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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Valla afuera

Una barrera antitrepas suena bien, pero no se refiere a ambiciosos sin escrúpulos

David Trueba

El ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, visitó la valla de Melilla la semana pasada. Visitó la valla de Melilla y anunció que vamos a poner una valla más alta. Una valla más alta que definió con un tecnicismo. Sería una valla antitrepa.

La valla antitrepa tiene un nombre feo pero sugerente, porque a menudo los más ambiciosos carecen de escrúpulos y pensar que existe una valla que frene a los trepas nos llena de alegría. Lo malo es descubrir que el ministro no se refiere a esos trepas, sino a los subsaharianos que aguardan en el monte Gurugú, perseguidos y en condiciones infrahumanas, dispuestos a encontrar un resquicio por el que colarse en Europa. La valla se ha quedado corta. E incluso las concertinas, que son esas cuchillas que cortan la piel de los que asaltan la valla, no cortan lo suficiente.

La crisis migratoria cobró relevancia porque el cómputo arrojó 15 muertos ahogados en el mar. Sin muertos no habría polémica. Y es que algunos inmigrantes ilegales tienen la costumbre de morirse. Sucedió con una de las encerradas en un centro madrileño y su muerte también tuvo un precio muy alto socialmente. Los españoles tuvieron que enterarse de que algunos de los recluidos podían morirse si los cuidados no eran adecuados a sus necesidades sanitarias. El disgusto se pasó rápido. Superado el bache emocional, procedimos a retirarles la tarjeta sanitaria. Los inmigrantes ilegales podían morirse, de acuerdo, pero a lo que no tenían derecho, de ninguna manera, es a enfermar.

En la visita del ministro a Melilla, algunas televisiones nos ahorraron las protestas de ciertos grupos, y sí nos dejaron en cambio la imagen del ministro dando la mano a una muchacha nigeriana con un bebé a cuestas, y la promesa de que se resolvería su expediente.

No hay como conocer a alguien en persona y saber de la historia que lleva a la espalda. Los inmigrantes ilegales, cuando saltan la valla, entran en Melilla directos al centro de acogida. Por el camino lo celebran como un gol en la final del mundial, dan gracias a sus dioses y vivas a España. Si subimos más la valla, a quienes consigan saltarla se les podría federar y enviarlos en la sección de salto de altura a las próximas olimpiadas.

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