Erwin Blumenfeld, la obsesión por la belleza
Una retrospectiva en el Jeu de Paume de París muestra el dominio del retrato y el ingenio creativo del fotógrafo alemán
Erwin Blumenfeld es un artista relativamente poco conocido. Pero, como viene ocurriendo en los últimos años con otros autores —con una celebrada representación femenina—, el Jeu de Paume de París, dirigido por la española Marta Gili, se ha empeñado en situar al artista alemán (Berlín, 1897-Roma, 1969) en el lugar que le corresponde en la historia de la fotografía. El resultado de esa voluntad divulgadora, plasmada en una ambiciosa exposición comisariada por Ute Eskildsen, permite descubrir en el museo de la plaza de la Concorde a un artista polifacético equiparable a Man Ray que avanzó las posibilidades expresivas del collage y, sobre todo, revolucionó el retrato expresivo.
La primera impresión que saca el espectador, luego de visitar la retrospectiva de Blumenfeld, es la de haber asistido a un curso de estética, una lección de perseverancia en el difícil arte de captar la belleza y forzar su representación mediante la luz reflejada.
Blumenfeld, exiliado en EE. UU. durante la Segunda Guerra Mundial para huir del antisemitismo, encierra en sí mismo al niño que, tras superar una operación de apendicitis, recibe su primera cámara de fotos con diez años. El tesoro que cayó entre sus manos debió de marcarle profundamente, porque en su vida adulta fue abandonando progresivamente su trabajo en la empresa familiar de artículos de cuero para experimentar, con machacona insistencia, con los ángulos, la torsión y distorsión de los cuerpos, las formas inventadas y casi todas las posibilidades expresivas de la fotografía (a menudo con 'trampas' de laboratorio) de la figura humana.
Tradicionalmente asociado a la fotografía de moda, que le llevó a dotar a las portadas de Vogue y de otras revistas de una calidad artística excepcional (por inusual y por vanguardista), la muestra de París nos descubre a un fotógrafo obsesivo y profundamente imaginativo que se concede a sí mismo carta blanca hasta obtener el resultado que busca. Así consigue crear retratos psicológicos sin artificios escénicos, convertir el desnudo femenino en un lienzo mágico y realizar retratos comerciales cuya creatividad supera y trasciende al objeto publicitado.
Blumenfeld trabó amistad con los artistas George Grosz y John Heartfield; admiraba al dramaturgo August Strindberg, al cineasta Charlie Chaplin y al poeta Tristan Tzara. Pero no se refugió en las musas hasta el punto de abstraerse totalmente de la política. Si en sus dibujos y collages de comienzos del siglo XX ya está presente el tema de la guerra, sus largas estancias en Ámsterdam y en París en los años 30 y 40 le permiten desarrollar su carrera como artista sin dejar de ser consciente de lo que está ocurriendo en Europa.
En 1933 y 1937 realiza una serie de retratos alegóricos y premonitorios contra los totalitarismos entre los que destaca el de Hitler, rostro del horror, escondido bajo una calavera. Esa imagen, creada durante su estancia en Ámsterdam, sería empleada posteriormente en la propaganda antinazi.
Internado por su condición de judío en varios campos de concentración franceses, Blumenfeld acabaría reuniéndose con su familia y exiliándose a Nueva York, donde se forjó una exitosa carrera como fotógrafo de moda y publicidad y demostró su dominio del color.
Cuando falleció de un infarto en Roma —donde reposan sus restos— en 1969, dejó también tras de sí un archivo rico de fotografías de desnudos —tema recurrente— convertidos, por su concepción y por el proceso de manipulación en el laboratorio, en contornos sugerentes, siluetas distorsionadas o fragmentadas y facciones de ensueño.
Blumenfeld, que había escrito que "todo artista vive de las variaciones de un único tema", dedicó esa experimentación al tema de su vida: la belleza natural o forzada del cuerpo humano.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.