El movimiento y su quietud
La sociedad cultural en auge se balancea sin cesar o frenéticamente
El movimiento es el corazón de la vida que impera en nuestra época. Cuesta decir esto en un país con un cuarto de la población parada pero, ¿qué mayor síntoma de nuestra regresión y recesión que, precisamente, esta escasa actividad y movilidad apelmazada?
Todo lo que se mueve forma parte del plato central de la cultura y la quietud de los desechos. La simple observación de los videojuegos en que se enfrascan muchos más estos días los adolescentes llama la atención no tanto por sus guiones sanguinarios como por sus movimientos. Lo que hipnotiza y absorbe, lo que produce entusiasmo y adicción es la exigida velocidad de sus pulsaciones como respuesta a sus requerimientos. Los videojuegos representan así el gran fenómeno a escala individual. A escala general, la sociedad cultural en auge se balancea sin cesar o frenéticamente.
La cultura tradicional se desarrollaba en el mundo de la quietud. La lectura de un libro, la contemplación de un cuadro, la escucha de una sinfonía se hallaban unidas a permanecer corporalmente quietos. La atención se confundía con la fijación y el estudio se oponía a moverse del asiento. De este modo, quien permanecía quieto podía aprender y saber gozar.
Por el contrario hoy, el viaje es el medio superior del conocimiento y la traslación la regla del tiempo que psicológicamente crece cambiando. Más variación, más sustitución, mayor vaivén aproximan al concepto de “vivir más” o permanecer más en el bollo.
Una de las instituciones más repetitivas, madre de letanías y rutinas agotadoras, es la Santa Iglesia, pero antes incluso que muchas otras organizaciones cayó en la cuenta que a los feligreses había que moverlos si no quería perderlos. La misa que nació del Vaticano II se desarrolla sin demasiados argumentos nuevos pero la orden de levantarse, arrodillarse, sentarse y volverse a levantar procura al ritual las nuevas bondades del movimiento. Paralelamente, los partidos, todos ellos, sin aggiornamento alguno, han sucumbido ante los ciudadanos. Son organizaciones mostrencas. No se mueven, apenas remueven a los corruptos. Son como viejas estatuas que han provocado su sustitución por los “movimientos sociales”.
Ciertamente, el cine es movimiento, pero... ¿quién puede comparar su compás de hoy con el de hace medio siglo? De un película de Visconti a otra de Rob Cohen media una bomba atómica en cantidad e intensidad de sonidos y movimientos. Por su parte, el llamado arte actual es ya feriante, nómada o circense. Las performances se hacen y deshacen, las películas pasan como rayos y hasta las fotografías se mueven para producir efectos de su época.
Los “quietistas” de la ciudad son llamativos, no tanto en cuanto actores, sino en cuanto perfectos muertos vivientes del pasado. Figuraciones en carne y hueso de un tiempo que se acabó, como los extintos habitantes de Atapuerca. Los deportes, cada vez más extremos, las apuestas de todo orden, cada vez más difundidas, las parejas cada vez más móviles y las residencias a su vez más efímeras comparten el mismo espíritu. ¿Y qué signo más eximio de todo lo que pasa, en los sentimientos o en los comercios, en la salud o en la enfermedad, en la vida o en la muerte, que la absoluta inteligencia del móvil?
Babelia
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