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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Abeja Reina

Los premios, como todo el mundo sabe, se conceden para prestigiar a la institución que los entrega

David Trueba

Ahora que es temporada de premios, es bueno detenerse a reflexionar sobre ellos. Han invadido hasta tal punto la actividad cultural y artística que dictan el calendario y el criterio general. Los premios, como todo el mundo sabe, se conceden para prestigiar a la institución que los entrega. Surgieron en su origen de una manera natural, para que grandes fortunas o poderosas familias limpiaran un poco su expediente con la concesión de distinciones a personas de prestigio. Hoy, superado ya ese trauma que podía afectar a quien comerciaba con la dinamita, los premios se convocan por doquier. E incluso las propias industrias se premian a sí mismas porque comprenden el valor propagandístico del acto. Los Grammy acaban de conceder su premio a la mejor canción del año en lo que se puede considerar un guiño hacia la autenticidad, frente a otros galardones que inciden sobre un natural elogio a la comercialidad en tiempos de crisis. Es normal que los premios también sufran complejo de culpa.

Premiar a Lorde por su canción Royals contiene además una apuesta por la precocidad. La artista de Nueva Zelanda acaba de cumplir 17 años, pero ya lleva tiempo en la cima de las listas con Royals y hasta su apodo artístico, que proviene del lord inglés, es un declarado anuncio de aristocracia. En sus canciones destaca la letra y la expresión vocal por encima de la rítmica y la producción, más Adele que Miley Cyrus por reducirlo al ecosistema de los Grammy. Royals es una canción declarativa y directa, desafiante contra las modas impuestas. Lo cual no es nuevo, porque todo el mundo se reivindica como alguien al margen del rebaño. Para Lorde se trata de escapar del aparente lujo y la mediatización a la que está sometida la música joven. Lo dice en su estribillo: “puedes llamarme Abeja Reina y yo mandaré”.

No parece complicado que Lorde, con sus virtudes y sangre irlandesa, se abra un espacio mundial. La apariencia es menos fabricada y más responsable de su aspecto y su música que otras competidoras. Las excepciones sirven para confirmar las reglas, así que tampoco se esperan haraquiris entre los directivos discográficos. Quizá el premio era más necesario para los propios Premios Grammy que para el resto del mundo.

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