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CRÍTICA / ARTE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Terreno de lo abyecto

El trabajo de Tala Madani es, en parte, una cura de humildad para nuestra cultura

'Red Stripes with Stain', 2008.
'Red Stripes with Stain', 2008.

Es tentador hacer una lectura política de las obras de Tala Madani (Teherán, 1981). La autora, al fin y al cabo, se graduó en ciencia política antes de cursar Bellas Artes en Yale. La tentación arrecia porque a la vista de sus hombrecillos que construyen con sus excrementos un gran árbol de Navidad o siguen serviles a un trasero que no controla el esfínter, es inevitable acordarse de hipotecas y contratos-basura, de activos financieros que sólo eran desperdicios, de la corrupción, y de las actitudes que más que frenarla la utilizan como arma política.

Pero es sólo una tentación. Madani apunta más lejos. Con una pintura sencilla pero exacta, la autora elige adentrarse en el difícil terreno de lo abyecto. Lo abyecto, según Julia Kristeva, es aquello de lo que hay que deshacerse para llegar a ser un yo. El principal problema que plantea es que eso que hay que alejar (sudor, heces, orina) es íntimamente nuestro. El mismo afán de alejar algo tan próximo hace de lo abyecto tema del arte: los antiguos lo emplearon con intención moral; los surrealistas, para pensar la transgresión; los accionistas vieneses, como purificación del pasado nazi, y autores como Mike Kelley, para repensar la infancia.

Madani cambia la perspectiva y muestra sobre todo la cercanía de lo abyecto. Constituye nuestro interior (el personaje de uno de sus cuadros mantiene un animado coloquio con sus intestinos), marca los cuerpos (al hombrecillo de The Whole el ombligo se le ha convertido en ano) y se entremete en nobles proyectos, como ocurre con los nadadores inmersos en el lago de orina que lanza un desvergonzado y celestial Cupido.

Repensar lo abyecto permite acortar distancias entre alta y baja cultura. Madani emborrona sus figuras —inspiradas en una revista satírica azerí— con drippings a lo Jackson Pollock (Blackout) o compone con ellas un ridículo cancán con bandas de color al estilo de Morris Louis, pero también dirige su mirada a la imagen de masas y corroe el encanto de Peter y Jane, figuras infantiles encargadas a un dibujante chino como ilustraciones de un método para aprender inglés.

Su trabajo es en parte una cura de humildad para una cultura, la nuestra, que no ha logrado aún discernir qué dosis de narcisismo nutren sus más excelsas creaciones. De ahí, el sarcasmo de Retroproyección, donde un varón se introduce una potente linterna en la boca y lanza por el ano, en medio de un gran haz de luz, cacas geométricamente correctas, o ese otro caballero que bajo un gran foco, se empeña en meterse en un bocadillo de cómic, desesperado intento de hacer valer sus palabras: cuando lo consigue, el globo estalla. Pero también apunta al sadomasoquismo de nuestra cultura: se advierte en sus animaciones (tan potentes como sus pinturas): los dos murmuradores de Chácharas no hablan sino vomitan y el Apuñalador de ojos se destroza con tal de aniquilar su propia sensibilidad. Habrá quien encuentre dura la muestra, pero en ciertos momentos es preferible la cáustica a la estética.

Tala Madani. Retroproyección. Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. Avenida de los Descubrimientos, s/n, y avenida de Américo Vespucio, 2. Sevilla. Hasta el 24 de agosto

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