El Palazzo Grassi se abre a la fotografía de Irving Penn
Esta es la primera gran retrospectiva que se dedica a este maestro de estudio y de la composición, firma de 'Vogue'
Es la primera vez que el multimillonario francés François Pinault, dueño de la casa de subastas Christie’s y uno de los mayores coleccionistas de arte actuales, revela su pasión por la fotografía. Y quizás no sea del todo casual que lo haga con uno de los más grandes, tan conocido por su trabajo como misterioso y reservado en su vida, el estadounidense Irving Penn (1917-2009). Maestro del estudio y de la composición, retrataba con la misma dedicación a los grandes de su tiempo, como esa célebre imagen de Picasso con la mirada enmarcada entre la solapa del sombrero y el cuello de su abrigo, las naturalezas muertas o sus famosas colillas. Se trata de la primera gran retrospectiva desde la muerte del gran fotógrafo de la revista Vogue hace cinco años.
En total, el Palazzo Grassi, el palacete veneciano del XVIII donde Pinault instaló su templo del arte en 2006 hastiado por la burocracia francesa, acoge 130 fotografías del artista en la exposición Irving Penn, Resonancia, hasta el 31 de diciembre. El grueso de la colección, que el empresario ha ido adquiriendo desde 2007, procede de los misteriosos fondos de la japonesa Kuniko Nomura, quien elaboró su colección con la participación del propio Penn en los ochenta. Incluye, algo inédito, decenas de internegativos —la muestra expone una veintena—, el paso intermedio entre el negativo y la impresión en platino, que tanto afeccionaba Penn y que constituyen los dos tercios de la exposición.
El retrato de su esposa y musa, la modelo Lisa Fonssagrives-Penn, en Woman With Roses, tomada en 1950, da la bienvenida a la retrospectiva, que cierra, como un guiño, una imagen casi similar. Pero en esta última estampa, aparece con el encuadre ampliado, revelando al visitante los secretos de fabricación: el ciclorama, esa tela oscura colocada de fondo que le permite descontextualizar del todo al sujeto, la iluminación y los cables. Resume en sí la intencionalidad de la exposición: más allá de recordar el talento indiscutible de Penn, mezclando sus imágenes más conocidas con sus más personales, indaga en la meticulosidad de su trabajo.
A lo largo del siglo XX, los avances tecnológicos liberan a los fotógrafos de la pesadez técnica y de los grandes formatos, permitiendo por ejemplo a Henri Cartier-Bresson echarse a la calle con su leica para captar el famoso “instante decisivo”. “Pero eso no es lo que buscaba Penn. Lo que le interesaba era componer su imagen en estudio, un poco como un pintor trabaja su lienzo”, explica Mathieu Humery, comisario de la exposición junto a Pierre Apraxine.
El fotógrafo reserva así el mismo tratamiento a las celebridades —ahí están sus míticos retratos de Truman Capote, de Jean Cocteau o las sublimes fotografías de las manos de Miles Davies—, las de los pequeños empleos –aquellas profesiones abocadas a la desaparición captadas en los 50—, sus retratos de las tribus de Nueva-Guinea o de África Occidental —a cuyos protagonistas encierra igualmente en su estudio portátil—, sus naturalezas muertas —con claras similitudes con la pintura flamenca y francesa del XVII, como ese insecto que se cuela en el primer plano— y sus series sobre las vanidades.
La gran particularidad de Penn será sobre todo su devoción por volver a la calidad del platino. “Para Penn, estaban por una parte las impresiones para la revista”, la mayoría en analógica tradicional en color para Vogue. “Luego, 20 o 30 años después, decidió reproducir esas imágenes para hacer obras de arte a parte entera. Y para él, que era un gran técnico, este proceso pasaba por el platino”, explica Humery. Para ello, a partir del negativo original, el fotógrafo produce un internegativo, en realidad un positivo ampliado al tamaño final de la fotografía e impreso en una película transparente. La muestra expone una veintena de ellos en un montaje a contraluz, en una suerte de sala oscura. “Son una reproducción en valores positivos que permiten al fotógrafo evaluar dónde va a aplicar el platino o el selenio”.
A partir de ahí, el artista trabaja su imagen dosificando detenidamente las escalas de grises, a la manera de un pintor que trabaja a partir de un esbozo. El conocido retrato de Picasso aparece así mucho más contrastado en su versión final. “El platino le permite a Penn transformar el retrato del pintor en uno casi abstracto del ojo de Picasso”, resume Humery. Mirando más detenidamente, el detalle de la impresión permite incluso discernir en el iris de esa mirada tan penetrante el reflejo de la luz del estudio de Penn y al propio fotógrafo. “Al final, acaba siendo casi un autorretrato de Penn en el ojo de Picasso”.
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