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Hay Salzburgo más allá del festival

Mozart.
Mozart.

Entre placa conmemorativa y placa conmemorativa, entre que si Mozart vivió aquí, Nannerl —su adorada hermana— se mudó acá, Hummel o Biber pasaron un tiempo allá, Herbert von Karajan esto o Thomas Bernhard aquello, lo cierto es que la ciudad austriaca resulta un lugar animoso para darse un buen paseo entre sus plazas y sus iglesias imponentes o a orillas del Salzach.

Una cita para comérsela. La plaza y los alrededores de las sedes principales del Festival de Salzburgo cuentan con algunos restaurantes interesantes. Lugar de reunión seguro para artistas y participantes es el Triangel, donde si pides un refresco de marca te miran mal o directamente no te lo sirven (¡no tienen!) y te cambian de idea con una limonada casera. Lo que sí se estila en el amable y atestado local son las cervezas, los vinos de la región, la comida típica y las mantas rojas por si el frío corta y te empeñas en comer en los bancos de fuera a la salida de los espectáculos. Tan bueno como este resulta el Sarastro, justo pegado al Triangel: un restaurante donde sirven cocina internacional, te tratan como a un príncipe y a la hora que sea te hacen un Wiener Schnitzel sin rechistar. Más tradicional y menos flexible con los horarios es el Zipfer, con su curiosa sopa de patata. También resulta simpático y apetece comer en cualquiera de los puestos que se abren en la calle. Buenas salchichas, buena fruta, quesos a discreción. Los paseantes vestidos de civil se mezclan a veces con clientes que se animan a un tentempié con sus mejores galas antes de meterse en la ópera.

La blanca. Die Weisse, la blanca, es la gran cerveza salzburguesa. Contundente y sabrosa, cuenta con una fábrica y un maravilloso local con jardín inmenso incluido, un tanto alejado del centro, pero muy agradable. Un lugar muy propio de los mismos salzburgueses, apartado del bullicio festivalero y situado en la Rupert Gasse. Buena comida típica para acompañar una de las marcas de la ciudad. Gran Appel Strudel y buena variedad de salchichas y cerdo asado.

De compras. Si uno no quiere perderse entre los desorbitados precios del centro histórico, donde proliferan las joyerías, la alta costura, las bombonerías —aléjense de las que tienen en el escaparate la maldita estampita roja de Mozart—, las zapaterías, las relojerías, resulta más accesible para los bolsillos darse un garbeo por los alrededores de Linzer Gasse. Tiendas de antigüedades, heladerías, discretos restaurantes, puestos vintage, cervecerías y cafés animan el paisaje, donde a veces hay que prestar atención a los ciclistas.

Libros y discos. Sin ser el colmo para los cazadores de joyas discográficas, la tienda de la sede del festival es buen lugar para encontrar grabaciones históricas o recuerdos de glorias pasadas. Lo mismo ocurre con la Musichouse Katholnigg. En cuanto a libros, pequeños establecimientos como Buchhandlung Höllrigl <CF1052>o Jokers ofrecen biografías y hasta cómics de Wagner.

Lo que vimos. Esta edición de Salzburgo será recordada por el huracán venezolano, por la respresentación de Gawain,ópera sobre el ocaso de los héroes, por el montaje de Los maestros cantores de Núremberg, con Daniele Gatti, o Giovanna d’Arco, con Anna Netrebko y por Plácido Domingo.

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