, financiado casi en su totalidad —620.000 euros— por Japón e inaugurado el 7 de mayo de 2011 junto al también provisional conservatorio de música Alfredo Casella. El profesor Di Paolonicola y sus alumnos disfrutaban la pasada semana de la buena conservación de una sala de conciertos elíptica, elegante por su simplicidad, construida en diagonal sobre un cuadrado de 25 metros de lado, coronada por una pirámide plana y sostenida por 44 columnas. Un edificio que ocupa en su totalidad una superficie de 700 metros cuadrados donde la discreción del acero, la madera clara y el cartón pretensado ceden todo el protagonismo a una cortina roja, que cae del techo al suelo y que abraza la sala de conciertos, como queriendo proteger la música del ruido de las grúas que allá abajo, en la ciudad, luchan impotentes contra las secuelas del terremoto.

Didier Boy de la Tour

Pero no solo. Shigeru Ban, que ya era un arquitecto famoso por acudir en auxilio de las ciudades heridas cuando recibió el encargo de construir el auditorio de L’Aquila, sufrió en carne propia la desesperante —y a ratos delictiva— inoperancia de la burocracia italiana, en especial bajo los Gobiernos de Silvio Berlusconi. En una entrevista con el sitio web de la revista Doppiozero, el arquitecto japonés contó entonces su estupefacción al darse cuenta de que la contraparte italiana en el reto de construir el auditorio —principalmente el Ayuntamiento de L’Aquila y Protección Civil— torpedearon una y otra vez el proyecto, a pesar de que ya había sido sufragado por el Gobierno japonés. “Tuve muchas reuniones con el alcalde y la dirección de Protección Civil”, recordaba Shigeru Ban, “para discutir del uso de tubos de cartón. Me decían que sus ingenieros no los consideraban seguros. Cuando les demostré, enseñándoles obras mías anteriores, que sí, zanjaron el asunto diciéndome simplemente que en Italia no estaba permitido. Antes ya me habían permitido usar un techo de acero que encontré abandonado junto a una carretera [las ruinas de una estación de un tranvía que en el pasado el Ayuntamiento había intentado construir sin licencia], pero luego me dijeron también que no. Con tal de que el proyecto fuese adelante, acepté renunciar a la estructura de cartón. Desde aquel momento, ya no aceptaron reunirse conmigo nunca más”.

El último premio Pritzker, Shigeru Ban, levantó su proyecto

Para entonces, el arquitecto japonés ya había comprendido dos cosas fundamentales para sobrevivir en Italia: que debía de armarse de paciencia —“la distancia más corta entre dos puntos es el arabesco”, decía Ennio Flaiano—, y que la única posibilidad de derribar el muro de la burocracia es recurrir a los favores de un amigo importante. En este caso fue el embajador de Japón el que batalló para que el proyecto renaciese, no sin incontables zancadillas: “Me enteré por un periodista que las obras se habían paralizado indefinidamente sin que nadie me hubiese avisado. Luego, que habían bajado el techo, algo que yo no podía permitir de ninguna manera porque se resentiría la acústica del auditorio. Pero no me hacían caso. Luego pidieron 150.000 euros más por reformar de nuevo un proyecto que ellos mismos habían alterado. He trabajado en todo el mundo, incluso acababa de hacerlo en Haití, pero jamás me había sucedido algo así”.

La explicación a todo aquel desbarajuste sin sentido vino después, cuando los políticos de entonces y sus sucesores fueron cayendo en cascada acusados de corrupción en las obras de reconstrucción de una ciudad. Afortunadamente, el auditorio de Shigeru Ban se salvó de la quema y el resultado se puede disfrutar cada semana. Según el profesor Giandomenico Piermarini, director del conservatorio Alfredo Casella, los casi 900 alumnos del centro “disfrutan de una acústica fantástica y de un auditorio que, si no grandísimo, si es óptimo para un uso continuado, para mantener una tradición musical muy fuerte aquí y que de otra manera, sin esta arquitectura de emergencia, corría un peligro muy serio”.

El triunfo del esfuerzo sobre la desidia y la corrupción —tan buenas compañeras— se hace presente cada mañana y cada tarde tras la gran cortina roja de un auditorio de cartón. Sobre los escombros de L’Aquila y de tantos otros lugares del sur de Europa, el único contrapunto a la depresión de la economía es la esperanza de la cultura.

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