La manguera
La pelea entre Wert y Cospedal por hacerse con el protagonismo de un acto regala una visión clarividente sobre la selva política
La peleíta entre el ministro Wert y la presidenta manchega Dolores de Cospedal por hacerse con el protagonismo de un acto en torno a El Greco en el Museo del Prado regala una visión muy clarividente sobre la selva política. Son grotescos los gestos de decepción de Cospedal cuando el ministro, ladino y brillante, le gana la posición. Esa decepción entre infantil y patética, buscando alguien que la ayude y le devuelva su dignidad perdida, contrastan con el gesto de hastío del ministro durante la discusión. Se le transparenta ese desprecio de quien considera que los argumentos de la compañera de butaca son cansinos y ridículos. Hay peleas a brazo partido por el rebote en la NBA que tienen más dignidad.
Pero si quisiéramos llegar hasta el fondo del análisis habría que sopesar que ese pintor por el que tanto luchan se la trae al pairo a ambos. De vivir, El Greco hoy buscaría el exilio en tierras más acogedoras para el arte. En realidad, solo el artista muerto merece el amor de los políticos, porque los muertos ni hablan ni opinan ni piensan ni tan siquiera pintan. Solo sirven para decorar sus tribunas. Es curioso que esta pugna tuviera lugar en la misma semana en que Cristina Cifuentes y Ana Botella protagonizaran otro desencuentro feroz tras la detención de un bombero en acto de servicio por parte de la policía. Resultaría un argumento de película cómica de no evidenciar la competencia entre dos mujeres del mismo partido. Una en ascenso y la otra en decadencia.
Madrid ha sido tradicionalmente una ciudad tan codiciada que el odio entre los aspirantes al poder de un mismo partido siempre ha sido más retorcido que la disputa entre los rivales. Gallardón y Aguirre protagonizaron durante años un asco mutuo que tuvo su culminación cuando Bankia era el cortijo sobre el que disputaban, llamándose de todo. Cortijo que a los españoles les ha costado unos cuantos millones de euros. También entre los socialistas hay una eterna discordia por Madrid, pese a que las primarias son el invento más sano contra el navajeo tras el escenario. En política alguien demasiado cercano siempre termina pisándote la manguera.
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