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El poder de las luciérnagas

Carlos Marqueríe, director de vanguardia y maestro de iluminación, estrena obra en Madrid

Un momento del ensayo de 'Entre las luces y las sombras: libertad'.
Un momento del ensayo de 'Entre las luces y las sombras: libertad'.Marta Blanco

Hoy mismo y mañana viernes, en el patio de la Casa Encendida, se estrena la nueva pieza de uno de los corredores de fondo, en longitud y profundidad, de nuestro teatro de vanguardia: Carlos Marqueríe. La pieza, Entre las luces y las sombras: libertad. Obra que forma parte del ciclo escénico Intermitencias del asombro, inscrito dentro de las actividades que el centro cultural madrileño ha dedicado a la bailarina Loïe Fuller. Con Fuller como excusa, agarrado a Pasolini y con un reparto que es media vida del teatro independiente de los últimos veinticinco años, Marqueríe estrena nueva obra: una dramaturgia de la luz hecha cuerpo y resistencia.

“Antes de empezar a crear la pieza hubo dos trabajos que me han servido como cimiento y que luego he dejado a un lado pero que están. Uno de ellos es el libro del pensador francés Georges Didi-Huberman, Supervivencia de las luciérnagas, y otro es la obra de Pasolini”, comenta Marqueríe. “Todo este tiempo lo he pasado inmerso en Pasolini, leyendo su correspondencia, su libro inacabado La divina Mimesis, viendo películas como El evangelio de San Mateo, Las mil y una noches, Teorema… Su manera de contar visualmente, desde donde mira y desde donde cuenta, su visión política, me tienen atrapado. Además, en el libro Supervivencia de las luciérnagas, en el que el francés contrapone las pequeñas luces del infierno de Dante a la gran luz del Paraíso, hay una bonita correlación con el italiano. Didi-Huberman cuenta como en una carta que le manda Pasolini a su amante de juventud Farolfi, aquel recuerda una noche juntos caminando por el bosque. Y como allí les convocan las pequeñas luces de las luciérnagas frente a las grandes luminarias de la ciudad. La noche es hermosa, beben vino, llega el amanecer y bailan. Esa idea persiste y estructura la obra: la luz del poder, las grandes luminarias, frente a las luces pequeñas, las luces de resistencia hechas de afectos y de relaciones humanas”, explica.

Las obras de Marquerie componen uno de los estudios sobre la condición humana más crudos de la escena del siglo XXI 

En sus últimas obras, desde El temblor de la carne (2007), Marqueríe se había centrado en un trabajo de exploración personal, de una intimidad sobrecogedora en la que se mezclaban cuerpo, sensualidad, muerte y paisaje. Obras que componen uno de los estudios sobre la condición humana más crudos de la escena del siglo XXI y configuran un teatro contemplativo y reflexivo, un teatro del silencio, el cuerpo y la palabra poética que destaca por la capacidad plástica de este creador. En Entre las luces y las sombras: libertad vuelve el director, sin abandonar las señas de sus obras más recientes, a retomar un teatro de un calado político más claro que recuerda a trabajos anteriores tales como 2004 Tres paisajes, tres retratos y una naturaleza muerta (2004) o El rey de los animales es idiota (1997). “Sí, en esta obra se intenta de nuevo responder más directamente a lo que nos está pasando como sociedad, a la influencia de la economía en las relaciones humanas, a nuestra herencia franquista que todavía sigue bien presente…”, intenta explicar. Quizá un texto dicho nada más empezar la obra lo explique con mayor claridad: “Bajo palio, amparados por los falsos oráculos, avanzan imbéciles enfundados en sus galas. Llevan guantes de gamuza, ocultan sus manos sucias de tanta mentira acumulada. Iluminados y cegados por su propia luz: se muestran, creen ocultarse bajo su propio espectáculo, y se piensan ajenos al dolor ajeno (…) La mentira escondida bajo el parloteo de payasos. Estúpidos bajo banderas que no representan nada, y con la boca llena de palabras huecas que no merecen llevar el nombre de palabras. Ladrones de palabras y ladrones de imágenes, ladrones del poder y ladrones con poder. Tendríamos que apagar todas las luces. Yo escupo y bailo”.

“En la obra sigue presente el yo, pero es mucho más coral que los trabajos anteriores. En esta ocasión además cuento con cinco bestias escénicas de aúpa. Cinco actores veteranos, trabajados por el tiempo. Todos, menos Getsemaní de San Marcos, rondan los cincuenta. Siempre desde un sitio ético y cada uno desde su hacer han sido claramente parte fundamental de la historia reciente de las artes escénicas, solo hay que ver sus currículos”, explica Marqueríe sobre Elena Córdoba (una de las creadoras fundamentales de la nueva danza en España), María José Pire (bailarina de Córdoba y entre otras cosas profesora de gente hoy tan prominente en la danza como Juan Domínguez), Miguel Ángel Altet (actor valenciano de largo recorrido, fundamental en las obras de Rodrigo García de los años noventa y que en los últimos años ha trabajado con gente como Angélica Liddell), Oscar Dasí (bailarín en una de las obras más radicales de Anne Teresa De Keersmaeker Ottone, Ottone (1989) y director del colectivo catalán La Porta) y Getsemaní de San Marcos (intérprete fetiche de Marquerie que también trabajó en la gran obra de Liddell La casa de la fuerza).

