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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Escuchas

El premio Pulitzer para 'The Guardian' y 'Washington Post' es una prolongación del agradecimiento general a las revelaciones de Edward Snowden

David Trueba

Hace unas semanas, la publicación de Internet Pop Bitch, que recoge aportaciones de particulares, dejó caer que algunos de los profesionales que se dedican a las escuchas del espionaje británico escriben a veces un mensaje curioso a sus amigos íntimos. Se limitan a transcribir la letra de la canción que en ese momento están escuchando. Esta sensación de transparencia en la corriente de comunicación en la que vivimos puede que esté alcanzando rango de paranoia, pero ejemplifica que vivimos tras muros de cristal. Las cámaras en la calle, la recolección de datos personales, los errores informáticos masivos que han permitido, en un episodio reciente, que las contraseñas de miles de usuarios quedaran al descubierto, forman un panorama sorprendente.

El premio Pulitzer para The Guardian y Washington Post es una prolongación del agradecimiento general a las revelaciones de Edward Snowden. No porque vayan a tener una consecuencia directa sobre nuestras vidas, sino porque contribuyen a sacarnos levemente de la oscuridad en torno al mundo en el que vivimos. Aunque algunos puristas y exagerados ya piden para el informático que abandonó el servicio de espionaje nada menos que el Nobel de la Paz, tampoco parece probable que entre Estados pueda despreciarse la labor del espionaje sin renunciar a la defensa. Ayer, el Gobierno británico nombró nuevo jefe de escuchas mientras niega aclaraciones sobre el caso Snowden por razones de seguridad. De la misma manera que los ciudadanos no parecen dispuestos a racionar el uso de los avances tecnológicos que facilitan su vagabundeo por el inmenso océano digital en aras de su propia privacidad.

Nace quizá un nuevo ámbito de desconfianza. Parecido a un estado de clandestinidad, donde los protagonistas adoptan personalidades ficticias y protegen cada paso con comprobaciones que les garanticen que nadie les sigue ni les tiende una emboscada. El camino de ida ha consistido en entregarnos al intercambio de información y participar alegremente de nuestra conversión en paparazi de nosotros mismos bajo la tentación de que tras las redes sociales se esconde la tierra prometida. Puede que el camino de vuelta consista en la reinvención de la privacidad, el anonimato y la discreción. O puede que no haya vuelta atrás.

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