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universos paralelos
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La negritud ‘cockney’

Los Juegos Olímpicos de Londres alardearon de que la ciudad es una potencia de la música negra

Diego A. Manrique
Un momento de la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Londres 2012.
Un momento de la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Londres 2012. DAVID GRAY (REUTERS)

Hablemos de los Juegos Olímpicos... de 2012. La ceremonia de inauguración, concebida por Danny Boyle, fue una celebración de lo mejor del Reino Unido, destacando la más vistosa exportación británica de los últimos 50 años: la música pop.

Ya sabemos que, esencialmente, el pop británico ofrece una estilización de los hallazgos de la música afroamericana. Descendiente de católicos irlandeses, Boyle acertó al enfatizar la importancia de la música negra made in UK. Desfiló la Nostalgia Steel Orchestra, una de esas agrupaciones londinenses que tocan steel pans. Sonó My boy lollipop, de Millie Small, que se grabó en Londres (1963), usando talento jamaicano y músicos locales. Se recordaron triunfales síntesis solo posibles en las orillas del Támesis: Back to life (1989), del colectivo Soul II Soul, y sus discípulos del Este de Londres, como Pass out (2010), de Tinnie Tempah, de padres nigerianos.

Sobre el escenario del Estadio Olímpico actuaron Dizzee Rascal (madre de Ghana, padre nigeriano) y, bueno, Emili Sandé. Dado que Londres tuvo, durante siglos, reputación de urbe xenófoba, asombra la naturalidad con la que se asume el cambio del perfil de sus habitantes y la evolución del mítico Sound of London.

Era una historia que nadie había contado. Hasta que ha salido Sounds like London, de Lloyd Bradley. Un trabajo no exhaustivo, a pesar de sus más de 400 páginas: Bradley ha prescindido de Sade, Mica Paris, Carl Douglas y otros protagonistas quizás ya bien tratados en otros textos. Perfectamente justificable, dado que lo que le excita es iluminar zonas olvidadas.

Como el florecimiento del calipso en Londres. Aunque la emigración caribeña comenzó con el barco Almanzora, se prefiere conmemorar la llegada del Empire Windrush en 1948. Estaban esperando los noticieros y un calipsoniano listo como el hambre, Lord Kitchener, hizo como si improvisaba un tema titulado London is the place for me. Tiene lógica que ese calipso haya servido para bautizar una reveladora serie de compilaciones de música negra hecha en Londres, editadas por Honest Jon’s, el sello que patrocina Damon Albarn.

No todas son historias risueñas. El apartheid sudafricano empujó a Londres a un puñado de músicos, incluyendo al pianista blanco Chris McGregor. Ellos revolucionaron la escena del jazz con su joie de vivre y su habilidad para africanizar el hard bop. También abusaban de todo lo que la capital podía ofrecer y duele saber que la mayoría —McGregor, Mongezi Feza, Dudu Pukwana— murieron prematuramente, a veces en soledad.

Aunque la clave de la música negra en Londres es la hegemonía de los jamaicanos. Un poco como ocurre con los cubanos exiliados en Estados Unidos, han impuesto sus tendencias por la fuerza de su personalidad y, sin duda, la capacidad para reinventarse del reggae. Una música cada vez más localista pero que transmite enseñanzas rítmicas y verbales que son capitalizadas en Londres por descendientes de africanos y de naturales de otras islas caribeñas.

Aquí sí que se agradece el mapa de carreteras dibujado por Lloyd Bradley. De la interacción del house y el rave con el reggae (y, naturalmente, el hip—hop estadounidense) surge una catarata de sonidos donde cualquiera puede perderse: del jungle al drum ‘n’ bass, del UK garage al 2step (con el interludio del speed garage), del dubstep al grime.

Lo extraordinario, como explica Bradley, es que esas músicas unen a blancos y negros (más los colores intermedios). Y que sus creadores han desarrollado técnicas de supervivencia que les han permitido prosperar durante la crisis discográfica. En el peor de los casos, pueden ser autosuficientes, como ocurrió con el lover’s rock, rama romántica y londinense del reggae. Tienen una relación ambigua con el mainstream: saben que una gran compañía puede exprimirte y desecharte en un pispás. El punto es que artistas como los elegidos por Danny Boyle son ya el mainstream. De hecho, hasta la BBC ha creado una emisora en exclusiva para la urban music, denominada Radio1Xtra. Típicamente, en España se ha copiado el nombre —aquí es Radio 3 Extra— para dignificar lo que no pasa de ser un cajón de sastre.

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