Estos toreros no ligan
Una buena corrida de toros para toreros a medio gas
Habría que preguntarles a Juan del Álamo y Antonio Nazaré si han ligado alguna vez; o, mejor, si saben lo que es ligar, porque a lo peor se jubilan vestidos de luces sin alcanzar el significado de tan importante verbo en el toreo.
Desde luego, lo que han dicho en la Maestranza es que lo desconocen, porque, en caso contrario, ambos hubieran alcanzado un triunfo de época. Lo que puede dar de sí un verbo… Pues, sí señor. Ligar en el ruedo —no parece que sea necesaria tal explicación—, no se refiere a entablar relaciones amorosas, que no es el toro una idílica pareja de baile; ligar es ejecutar los pases sin interrupción y unirlos en tandas largas y palpitantes. Sin ligazón—este es el sustantivo más torero— no es posible la emoción, y sin esta, ya se sabe, no tiene sentido el triunfo.
Otra vez, porque no es la primera, Antonio Nazaré se encontró en la Maestranza con un toro de bandera, el cuarto de la tarde —el primero había sido un marmolillo—, rebosante de nobleza y templanza. Y Antonio, que es un buen torero, dibujó pases de buen trazo y derramó gotas de miel por los labios del público, Pero no ligó tandas preñadas de pasión, no se rompió con el toro, lo hizo bonito, pero no estalló, y, al final, una historia de amor que se presentía maravillosa, murió desgraciada. Era un toro de dos orejas, y el triunfo quedó reducido a una ovación. No tiene perdón este buen torero; que alguien le enseñe a ligar y a romperse. De lo contrario, nunca alcanzará el clímax que toda ligazón persigue.
Compañero del mismo aula parece Juan del Álamo, un torerazo que el pasado año demostró en Madrid que quiere ser figura. Debutaba como matador en Sevilla, y encandiló a los pocos sabios que quedan en los tendidos meciendo los brazos con garbo en las verónicas con las que recibió a su primero. Se ajustó, después, en un quite por chicuelinas, brindó al respetable y se esperaba pelea de postín entre un torero cabal y un toro de encastada nobleza. Muy dispuesto y templado inició la faena, y cerró la primera tanda con un pase de pecho eterno de pitón a rabo. Poderoso, valiente, enrabietado con el triunfo… Pero también demostró que no sabe lo que es ligar. Le pudo la aceleración, le faltó reposo; tres naturales grandes y una preciosa trincherilla, otro dos más, pero no se gustó, ni se sintió, y llegó el desencanto. Hubo buen toreo, pero no esa tanda maciza, que descoyunta el cuerpo y el alma del torero, del toro y del público. Y tampoco estuvo a altura del quinto, otro bueno que se rajó a mitad de faena, aburrido, quizá, de su torero aparentemente conformista. Que no olvide Del Álamo que la suya ha sido una oportunidad de esas que se pierden y no vuelven. Otro animal como ese segundo, que derrochaba calidad de toro bravo, no se le volverá a aparecer en la Maestranza.
Y no se le pueden negar las buenas intenciones a Diego Silveti, pero su concepción torera dista mucho de llegar al corazón de los tendidos. Al menos, eso se constató ayer. Su primero era muy soso, pero no menos que el propio torero; y el sexto iba y venía con nobleza y tras un ilusionante pase cambiado por la espalda con el que inició su labor todo se desmoronó como un azucarillo. Por cierto, Silveti, para no ser menos, tampoco ligó. En una palabra, una buena corrida de toros para toreros a medio gas.
Entre la autoridad y los toreros hubo ayer un olvido imperdonable: se cumplían 22 años de la muerte en esta plaza de un torero llamado Manolo Montoliú. Lamentablemente, no se guardó el preceptivo minuto de silencio, como recuerdo y homenaje. Era el año 1992, viernes de feria, y el primero de la tarde le partió el corazón en el encuentro de un par de banderillas. Descanse en paz.
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