“¡Maalouf! ¡Que estás en Vitoria, tío!”
El sobrino del escritor libanés triunfa y Melody Gardot no decepciona
Va Ibrahim Maalouf y nos dice lo contento que anda por tocar en Italia, y al personal, que le entra la risa tonta. “¡Este no se ha enterado de dónde ha venido!”, le suelta un paisano a gritos: “¡Que estás en Vitoria, tío!”. Mira por dónde, Maalouf anduvo hace solo un año en esta ciudad, y del éxito clamoroso que obtuvo viene el que se le haya contratado de nuevo con ascenso de categoría: de futurible a estrella. O dicho de otro modo: de tocar en las sesiones vespertinas del Teatro Principal a la sesión de noche sobre el escenario de Mendizorrotza.
El sobrino del escritor y Premio Príncipe de Asturias Amin Maalouf presentó su banda cuajada de estrellas, con la que toca la música que ha compuesto para ser interpretada con la película de René Clair La proie du vent, de 1927. Para ese trabajo se inspiró en la música de Ascensor para el cadalso, de Miles Davis. Así que tuvimos una sesión de música para cine, pero sin cine. Acaso no hubiera estado de más si se nos hubieran proyectado las imágenes que inspiraron al beirutí; otros antes que él lo han hecho (¿recuerdan el Metrópolis de Queen?).
Dicho lo cual, Maalouf es un trompetista extraordinario, con un deje a la Miles que le honra. A veces, hasta toca de espaldas al respetable, como hacía Davis. De espaldas o de frente, su música atrapa, tanto como su gracejo presentando los temas.
El beirutí homenajeó a Miles Davis y al cine pero sin cine
Lo que no puede decirse de quien le sucedió en el escenario: Bill Frisell, número uno en todos los polls entre los guitarristas de jazz, que vino a presentarnos su nuevo proyecto. En él nos dice que para hacer bien el amor hay que venir al Big Sur, que es el lugar situado en la costa californiana por el que muchos, desde Henry Miller a Kerouac, sienten o han sentido debilidad. Claro, la música de Frisell no es exactamente la de Raffaella Carrá, y tampoco la de Maalouf. En el caso del norteamericano, podría hablarse del producto de una ensoñación, quién sabe si de una insolación también; un viaje en el tiempo hacia una América rural de perfiles tarantinescos y sonidos delicados envueltos en la bruma; una música minimalista, oriental, casi, con los intérpretes sentados en medio del escenario formando un corro, la batería por un lado, el cuarteto de cuerdas por el otro, y, en medio, el líder. Llamarlo jazz resulta un disparate.
Para escuchar un género reconocible como tal, tuvimos que esperar al concierto del pianista Jacky Terrasson el jueves. Junto al jazzista galo, un elenco de estrellas del género nacidos o residentes en Francia; lo propio en una edición del festival que nos ha salido pelín afrancesada. Buenos músicos todos ellos, pero sin mucho que ver entre sí, por no hablar del repertorio elegido para la ocasión, absolutamente inapropiado. Con esto que cada cual naufragó en lo suyo, y el líder, en particular, con su versión de Bésame mucho, que muy bien podría haberse ahorrado. Escuchar a todo un Michel Portal rozando el ridículo acompañando a una versión juvenil de Sarah Vaughan, la tal Cecile McLorin, resultó una imagen patética. Para eso, pensó más de uno, me quedo con Melody Gardot.
Lo mejor de la diva Gardot fue su tributo a Cesárea Évora
El concierto de la diva respondió a las expectativas, con sus altibajos, que los hubo, pero aún así. Cuesta trabajo encajar su fama de artista caprichosa con su imagen campechana sobre el escenario. Vestida de negro, tacones de aguja y pañuelo en la cabeza, la nueva ambición rubia que, en realidad, es morena, cantó tanto como habló, aunque no todo lo que habló es reproducible. Incluso enseñó cacho, pero así son las divas: imprevisibles. El suyo fue un espectáculo contundente para lo habitual en ella, con una mise en scène cuidada, y un repertorio variopinto y marchoso. Lo mejor, su homenaje a Cesária Évora (Saudade).
A falta de la última jornada, el mejor concierto del festival hasta el momento, con diferencia, lo ha protagonizado un genio del piano en las sesiones del Principal. Craig Taborn tocó el pasado miércoles ante no más de 150 o 200 espectadores, la mitad de los cuales huyó a la mitad del mismo con dirección al bar más cercano.
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