Todo lo que usted ‘no’ quiso saber sobre Yoko Ono
En 'Half-a-Wind Show' el Museo Guggenheim Bilbao repasa la trayectoria de la artista japonesa Yoko Ono ha basado su trabajo en la música, el lenguaje y la filosofía
Hay artistas sin aura y auras sin artista. Sin duda, Yoko Ono (Tokio, 1933) pertenece a estas últimas. ¿Qué otro autor ha sido capaz de sembrar su carrera con tantas capas de ingenuidad, melancolía, transgresión, humor y dosis de buena vida, más allá del mito del que fue su compañero y cómplice, John Lennon, y de los chismes y la misoginia que sobre su figura vomitaron los más cerriles beatlemaniacos? Yoko Ono no fue solo la viuda deplorada y masacrada, también fue la compañera del alma de la generación Fluxus y una de las presencias femeninas más penetrantes del siglo XX desde Marilyn Monroe. Todavía hoy, su rostro tipifica una época a través de la cual la compleja sociedad americana de prosperidad y guerras se mira como en un espejo.
Escurridiza y teatral, Yoko Ono llegó hace unos días a Bilbao con el despliegue mediático de una estrella de rock para presentar su retrospectiva en el Museo Guggenheim. Haber cumplido 80 años y seguir siendo un icono era un indicativo de que su reputación no podía ser menoscabada. Se la había mantenido al margen del mundo del arte de manera artificial, algo que ella misma se encargó de espectacularizar (“me desprecian, luego existo”). Con las declaraciones recientes de Paul McCartney —“Yoko Ono no separó a los Beatles”— había llegado el momento de levantar el embargo.
La exposición, que inició su periplo europeo en la Schirn Kunsthalle Frankfurt, se propone recapitular definitivamente su obra, o dicho de otra manera, salvar las simas entre el antes (desde 1955), durante (a partir de 1967) y después de Lennon (1980-2013). Pero por encima de su aura, la muestra permitirá que el gran público conozca lo que significó el (no)movimiento Fluxus, aquella “confederación anarcoartística” fundada en 1961 por el arquitecto y galerista lituano George Maciunas, que logró dar réplica al masculinizante mundo del pop art y el minimalismo, inaugurando muchos aspectos clave del arte conceptual, como la participación del espectador, la performatividad lingüística, la recuperación del ready made y la crítica institucional. “Todo fluye, todo es arte y cualquiera puede hacerlo”, proclamaban.
El público acudirá en tropel para conocer el sustrato de una artista plástica que lo fue solo de una manera tangencial
Fluxus procedía esencialmente de la experiencia del exilio de artivistas como Robert Fillou, Daniel Spoerri, Shigeko Kubota, George Brecht, La Monte Young o Nam June Paik, que en sus acciones buscaban alterar el culto al pintor asociado a la “gran cultura” y los discursos de identidad nacional por las prácticas grupales y transnacionales. La magia del objeto artístico aportada por los tradicionales marcos de exhibición fue reemplazada por una estética de la acumulación archivística, mezclando los códigos y convenciones que tabicaban el arte en todas sus disciplinas. A la manera de los dadaístas, pero sin su ansiedad cáustica, los fluxus simularon entornos institucionales, como The Store (1961), de Claes Oldenburg; la Fluxustienda (1965), de Maciunas, o la performance Morning Piece (1964), que sirvió a Yoko Ono para dar a conocer su libro Grapefruit (Pomelo), cuyos versos inspiraron la letra de Imagine, el Guernica de siete letras con el que Lennon se convirtió en un compositor tocado por Dios y por las masas. Aquellos acontecimientos, que se celebraban en las casas de los artistas o en el espacio público, reunían más artistas que espectadores. Cincuenta años después, parece que el público acudirá en tropel al Guggenheim (el poderoso marco institucional hace que esta retrospectiva sea muy poco fluxus) para conocer el sustrato de una artista plástica que lo fue solo de una manera tangencial: Ono envolvió el arte con una capa de poesía, o sencillamente lo pellizcó, como una pieza de sushi.
Las intenciones artísticas de Yoko Ono se resumen en conceptos como unidad, confianza en el ser humano y equilibrio. Basaba su trabajo en la música, el lenguaje y la filosofía (las únicas disciplinas a las que se sometió, siendo universitaria), utilizando todos los medios a su alcance: pinturas y objetos con instrucciones poéticas, películas, performances, fotografías, arte postal, creaciones sonoras y multimedia, agua y fuego.En la muestra se pueden ver sus primeras Pinturas para pisar (1961) —trozos de lienzo sin tensar, pintados con tinta japonesa y dispuestos en el suelo o colgados en las paredes de la galería—, Pinturas sombra y Pinturas para ser imaginadas, que se apoyan en instrucciones y que requieren del espectador acciones más o menos concretas para su ejecución. Dentro de vitrinas o en marcos, se exhiben poemas, documentos y fotografías originales tomadas por sus compañeros fluxus,como las que ilustran la acción de la envoltura de uno de los leones de bronce de Trafalgar Square (Lion Wrapping Event, 1967) o sus Piezas de Concierto para John Cage (1965-1966), por citar las más radicales.
La sala dedicada a las películas experimentales —produjo hasta 19— es la verdadera capilla de esta retrospectiva. Ono rodaba parodias y acciones rutinarias banales, entre las que destacan la serie de culos en movimiento (Film nº 4 [Bottoms], 1966), o las de carácter más feminista (Cut Piece, estrenada en Japón en 1964). Unas invocan el cuerpo sin presentarlo (Match Piece, 1966), otras lo hacen desde el fragmento o convirtiéndolo en un paisaje desde la perspectiva de un insecto (Fly, 1970).
Yoko Ono no sale de esta retrospectiva como una gran artista. Si bien es cierto que su carrera tiene un nicho en el arte de los sesenta, su estrella solo se iluminó cuando empezó a trabajar con Lennon. Qué cosas. La obra que cierra el recorrido —el vídeo titulado The Story of my Long Life (2012)— es un retrato sublime y grotesco a la vez, firmado por el modisto Karl Lagerfeld, un documento que debería permanecer cerrado en una cápsula bajo tierra a la espera de la visita de algún extraterrestre, una vez se extinga la raza humana. La película muestra a Ono enfundada en un vestido dandy de color negro, interpretando un baile de geisha posmoderna y sin dejar de mostrar sus habilidades mediáticas sobre el único fondo donde realmente pueden destacar: el vacío.
Yoko Ono. Half-A-Wind Show. Retrospectiva. Museo Guggenheim Bilbao. Abandoibarra, s/n. Hasta el 1 de septiembre.
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