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universos paralelos
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El misterio del amor persa

Diego A. Manrique
El músico Holger Czukay.
El músico Holger Czukay.

Descubrí Persian love, de Holger Czukay, en un elepé de 1979 que el jovial bajista de Can denominó Movies, es decir, Películas. Un tema totémico para mí, que desde entonces no he dejado de pinchar en todos los programas de radio que he presentado. Siempre racionado: la intuición me sugiere que no conviene desgastar las joyas raras. Eh, tampoco jugué a la exclusividad: en días preInternet, lo copié para desconocidos que decían necesitarlo como sintonía radiofónica o para ambientar un cortometraje.

Persian love es todo un hito en la apropiación de músicas ajenas y en la prehistoria del sampleo (cuando la manipulación de cintas se hacía con tijera y cello adhesivo). Había precedentes, en los laboratorios de los compositores contemporáneos o en el estudio jamaicano de Lee Perry, pero Czukay trabajó a partir de una grabación iraní captada con su radio de onda corta, sincronizando luego sus aportaciones instrumentales con las voces persas. Suena orgánico, aunque sea un falso encuentro.

Hay respeto… e intimidad. Fascina desde la primera escucha: sobre un lecho de teclados, despega una voz masculina que va ascendiendo en intensidad hasta alcanzar el éxtasis; responde una sensual cantante. Suena lejano un instrumento oriental, todo puntuado por filigranas de la guitarra de Czukay, acelerada hasta que parece africana; pasa una impávida ráfaga de Bach.

Carátula de 'Persian love'.
Carátula de 'Persian love'.

Los chicos listos pusieron la oreja. Pudo ser sincronicidad pero hacia 1979 usaron similares técnicas aquellos francotiradores de Sheffield llamados Cabaret Voltaire y, más visiblemente, David Bowie y Talking Heads: en Lodger estaba Yassasin, un raro reggae turco; en Fear of music, piezas anticipatorias como I, Zimbra o Drugs.

Detrás de ambos elepés estaba Brian Eno, que exploraría a fondo ese territorio con David Byrne en el formidable My life in the bush of ghost (1981).Y luego, el diluvio. La tecnología digital facilitó el sampleo; la world music nos saturaría de mixturas.

Sin embargo, el papel pionero de Holger Czukay apenas fue reconocido; su Movies desapareció del mercado y tardó en ser reeditado. Y persistía el misterio sobre la grabación que sirvió de base. ¿Cómo es que la discográfica original no reivindicó sus derechos?

Tengo una sospecha: no había discográfica. Lo que Czukay captó era seguramente un fragmento de una serie de programas que emitió la Radio Nacional iraní a partir de 1956, conocidos conjuntamente como Golha-ye Javidan, o Flores de la poesía y la canción persas.

Los Golha fueron un poderoso instrumento de conservación y difusión de la cultura clásica iraní: trenzaban comentarios eruditos con recitados y piezas musicales. Se contó con los mejores compositores, cantantes e instrumentistas, reforzados por académicos e historiadores. Obviamente, había detrás una intención política: el sha Reza Pahlevi invocaba las añejas glorias persas.

En 1979 llegó Jomeini y mandó parar. Odiaba la música, punto.

Hagamos una elipsis piadosa. En 1979 llegó Jomeini y mandó parar. Odiaba la música, punto. Las mujeres no podían cantar en público. Y basta de evocar a poetas persas, que aquellos eran tiempos de herejías y / o relajamiento moral. Buena parte de los creadores de los Golha emigraron o se retiraron. Una diva como Hayedeh murió prematuramente en San Francisco. Algunos veteranos languidecen en Teherán: hay conmovedoras grabaciones clandestinas de Golpa (Akbar Golpayegani) y Ali Rostamian cantando en un patio ante admiradores jóvenes, como si fuera una reunión de cabales flamencos.

El tenaz exilio iraní lleva décadas reconstruyendo la cultura que barrieron los ayatolás. Subrepticiamente, se recuperaron muchas grabaciones de los Golha, antes de que algún barbudo decidiera eliminarlos.

Los programas rescatados ahora se difunden por la Red. Están disponibles en emisoras online, se venden en compactos; llegaron a comercializar un iPod que aseguraba contener mil horas de grabaciones. Su catalogación y digitalización corre a cargo de instituciones como la British Library, que financia la fantástica labor de la estudiosa Jane Lewishon. Ocasionalmente, encuentras grabaciones de Golha en fundaciones monárquicas, que también quieren venderte libros costosos sobre la emperatriz Farah Diba. Y hasta ahí no llego.

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