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Federico Campbell: narco, mafia, literatura

La obra del escritor mexicano, fallecido a los 72 años, estuvo marcada por donde nació, Tijuana, y su pasión por Italia

Juan Diego Quesada
Federico Campbell (izquierda) con Leonardo Sciascia, en 1985
Federico Campbell (izquierda) con Leonardo Sciascia, en 1985

El escritor mexicano Federico Campbell ha muerto este sábado en la Ciudad de México a los 72 años. El también ensayista y articulista, al que ya no se cruzarán sus vecinos del barrio de La Condesa enfundado en sus zapatos italianos, llevaba medio siglo viviendo en otros sitios pero su obra y su vida están marcadas a fuego por el esquizofrénico lugar en el que nació: Tijuana.

Escribió Tijuanenses mucho antes de que tuviera nombre y forma ese género llamado narcoliteratura. Es un retrato de la ciudad norteña allá por los años 30, cuando apenas era un pueblo. El escritor captó con maestría la vida en la frontera entre Estados Unidos y México, llena de personajes salvajes atrapados entre dos mundos. De los que no sabemos con certeza si están de ida o de regreso. Una especie de Tierra de Nunca Jamás. Una ciudad atrayente y repulsiva a la vez. Campbell puede considerarse un escritor en la línea entre esos dos puntos de vista.

El mexicano se ha ganado también por derecho propio un hueco en la historia de la literatura catalana, un aspecto desconocido para muchos de sus paisanos. Campbell vivió en Barcelona a principios de los setenta y escribió Infame turba, donde recoge 26 entrevistas a ensayistas, poetas y escritores (Pere Gimferrer, Luis Goitysolo, Jaime Gil de Biedma) de ese región española durante la última etapa del franquismo. Fue Campbell quien escuchó de Manuel Vázquez Montalbán aquello de que en los libros, como en la vida, los prólogos no sirven para nada: "Es una especie de trampa visual, un estuche, una proposición de venta, es decir, un obstáculo entre el público y el producto. No deberían existir". Enrique Vila-Matas escribió en diciembre acerca la impresión que le produjo la entrevista que le hizo el mexicano a Gabriel Ferrater.

Hijo de un taquigrafista, Campbell consideraba que México era una metáfora exagerada de lo que había sido Sicilia. Creó un puente intelectual y analítico entre los carteles mexicanos de la droga y la mafia. Ahora pensaba que Michoacán, donde se enfrentan los agricultores y ganaderos levantados en armas contra los señores locales de la droga, padecía de la "inexistencia del Estado", un término utilizado en la región italiana ante el desgobierno. Era raro no encontrar en los escritos de su última época constantes referencias a Italia, desde el nombre burlón que le dan a la Coca Cola (champán negro) a la similitud entre los términos de extorsión en ambos países, el derecho de piso y el pizzo. Un impuesto a cambio de protección. Campbell introdujo en su país, a finales de los ochenta, al autor italiano Leonardo Sciascia con una serie de ensayos, una entrevista y una crónica de viaje que recopiló en un libro, La memoria de Sciascia.

El poder político, las grandes familias que manejan el país en la sombra, la represión, la desigualdad, la desesperanza o la tragedia cotidiana son otras de las temáticas que han sobrevolado su obra. Estudió Derecho y Filosofía en la UNAM, carreras que dejó inconclusas, y periodismo en el Macalester College de Minnesota, en Estados Unidos. Fundó la editorial Máquina de Escribir y fue traductor de Harold Pinter y del propio Sciascia. Como periodista ha colaborado en el semanario Zeta, el periódico Frontera, Proceso y Milenio, donde hasta sus últimos días consciente escribió la columna dominical La hora del lobo.

El escritor falleció a media tarde del sábado por un derrame cerebral debido a las complicaciones causadas por el virus de la influenza (H1N1). A principios de mes fue hospitalizado después de varios días en los que se venía quejando sobre lo mal que se sentía. Le diagnosticaron neumonía e insuficiencia renal. Su cuerpo será incinerado el domingo.

El cineasta Guillermo Arriaga lo destaca entre sus novelistas preferidos. "Transpeninsular me gusta mucho por el desierto, por la aventura", explica. El escritor Héctor de Mauleón lamentó en las redes sociales a "otro amigo que se va, como que en estos días la muerte tiene permiso". "Cuando conocí a Campbell", continuó, "me extrañó que a diferencia de la mayor parte de los escritores, quisiera saber de los otros, no hablar de sí mismo". El periodista y escritor estadounidense Francisco Goldman, residente en DF, destaca su lado humano: "Era un hombre sumamente generoso y dulce, algo quizás raro en las letras mexicanas, por lo menos en los escritores de esas generaciones".

Fue amigo de Juan Rulfo, el autor de Pedro Páramo, al que admiraba profundamente. Solían verse en una cafetería en Insurgentes, una de las principales avenidas de la ciudad. Ese café ya no existe. Después fueron vecinos y se volvieron más íntimos. Al escritor le gustaba recordar anécdotas de quien consideraba el mejor escritor mexicano de todos los tiempos. En estos últimos años, Campbell años solía pasear por el barrio en el que vivía, La Condesa, con el poeta argentino Juan Gelman ("A Juan Gelmán, compañero de viaje", le dedicó su último artículo). Seguramente se cruzaban con el colombiano Fernando Vallejo paseando a su vieja perra Quina. Esta noche, las calles empedradas de ese rinconcito de la ciudad parecen un lugar mucho más solitario.

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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