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LIBROS / ENSAYOS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Ajedrez… y más allá

El último libro de Leontxo García muestra como el milenario juego podría cambiar el mundo del conocimiento

Spassk y Fischer, en sus partidas en Islandia, en 1972.
Spassk y Fischer, en sus partidas en Islandia, en 1972. CHESTER FOX / CAMERA PRESS DIGITAL

Lo deja caer Leontxo García en su libro, Ajedrez y ciencia, pasiones mezcladas: existen auténticos niños prodigio en pocas disciplinas, quizá solo en tres, matemáticas, música y ajedrez. La expresión niño prodigio no significa aquí talento admirable para su edad, sino admirable en valor absoluto. Fuera de estas tres disciplinas existen genios adolescentes que escriben, que pintan o que juegan al fútbol, pero nunca llegan a disputar el mismo espacio que ocupan los genios adultos. Sin embargo, a los 12 años Arturo Pomar hizo tablas con el legendario Alexander Alekhine, los conciertos del Mozart adolescente forman parte del repertorio de los grandes violinistas y cualquier matemático admira la Teoría de Grupos que Galois concibiera siendo aún menor edad. ¿Por qué? ¿Qué tienen en común el ajedrez, la música y las matemáticas? La afilada observación de Leontxo no es fácil de analizar. Se diría que la matemática, la música y el ajedrez son construcciones puramente mentales que deben su eficacia a un lenguaje universal y potente.

El texto de Leontxo García rebosa de intuiciones que manan del ajedrez y van más allá porque está escrito por un observador que es a la vez jugador, periodista y amante pasional de este juego milenario. Lleva décadas como testigo directo de los grandes acontecimientos ajedrecísticos desde que, como tantísimos otros, fuera abducido y seducido en 1972 por el encuentro entre Fisher y Spassky por el título mundial. Desde entonces el autor ha estado siempre en primera fila como testigo, como divulgador y como conversador imprescindible. Algunas de sus conclusiones merecerían encontrar la manera de trascender. Mencionaré solo cuatro.

La primera tiene que ver con el mundo de los genios del ajedrez. Cada generación tiene dos o tres jugadores de leyenda. Conversar sobre sus aciertos y errores alimenta la creatividad humana: José Capablanca, la apisonadora invencible; Tigran Petrosian, la calma granítica por posición; Mijaíl Tal, la imaginación arriesgada por combinación; Bobby Fisher, la rebeldía innegociable del genio de todos los genios; Garry Kaspárov, líder durante dos décadas y, para muchos, el más grande de todos los tiempos; Miguel Najdorf, un portento mental que en 1947 jugó 45 partidas simultáneas (!) a ciegas (!!) ganando 39, empatando 4 y perdiendo 2, durante 21 horas seguidas, mientras sus adversarios se turnaban para descansar (¿cómo se consigue algo así?, el libro lo explica); Magnus Carlsen, el jovencísimo número uno actual y más fuerte jugador de la historia (según el coeficiente ELO)… Por cierto, algo similar ocurre con las personalidades de los grandes violinistas: Yasha Heifetz, el rigor electrizante; Isaac Stern, la profundidad envolvente; David Oistrakh, la rotundidez expresiva ; Yehudi Menuhin, el sonido del espíritu; Zino Francescatti, la frescura mediterránea; Nathan Milstein, la elegancia cristalina; Michel Rabin, el virtuosismo de terciopelo… sin olvidar, tampoco aquí, el gran interés de sus fallos y defectos.

Un resultado central del libro está en la aportación que el ajedrez puede hacer a la educación. Y no se trata de una sospecha sino de toda una serie de argumentos encadenados: el ajedrez desarrolla la capacidad de análisis y de toma de decisiones, enseña a valorar situaciones, no busca excusas o culpables y estimula el ejercicio de una gran diversidad de aspectos de la inteligencia. Yo solo añadiría que el ajedrez prestigia y entrena la conversación. En ciencia toda comprensión ocurre en el extremo de alguna forma de conversación: observar o experimentar es conversar con la realidad, reflexionar es conversar con uno mismo, trabajar en equipo requiere conversar con los colegas…, pero nuestro vicio más extendido consiste en no escuchar al interlocutor mientras se espera turno para volver a hablar. ¿A qué jugador de ajedrez se le ocurriría mover pieza sin interesarse seriamente por el último movimiento de su adversario?

La tercera sospecha de Leontxo García se centra en la relación entre el ajedrez y la salud. En los últimos años han aparecido varias investigaciones científicas sobre el impacto de la práctica del ajedrez en ciertas funciones cerebrales. El dato más relevante tiene que ver con la enfermedad de Alzheimer. La revista New England Journal of Medicine publicó un trabajo en 2003 que mostraba que las personas que juegan regularmente al ajedrez reducen el riesgo de contraer esta enfermedad en un 75%. La muestra era de 469 personas de más de 75 años. Hoy la investigación continúa con vigor, pero, mientras tanto, hemos ganado un argumento más a favor de la introducción del ajedrez en la educación.

Y mencionemos finalmente la situación creada por la descarada superioridad de los ordenadores sobre los humanos en ajedrez (épica crónica en el libro sobre la derrota de Kaspárov frente a las máquinas). Las preguntas son ahora turbadoras. ¿Estamos ante el fin del ajedrez? El ajedrez no morirá con los ordenadores por la misma razón que el ciclismo no ha acabado con el atletismo (Karpov dixit), pero la rápida sofisticación de los programas ya ha cambiado la práctica del juego (es decir, ya no se aplazan las partidas). Por otro lado nacen nuevas modalidades de torneos (es decir, partidas en las que los jugadores acuden con su propio ordenador, una especialidad Homo sapiens-máquina comparable a la fórmula 1 en automovilismo).

¿Piensan ya las máquinas? Muchos entusiastas del silicio son coherentes con el nombre que dan a su especialidad: la inteligencia artificial (¿un abuso del lenguaje?). Sin embargo, aún estamos lejos de vivir la profecía de Arthur Clark que alude al día en el que los ordenadores se enamoren o no se dejen desenchufar. Un programa de ajedrez de 50 euros ya gana al campeón del mundo, aunque sea incapaz de dar el pego manteniendo una simple conversación con un humano sin que se le vea el plumero (criterio de Turing). Gracias al ajedrez existen hoy ordenadores que diseñan tácticas y estrategias, que calculan miles de millones de posiciones por segundo, que combinan o consultan todas las partidas de la historia, pero no solo eso: también parecen empezar a manejar intuiciones.

Según Leontxo García, el ajedrez podría cambiar el mundo de la salud y del conocimiento. Y yo le creo.

Ajedrez y ciencia, pasiones mezcladas. Leontxo García. Crítica. Barcelona, 2013. 268 páginas. 21,90 euros.

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