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EN PORTADA / LIBROS

Cansados de ser vidrio

Buen conocedor del pensamiento oriental, Han se sitúa en la estela de la mejor filosofía occidental

Para Han, la película de Lars von Trier 'Melancolía' ejemplifica bien la tensión contemporánea entre depresión, catástrofe y empatía.
Para Han, la película de Lars von Trier 'Melancolía' ejemplifica bien la tensión contemporánea entre depresión, catástrofe y empatía.

“Un redactor del diario Neue Zürcher Zeitung pretende mantener la última palabra en cuestiones de psicopolítica: ira e indignación no serían ya los afectos que importan, el futuro pertenece a la depresión”. Así comienza un apunte envenenado de Peter Sloterdijk en su diario Páginas y días del 16 de noviembre de 2010. Refiriéndose a la lección de Byung-Chul Han al tomar, dos días antes, posesión de su profesorado en la famosa Escuela Superior de Diseño de Karlsruhe, de la que Sloterdijk es rector desde hace más de 10 años (lección base del texto de La sociedad del cansancio), el apunte sigue: “Con ello muestra dicho autor que es buen lector del colega Han, cuyo reciente discurso de toma de posesión encontró poca aceptación entre colegas y estudiantes, tanta más, en cambio, entre los estresados colaboradores de las redacciones culturales alemanas”. Aparte de las puyas acostumbradas entre Sloterdijk y periodistas, periodistas y Sloterdijk, no es del todo verdad lo que se refiere a Han. No es verdad la falta de aceptación, o quizá lo era entonces y en aquel acto, pero cuatro años después del evento Han es ya un filósofo estrella. Aunque no concede entrevistas de radio y televisión, con ocasión de sus dos últimos libros apareció en todos los medios escritos alemanes. En dos semanas se agotó en 2010 la primera edición del cansancio —que ya va por la sexta— y la de la transparencia, de 2012, lleva el mismo camino con sus tres ediciones.

En dos semanas se agotó la primera edición de ‘La sociedad del cansancio’ cuando se publicó en Alemania

Byung-Chul Han, que hoy enseña en la Universidad de las Artes de Berlín, duró dos años, no más, en la Escuela Superior de Diseño de Karlsruhe, “a la sombra del rey de los filósofos”, como se ha dicho. No sé si en ello tuvieron algo que ver los celos de este nada reposado margrave filosófico, o celos mutuos, ni si los hay, aunque los parece. Y sin embargo a Han se le considera, y no resulta descaminado, el sucesor de Sloterdijk, doce años mayor que él. O de Agamben, Barthes, y otros así. En cualquier caso, Han está en la estela de la mejor filosofía occidental del presente: testigo de los tiempos, implicada en sus cuestiones, que sobrevuela la academia, foco de interés y discusión, socialmente productiva... Filosofía de fondo estético, reflexivo, siempre (porque desde siempre la conciencia de la inconmensurabilidad de fondo de las cosas —la que Han enfrenta a esta sociedad superficial de la transparencia por ejemplo— acompaña al ámbito de lo estético), sin el moho dogmático de progresismos anticuados, ya solo románticos en el mejor de los casos, cuando no cínicos (saben que todo está definitivamente desencantado en las condiciones pasadas, pero siguen creando ilusiones desde ellas).

Y no es del todo cierto que para Han el futuro pertenezca a la depresión. Aunque es verdad que dice que “caminamos hacia una catástrofe” en esta sociedad que “aterroriza la intimidad” exigiendo transparencia total, más bien totalitaria. Transparencia que significa control, violencia, terror, destape y desnudo, pornografía y obviedad más que erotismo y misterio. Sociedad sin intimidad ni pudor, sin distancia, en cuyo tiempo, el de la transparencia, no acontece nada, es tiempo sin narración, sin historia, que arrasa el ser, lo vacía y desencanta. Y su víctima, el hombre de vidrio, el de la transparencia indiscriminada de piratas y wikileaks, es un ser sin color, pura liquidez, que sin el contrapunto de una ideología no va a nada, solo mantiene el sistema. (“Solo una máquina es transparente… la transparencia es explotación… solo existe en dictaduras”).