“Van a saco, es un gran placer proponer como director y ver a estos actores y bailarines darlo todo con una libertad hecha de años y ganas, capaces de exponerse al extremo y poder sacar toda la sensualidad de sus cuerpos mayores, sabios, expertos”, comenta con emoción Marqueríe. “La obra es una lucha contra la vejez, contra la muerte, y en los cuerpos de estos intérpretes creo que la escena se llena de esperanza, de una esperanza que a nivel político no existe pero sí a un nivel micro. Una esperanza en la que todavía se encuentra descanso, que da signos de posibilidad, de resistencia, que te permite seguir. No hay paraíso, Europa ha perecido o perece, pero como decía Pasolini en los años cuarenta de fascismo y preguerra: antes las grandes luces o a pesar de ellas no se han extinguido las luces de las luciérnagas”, confiesa. “La obra se centra también en un desgarro, la caducidad, y en el contraste de esta con la sensualidad de la experiencia”, concluye.

Ensayo de 'Entre las luces y las sombras: libertad'.
Ensayo de 'Entre las luces y las sombras: libertad'.M. Blanco

¿Pero qué tiene que ver todo esto con Loïe Fuller? “Fuller es una bailarina que viene de la danza americana, una danza mucho más libre, menos codificada que la europea. Tiene una muy buena acogida en el París de finales del XIX, comienza a poder trabajar y, entre otras muchas cosas, se empieza a interesar por la luz. De ahí viene la propuesta de la comisaria del ciclo, la bailarina Ana Buitrago ¿Pero por qué estoy yo aquí, cómo y porqué trabajar sobre la Fuller? En un momento dado llego a pensar que no tienen sentido, que no puedo hacer nada. Pero sus proyectos sobre el reflejo, su interés por la magia de la aparición o su diseño de un escenario donde todas las paredes están biseladas de espejos me hacen acordarme de una idea recurrente: quería trabajar en escena con un traje hecho de espejos”, cuenta el director, que ha fabricado un traje lleno de espejos que pesa cerca de cuarenta kilos y con el que se baila en escena.

Este madrileño nacido en 1954, aparte de creador escénico y director de la compañía Lucas Cranach desde 1996, es uno de los maestros vivos de la luz escénica del teatro español. Marqueríe lleva años trabajando sobre el reflejo y su poética, sobre la perspectiva en escena centrada en el cuerpo humano. Su diseño de luces en el montaje alemán de la obra de Rodrigo García Prefiero que me quite el sueño Goya a que lo haga cualquier hijo de puta (2011) que todavía sigue representándose en el teatro berlinés de la Schaübuhne , o el espacio escénico de su obra Entre las brumas del cuerpo en el 2008, son dos buenos ejemplos de la obsesión de este creador por cómo poder mirar y ver el cuerpo humano: su belleza escondida, su dolor, su quietud o su temblor. “La línea fundamental de Entre las luces y las sombras: libertad es la dramaturgia de la luz. Ahí se emparenta con Fuller, que está creando en un momento donde es la luz el motor de la creación, el centro de todo, desde el impresionismo hasta la propia aparición del cine”, explica Marqueríe, quien como iluminador ha trabajado en montajes de Rodrigo García (Arrojad mis cenizas sobre Mickey (2007) en el Teatre Lliure y Golgota Picnic (2011) en el CDN), o en la obra de la bailarina flamenca Rocío Molina Cuando las piedras vuelen (2009), en la que firmaba también la dirección escénica. Además, el lunes10 de marzo, en el salón de actos de la RAE, dirigirá las luces de El cantar del mío Cid, lectura que inaugurará el ciclo que organiza José Luis Gómez sobre los maestros de la lengua española: Cómicos de la lengua . Pero esa es otra historia. Hoy y mañana, en La Casa Encendida se estrena Entre las luces y las sombras: libertad, todo atisba a un trabajo de madurez plena donde el creador madrileño recoge frutos. Dice uno de los pocos poemas de la obra ya al final de la pieza: “(…) Estrecharemos nuestros cuerpos viejos, todavía acogedores; y en las frías noches muy juntos bailaremos. Los búhos iluminarán nuestros pasos. De vez en cuando los hijos vendrán y celebraremos una fiesta: contaremos historias, beberemos vino rojo, y los ojos temblarán de emoción; la noche caerá sobre nuestras palabras, y las luciérnagas velaran el sueño (…)”.

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