Blancas y con lana, ovejitas
Morante, Perera y Talavante hacen el rídiculo ante unos toros inválidos, que parecían borreguitos en las Colombinas
Los toros, por llamarlos de alguna manera, lucían capa negra, pero parecían ovejitas. Solo el color los delataba, porque su condición era más propia de ese borreguito pequeñín, suave y simpático que da nombre a un detergente para prendas finas y delicadas.
Seis ejemplares de correcta presentación, inválidos, sosa nobleza, contrastada mansedumbre, mirada afligida, andares desequilibrados, imagen sospechosa de una juerga cercana con alcohol u otros brebajes incluidos, pero de bondad infinita y almibarada dulzura. Ovejitas, al fin y al cabo, a las que solo faltaba una frondosa lana que las recubriera.
Jandilla/Morante, Perera, Talavante
Toros de Jandilla, correctos de presentación, mansos, muy blandos, nobles y sosos.
Morante de la Puebla: bajonazo atravesado (oreja); _aviso_, estocada, un descabello _2º aviso_ y siete descabellos (ovación).
Miguel Ángel Perera: bajonazo (ovación); dos pinchazos y estocada (ovación).
Alejandro Talavante: estocada (oreja); sartenazo y un descabello (ovación).
Plaza de Huelva. 2 de agosto. Corrida de feria. Tres cuartos de entrada.
Vale que las figuras más refulgentes del momento pretendan aliviarse en plazas de menos responsabilidad; vale que la vida solo hay que jugársela de verdad diez o doce tardes en toda la temporada, y que la generosa Huelva no esté entre ellas. Vale. Pero no es serio que esos toreros pretendan ponerse flamencos con estos toretes lisiados a sabiendas de que no es posible la emoción; a sabiendas de que vienen a tirar las tres cartas y esperar que suene la flauta para cortar una orejita, no hace falta más, y cumplir el expediente.
El problema, y ellos lo saben, es que con estos borregos no tiene sentido intentar el toreo. El problema, y ellos lo saben, es que todo es un teatro de mentira, una burda farsa, de la que salen aburridos y engañados todos los que pasan ingenuamente por taquilla.
El cartel era de postín: Morante, Perera y Talavante, nada más y nada menos. Y toros de la muy afamada ganadería de Jandilla. Pues, nada de nada. Ni los de luces ni sus oponentes ofrecieron ni una sola pincelada para el deleite. Ya se sabe que si no hay toros, todo es mentira. Y ayer solo hubo ovejitas vestidas de negro.
Por tal razón, los tres toreros hicieron el ridículo, aunque nadie se lo recordase; aunque ese gentil público de Huelva les agradeciera con exagerados aplausos el supuesto esfuerzo realizado. Pero ellos, los toreros, saben que todo fue una pantomima irrespetuosa.
Tal es el caso de Morante, poseedor de una gracia innata que le permite hacer bonito todo lo que toca. Pero emocionar es otra cosa. Ayer toreó como en el patio de su casa en una faenita de detalles ante su primero, un bendito derrengado, y en una labor interminable y aburrida ante el cuarto.
Perera es torero poderoso y se le ve impotente y carente de recursos ante los borregos. Toda su labor, -muletazos limpios y ligados, a veces- careció de vida. Y mecánica y cargada de rutina fue la imagen que ofreció Talavante, a años luz de la personalidad que lo ha convertido en figura.
En fin, un tostonazo que no merece afición alguna. Un triste sucedáneo de la fiesta que una verdadera figura del toreo no debería permitir. Con las ovejitas todo es muy bonito y suave; pero una corrida de toros es otra cosa.
Babelia
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