Aunque es verdad también, como dice en el libro del cansancio, que esta sociedad del rendimiento provoca, efectivamente, depresión, además por una absurda explotación de uno mismo, por la que el individuo se exige demasiado, generando enfermedades, más que infecciosas (producidas por otros), neuronales (creadas por uno mismo): infartos, depresión, hiperactividad ausente, fatiga o estrés crónicos, trastornos límite de la personalidad, etcétera. Un cambio de paradigma frente a la explotación clásica. Una “sociedad horrible” en la que solo se puede sobrevivir a la depresión con distancia, aburrimiento y cansancio frente a tanta insania, retornando a la “sombra”, a un yo íntimo, reflexivo, distante, pudoroso. (Algo más insumiso y eficaz que la revolución). Todo un panorama postinmunológico, postvírico, postinfeccioso, postsloterdijkiano, pues, el que describe Han.

Numerosos periódicos coreanos votaron la obra de Han, un ensayo occidental, como el libro más importante de 2012

A Sloterdijk le gusta más insistir, magnífico, en virtudes fuertes como la ira (rebeldía originaria que mueve la historia, desde aquella enfrentada a los tarquinos que originó la gran República romana, desde la de Aquiles, la de Moisés, la de Dios mismo), el orgullo (por la labor bien hecha, el del ciudadano que rinde ejemplarmente en la sociedad, a la que mantiene además con sus impuestos, a ser posible voluntarios) o el egoísmo nietzscheano (“la bella capacidad del ser humano de rebelarse contra la pasividad y el fatalismo”) como pasos decididos hacia una nueva comunidad humana concienciada y con voluntad de superación y altura. Han, entretanto, es delicadeza, sensibilidad oriental, inteligencia en frases cortas kamikaze, muy precisas. Las características de su crítica, quizá por táctica, quizá por la elegante distancia de la que habla, velan esos ideales orientales de fondo. Nunca aparecen expresamente, pero ahí están. Hasta ahora solo occidentales “orientalistas” habían hecho ocasionalmente crítica de la cultura de Occidente desde la perspectiva oriental. También en esto Han cambia las cosas: aunque ya europeo, Han es oriental en la sombra del origen, conoce bien la filosofía zen, chan, tao, de la que no habla más que en algún libro expresamente dedicado a ella, y conoce bien a Heidegger, la cultura occidental. Sus interlocutores contemporáneos declarados son Agamben, Virilio, Barthes, Baudrillard, Flusser (a Sloterdijk nunca lo nombra). Y desde esta mezcla de sombra oriental y patencia occidental se le entiende.

De todos modos, es curioso que numerosos periódicos coreanos votaran La sociedad del cansancio, un ensayo occidental, diríamos, como el libro más importante de 2012. Por lo que se ve, el cansancio es global. Seguramente que los coreanos entienden tan bien o mejor que nosotros esa fatiga y ese aburrimiento infinitos por esta sociedad pornográficamente transparente, rebanadora de intimidad, y estresantemente positiva, la del yes, we can! Y entienden que ese cansancio que producen ella y sus rectores haya que revirarlo hacia el interior como último recurso para no agostarse en la indignación, transfigurándolo —como hace Han, por ejemplo, a través de Handke (Ensayo sobre el cansancio)— en un cansancio utópico, bueno, esencial, positivo, que no aísla, más bien libera del yo y del infierno del otro, de la presión a actuar y al destape. Un día feliz es el que se puede dedicar a hacer uso de lo inútil, un día no dispuesto para algo sino para nada: ese día que se puede perder es el día bienaventurado del cansancio (no, sin más, del descanso).

Byung-Chul Han. La agonía de Eros. Traducción de Raúl Gabás. 80 páginas. 12,50 euros. Herder. Barcelona, 2014. Se publica el 7 de abril / La sociedad de la transparencia. Traducción de Raúl Gabás. 96 páginas. 12,90 euros (electrónico, 8,99) / La sociedad del cansancio. Traducción de Arantzazu Saratxaga Arregi. 80 páginas. 12,50 euros (electrónico, 7,99).

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