“Beber alcohol ayuda a entender el arte”
El excéntrico millonario expone su colección privada en la Maison Rouge de París El australiano es el fundador del Museum of Old and New Art
Dicen que nació en la peor barriada del peor suburbio de la ciudad más pobre de Tasmania. Pero David Walsh decidió no seguirle la corriente a su destino. Cuando era un estudiante universitario de Matemáticas, decidió abandonar la universidad e ideó un sistema para calcular las probabilidades de forrarse jugando en el casino. Invirtió sus ganancias en una impresionante colección de arte, valorada en 80 millones de euros, en la que mosaicos romanos y sarcófagos egipcios se encuentran con cotizadas obras de Damien Hirst e instalaciones de dudoso gusto a cargo de Wim Delvoye, entre muestras de arte aborigen, esculturas de Giacometti y performances de Marina Abramovic.
Para exhibir este peculiar inventario, el millonario australiano fundó en 2011 el Museum of Old and New Art (Mona), mayor centro de arte del hemisferio sur, cuya superficie dobla a la del Guggenheim de Nueva York. Lo cualificó como "un Disneyland subversivo para adultos", cuyas obras están mayoritariamente marcadas por su vínculo con el sexo, la muerte y la escatología, cuando no a las tres cosas a la vez. No cabe duda de que el de Walsh es un museo distinto a los demás. La visita se desarrolla en total libertad, sin paneles ni indicaciones sobre lo que se expone y con un iPod en la mano para puntuar las obras, reunidas por asociación libre y sin criterios cronológicos, en función de su forma, tema o color. Más tarde, el visitante recibirá información de las que más le hayan gustado en su correo electrónico. "La mayoría de museos simbolizan la certeza. Saben lo que debes pensar y te lo imponen. El mío simboliza todo lo contrario. Representa la incertidumbre, la democracia y la duda", asegura el coleccionista.
Walsh odia las entrevistas, pero ha accedido a hacer una excepción, tal vez porque la ocasión lo requiere. Su colección se expone por primera vez en el viejo continente. La Maison Rouge de París, centro de arte pegado a la Bastilla, exhibe una parte de sus posesiones hasta el 12 de enero, a través de una puesta en escena que imita la del museo original, orquestada por el historiador del arte francés Jean-Hubert Martin, antiguo director del Museo de Arte Moderno de París.
Para visitarla, Walsh incita al visitante al consumo de alcohol. "Tener una copa en la mano ayuda a entender el arte", ironiza este hombre excéntrico y malhablado, tan lúcido como provocador, que se ha convertido en una celebridad en su país. La historia de este Gatsby de las antípodas, sospechoso de haber engordado su fortuna con métodos limítrofes con la ilegalidad —el fisco australiano le reclamó la módica suma de 400 millones de euros, antes de llegar a un acuerdo amistoso— resuena en el imaginario colectivo de la antigua colonia penal. En el fondo, su éxito hace soñar a los más desfavorecidos. Si David Walsh lo consiguió, puede que ellos también. "Tuve el privilegio de crecer en un tiempo y un lugar en el que cualquiera podía cambiar su suerte", se limita a decir hoy. Walsh se considera de izquierdas. Dice su museo, por el que no cobra entrada, es la manera que ha encontrado de redistribuir su riqueza.
El millonario creció en una familia ultracatólica. Hoy es un ateo furibundo. "Mientras mi familia iba a misa, yo me metía en el museo. Era un contrapunto racional a la ridiculez. Hubiera preferido deambular por la calle que escuchar chorreadas sobre Jesús", asegura. De pequeño coleccionaba sellos, monedas y piedras. "Fui un niño raro y solitario, pero nadie me hizo sufrir", puntualiza Walsh, que hace años se autodiagnosticó el síndrome de Asperger, esa enfermedad tan de nuestro tiempo de sintomatología similar al trastorno obsesivo-compulsivo.
Las matemáticas no solo le hicieron rico, sino que consiguen calmar su nervio. Cuando se pone pesado, su novia le pide que calcule la distancia entre los planetas. El primer diario australiano, The Sydney Morning Herald, calificó con desdén a su museo como "la Batcueva de un niño rico". A menudo se le trata como una figura ilegítima en el mundo del arte contemporáneo, uno de esos millonarios que invierten en él como en hectáreas de tierra, responsables de la loca deriva de precios que lo invade desde hace década y media. Walsh le resta importancia. "Tampoco perseguía formar parte de él. Y no sé si el mundo del arte tiene el poder de escoger quién es legitimo y quién no. La historia y el azar tomarán esa decisión. Mientras tanto, me divierto tanto como puedo", responde. "Estoy seguro de que Batman también".
Babelia
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