La Unión de Poveda
El cantaor catalán revalida su triunfo veinte años después en el pueblo y el festival que lo vieron nacer artísticamente
Miguel Poveda cantó y habló mucho y bien anoche en La Unión, durante la última gran gala del certamen con la que se cerraban también los actos a él dedicados en esta 53 edición del Festival Internacional del Cante de las Minas. Lo cierto es que su garganta lastimada no le permitía hacer ni lo uno ni lo otro, ni cantar ni casi hablar, pero por eso mismo puso todo de su parte para no defraudar a un público que abarrotaba el Antiguo Mercado Público de la ciudad murciana, antigua meca de los buscadores de fortuna, la Nueva California, como fue llamada, y hoy un municipio en el que las minas son solo un recuerdo.
Poveda, sin embargo, sí encontró aquí su Dorado y su fortuna. Fue hace 20 años, cuando arrasó en el prestigioso concurso del festival, su trampolín para darse a conocer. Por eso este año, al cumplirse 20 años de aquel sonado éxito (el cantaor catalán tenía entonces también 20 años, así que la suma para calcular su edad actual es fácil) se le ha dedicado esta edición del festival y se le ha nombrado hijo adoptivo.
Así que Poveda, que llevaba tres días tomando antibióticos por una inoportuna afección de garganta, no quería fallar. “En cualquier otro lugar, en estas condiciones, hubiese suspendido la actuación, estoy enfermo y ya está, pero aquí, ante vosotros, ante la gente de la Unión y los muchos seguidores que han venido de otros lugares a escucharme, tenía que cantar, lo haré mermado de facultades, al 50%, pero poniendo 100% de mi corazón”.
Pero Poveda jugaba en casa, el partido lo tenía ganado antes de salir. El público, que esperaba expectante este recital, cariñoso y cálido con el artista, estaba entregado de antemano, y le dedicó una primera sonora ovación como muestra de su apoyo, estuviese como estuviese su voz esta noche.
Peleándose con ella, y con la sobria y atenta guitarra de Juan Ramón Caro (su compañero también en aquella aventura de hace veinte años) comenzó a templarse por malagueñas, como aquella noche en que el tiempo pareció pararse en unas simples pruebas selectivas para el concurso. Debajo del añejo eucalipto de la peña flamenca de la Unión la historia del flamenco dio un vuelco.
Ahora, 20 años después, entonaba el mismo palo, malagueñas, una de ellas la de aquella noche, la del Mellizo. Se peleaba con los tercios, lo de la afección no era una excusa, Miguel lo estaba pasando mal, pero su honradez profesional y su cariño hacia la Unión hicieron milagros. Siguió por alegrías de Cadiz, también renqueante, convaleciente.
Pero a partir de ahí su voz acabó encontrando su centro, como dice una copla flamenca, y vino una soleá muy jonda, y luego una tanda de mineras, una de ellas dedicada especialmente hacia el desaparecido Pencho Cros, uno de sus maestros en estos cantes, hacia quien siempre muestra su respeto y amor.
Y luego otros muchos cantes, incluidos Callejón del agua y un precioso popurrí de canciones por bulerías de aquella magistral pareja que fueron Lole y Manuel. Y fandangos y hasta una patadita por bulerías de Miguel y otra de Carlos Grilo.
El público lo piropeaba, lo jaleaba, y Poveda, por si acaso había decepcionado a alguien, que no lo parecía, prometió repetir en otra fecha, gratis, el recital. De su generosidad en este sentido da fe este cronista, que lo ha visto repetir sin descanso un recital en una caja de ahorros para compensar a la gente que había quedado en la calle sin poder entrar a escucharlo.
Fue una noche hermosa, de reencuentro y de celebración, de buen cante, de buen toque. “Noto que estando peor de voz estoy cantando mejor que otras veces”, bromeó Poveda. Pues puede que fuese cierto, la merma de facultades lo hizo cantar al límite de la expresividad emocional, que era lo que requería esta jornada, veinte años después.
Babelia
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