Repaso
Si la historia del cine contada por Mark Cousins fue un gozoso repaso al séptimo arte en voz subjetiva y personal, ahora en La 2, Oliver Stone cuenta la historia política norteamericana.
La historia contada bajo la lupa personal es un género reconocido. Ha tardado en llegar a la televisión, porque considerábamos lo audiovisual la verdad absoluta. Pero ver y oír no significa que vemos y oímos lo verdadero. Sucede siempre con la tecnología, que requiere familiarizarse con las instrucciones. Con la televisión hemos tardado décadas en aprender que nunca será el arma angelical colocado en los salones de casa para ofrecer luz en las tinieblas. Sino que, en múltiples ocasiones, recuperó tinieblas donde comenzaba a abrirse paso la luz. Puede que algo parecido suceda ahora con la Red, pero de eso ya hablaremos dentro de 20 años.
Si la historia del cine contada por Mark Cousins fue un gozoso repaso al séptimo arte en voz subjetiva y personal, ahora en La 2, Oliver Stone cuenta la historia política norteamericana. Y aunque el descrédito es una fácil etiqueta, conviene apreciar el esfuerzo. Puede que estemos cansados de las teorías de la conspiración, de puro abuso que se hace de ellas no porque las desenmascaremos con facilidad, pero todo repaso obliga a desempolvar las verdades asumidas históricamente. Acaba de salir un libro de Miguel-Anxo Murado que bajo el título de La invención del pasado nos recuerda algunos mitos falsificados que sostienen una patria posible llamada España. Si algo es digno de admirar en los norteamericanos es que destapar alcantarillas es un empeño patriótico, nunca una amenaza a la estabilidad. No logran la justicia absoluta, pero al menos aspiran a ella sin cinismo.
La historia no contada de los Estados Unidos, que así se titula la serie, repara en lo que pudo haber sido y no fue. Algunos episodios de la fuerza reaccionaria resultan escalofriantes y explican un país capaz de sostener dictaduras en nombre de la democracia y espiar y hacer caer Gobiernos aliados y decentes para garantizarse intereses irrenunciables. Puede que Snowden no alcance nunca el estatus de patriota desencantado ni que Oliver Stone sea la fuente más cristalina de datos, pero el ejercicio del poder blando y duro que los Estados Unidos han regalado al mundo desde el final de la II Guerra Mundial dan para un escalofrío televisivo. Y es hora de que la televisión fabrique incrédulos y escépticos después de décadas de fabricar zombis pasivos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.