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'IN MEMORIAM'
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Amanda y sus junquillos

La actriz protagonizó en 1995 El zoo de cristal, dirigida por Mario Gas, que ahora lo recuerda

Principios de 1995. Teatro María Guerrero. Primera función de El zoo de cristal, de Tennesee Williams. Como acostumbro a hacer en las noches de estreno, yo estaba escuchando el desarrollo de la función entre cajas, “oyendo” a los actores. A Francesc Orella (Tom Wingfield), mientras observa a su hermana Laura desde la distancia del tiempo y a su madre, Amanda, que está en la balaustrada del balcón trasero de la inhóspita casa familiar con la mirada perdida en el horizonte, cuando pronuncia las últimas frases de la obra: “...¡Apaga tus velas, Laura! ¡Apaga tus velas! Y así...adiós!” . Oscuro final.

Tras unos instantes de silencio absoluto, el público arrancó con un aplauso atronador. Una de esas noches mágicas de teatro, que compensan las arduas y complejas incertidumbres que preceden a una premiere. Gran triunfo de los cuatro intérpretes, espléndidos en sus papeles: Maruchi León, Francesc Orella, Álex Casanovas...y ella. Con ella se hundió el teatro, se vino abajo la platea, los bravos eran continuados, emocionantes, y ensordecedores. Y todos estábamos emocionados. Era por encima del triunfo general del espectáculo, el triunfo indiscutible - y una muestra de amor inequívoca- de ella. De Amanda Winfield, es decir de Amparo Soler Leal.

Amparo Soler Leal, una enorme actriz que ha hecho mutis por el foro con la elegancia y la

discreción que siempre la distinguieron. Amparo Soler Leal, polifacética y precisa en toda su larga trayectoria en el cine, el teatro y la televisión. Encarnadora de personajes inolvidables en películas inolvidables de grandes directores. Solidísima y arriesgada actriz de teatro y creadora de sensibles personajes televisivos. Nadie puede negar su relevancia durante varias décadas en nuestro panorama artístico. Algo precioso en esta gran mujer fue la conservación de sus dos apellidos en su nombre artístico. Soler y Leal. Los apellidos de sus padres, dos grandes actores que le transmitieron sus calidades humanas y artísticas que ella supo personalizar y ampliar logrando alcanzar climas dramáticos y de finísima comedia en todos sus cometidos.

Versátil e irónica, atesoraba en la vida un agudo sentido del humor. Y junto al hombre de su vida, el productor y distribuidor Alfredo Matas protagonizaron una hermosa trayectoria de amor y compenetración que solo pudo truncar la muerte del productor.

Tengo que decir que el ardor, la tenacidad y la disciplina con la que se entregó a los ensayos de El zoo de cristal eran dignos de alguien que ama mucho su oficio, que lo conoce a fondo y que sigue queriendo explorar nuevos resortes interpretativos. Y por si fuera poco, a su magisterio unía un saber estar, un desenfado y alegría, que hacía que aun la quisiéramos más.

Cuando -tras dos meses y medio de intensísimos ensayos- estuvimos listos para estrenar (primero en L'Hospitalet, Barcelona y gira), emergió una Amanda Wingfield soberbia, llena de colores, sin patologías previas, una luchadora alienada, una madre fagocitadora, una dama sureña despojada de todo cuanto había perseguido, una soñadora de mundos irreales, pero con una carga humana aterradora, una insobornable superviviente que asistía al hundimiento de su barco vital mientras luchaba con todas sus fuerzas para evitar el naufragio a todas luces inevitable, una Amanda Wingfield coqueta y perdida en sus ficciones...y todo ello con esa naturalidad y falta de afectación que saben conferir al drama los actores/actrices de comedia, con esa sabiduría que aflora cuando se pasa la maroma como si se atravesara una amplia y segura avenida, y cuando lo que hay a ambos lados y allá abajo es en realidad el abismo.

Sus maneras, sus andares, sus cadencias al recibir al pretendiente de su hija, el joven y atractivo Jim y la posterior narración de su juventud allá en el sur, eran sencillamente un prodigio. Y ahí, enfundada en su vestido trasnochado y virginal, acariciaba unos junquillos, unos junquillos que iniciaban la evocación de su adolescencia -¿realidad o ficción?- en la que sus pretendientes exclamaban: “Amanda y sus junquillos”.

Gracias Amparo por dejarme asistir a tu asombrosa Amanda. Inolvidable. Como tú. Inolvidable. Siempre te llevaré en mi corazón. T'estimo. Molt.

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