Anna Volkova, leyenda rusa del ballet
Formó parte del elenco original de las obras de David Lichine y estuvo en la génesis de algunos de los ballets más importantes de Leonidas Massine
La exbailarina Anna Volkova murió en Sidney el pasado 18 de agosto. Había nacido en Moscú en 1917 y huyó de Rusia con parte de su familia al fragor de la revolución bolchevique. Es un caso típico de lo que se ha dado en llamar “las bailarinas rusas de París”, porque aun naciendo en aquel país de la Europa del Este, recibieron toda su educación profesional en Francia pero con maestros rusos también emigrados en aquella época y por las mismas circunstancias, como eran Olga Preobrajenska y Lubov Egorova, primeras bailarinas de los Ballets Imperiales de San Petersburgo. Ya a los 12 años Anna había despuntado por sus dotes y virtuosismo, y las maestras le enseñaban de forma gratuita ante la precariedad económica de sus parientes; a los 16 años es descubierta por el coronel Wassili de Basil, que recorría los estudios parisienses en busca de tropa para su nueva compañía, con la que proyectaba un debut en el Covent Garden de Londres. Al ser menor de edad, su padre insistió en que debía terminar sus estudios regulares primero y no dio los permisos pertinentes para que viajara a Estados Unidos, quedándose en París pero sin interrumpir su entrenamiento de ballet. En 1933 se une a la primera versión de los Ballets Russes de la era posterior a Diaghilev (y que después sería el Original Ballet Russes) y comienza una vida itinerante y en cierto sentido aventurera recorriendo Europa, América Latina y Australia.
Anna Volkova formó parte de las creaciones y los elencos originales de importantes obras como Baile de graduados, de David Lichine (hecho en plena gira por Australia en 1940), y antes participó en la génesis de tres obras clave de Leonidas Massine: Les Présages (Chaikovski, 1933), Choreartium (Brahms, 1933) y Symphonie Fantastique (Berlioz, 1936). En 1938 apareció en la nómina del efímero Covent Garden Russian Ballet y se especializó en papeles de ballets de repertorio de Mijaíl Fokin como Las sílfides o El gallo de oro, donde alternaba el rol con Tatiana Riabouchinska, carácter que llegó a dominar y exhibir con éxito. En Australia bailó con Serge Lifar, que apareció sorpresivamente como artista invitado y se revivió su ballet Ícaro. Sus compañeras eran Olga Morosova, Tamara Grigorieva y Nina Stroganova. En 1943 hizo temporada con el Original en el Teatro Colón de Buenos Aires, participando en la producción de La bella durmiente junto a artistas argentinas como María Ruanova, Lida Martinoli y Dora del Grande.
Regresando de una gira a Australia, Anna Volkova conoció a un apuesto deportista de remo en el barco que los llevaba a Reino Unido; se llamaba Jim Barnes (él iba a unas competiciones) y se convertiría después en su marido. Barnes iba a verla todos los días a la ópera Covent Garden. Los novios, ante los aires de guerra, postergaron su unión y Anna se fue a París con todas las bailarinas para preparar una gira por América del Sur, donde se movieron por las grandes ciudades de Chile, Perú, Argentina y Brasil mientras en Europa estallaba la II Guerra Mundial.
En 1941 la compañía se vio en La Habana sin recursos, y este es el momento que está en la historia del ballet cuando la estrella Tatiana Leskova y el coreógrafo David Lichine aparecieron en el Cabaret Tropicana bailando la Conga Pantera. Entre otras artistas que ofrecieron actuaciones en Cuba estaban las dos “Annas”: Leontieva (que se quedó en la isla con su madre y puso una escuela) y la Volkova, que después de bailar junto a Alberto Alonso y Alexandra Denisova (una canadiense que, recurriendo a una práctica publicitaria habitual, se rusificó el nombre: en verdad se llamaba Patricia Denis Meyer) se marchó a Brasil, recalando en el Casino de Copacabana (Río de Janeiro). Volkova recordaba con amargura estos tiempos. Después de algunas giras de ballet, se reencontró con su novio, se casaron y se fueron a vivir a una granja de ovejas en el sur de Australia. La bailarina reconoció en una entrevista que nunca había visto esquilar y casi se desmaya la primera vez que asistió a esta práctica.
No volvió jamás a los escenarios, pero dio clases a niños pequeños y algunas veces el Ballet Nacional de Australia la reclamaba a la hora de volver a montar aquellos ballets en los que era parte de una leyenda.
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