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Benicàssim, jungla de dudas

Tras haber corrido serio peligro, el FIB abrió ayer sus puertas, aunque sin su viejo espíritu ‘indie’ y sin que los nuevos inversores británicos garanticen el futuro

Daniel Verdú
Asistentes al FIB en una de las playas de la localidad.
Asistentes al FIB en una de las playas de la localidad.ANGEL SANCHEZ

Es verdad que ya no era lo mismo y que quizá todo se ha vuelto demasiado británico. Puede que estuviera plagado de patrocinadores, que la famosa piscina donde se forjaba la leyenda del festival no tuviera ni agua o que en el cartel ya cupiese hasta el bochornoso playback de David Guetta. Sin embargo, la muerte del FIB —la económica—, que estuvo rondando las últimas semanas por la cabeza de todos, hubiera sido muy simbólica para toda una generación de melómanos indies que encontraron por primera vez en España en los años 90 un gran evento que respondiera a sus entonces extraños gustos. De momento, sobrevive. Dos socios británicos se han quedado con el 65% del festival y lo han salvado de la quiebra. Y el FIB llegará a la veintena en su siguiente edición. Será ya de la mano de sus terceros dueños, con el reto de devolverle el espíritu que lo convirtió en una referencia europea.

La empresa es complicada. Ni el certamen de Benicàssim es lo que era ni la música indie es ya un género-nicho que atraiga a un público seleccionado de diferentes rincones de España. Todos los festivales en Europa —y la competencia es dura— tienen carteles parecidos. Y mejor que nada, el FIB representa también la industrialización de un sonido que con los años se ha convertido prácticamente en el modelo de representación institucionalizada de los gustos de una juventud que hoy se extiende hasta más allá de los 40 años. Puede que todavía exista el concepto (desde luego, no en el cartel de este festival), pero la palabra es un completo absurdo atendiendo a quienes manejan el negocio. Esa bandera purista la enarbolan ahora otros festivales. Y para la mayoría de su público (el 70% de los asistentes son extranjeros y de ellos el 85% es de origen británico) el FIB se distingue por ser una experiencia vacacional de sol, playa y música (como reza su lema: sea, sun, sound) que, entre una cosa y otra, se alarga una semana.

Al debate generado en los últimos tiempos sobre su cambiante identidad —a raíz de la compra del certamen por el irlandés Vince Power— se ha sumado este año un grave problema económico. Maraworld, la empresa que gestiona el FIB, presentó el pasado febrero un concurso voluntario de acreedores, y un juzgado de Madrid nombró a un administrador concursal que tenía que dar el visto bueno a los pagos a proveedores y acreedores. Pero no había un duro en la caja. Y Power tuvo que vender —dio la sensación que a la desesperada al ver que los operarios se negaban a comenzar el montaje— el 65% de festival a las promotoras del irlandés Denis Desmond y del británico Simon Moran, SJM Concerts. Nadie sabe qué sucederá el año que viene, pero no tendría ningún sentido que después del desembolso el festival desapareciese. El nombre de sus dueños originales, los hermanos Morán, se cuchichea estos días también como mantra salvador.

Un visitante del Festival siestea antes de los primeros conciertos de ayer.
Un visitante del Festival siestea antes de los primeros conciertos de ayer.ÁNGEL SÁNCHEZ

Power seguirá tres años más como consultor. “Hemos hecho esta operación para asegurar el futuro del festival. Los nuevos socios son muy sólidos. Dije que me iba, pero quisieron que permaneciese como consultor. Seguiré haciendo festivales hasta el día que muera”, explica en la zona VIP del evento minutos antes de que la música empiece a sonar. A Power se le ve disgustado y explica sin tapujos que la caída en la venta de entradas en sus otros festivales arrastró también al FIB al lodo. Monta festivales desde 1982, dice, y nunca había pasado por una recesión así. Y, por supuesto, está seguro de que la abrumadora extranjerización del Festival de Benicássim no ha tenido nada que ver en todo esto. “Yo no miro de dónde viene la gente. Son solo fans de la música. No entiendo esa crítica. Así es como diseñaron también el festival los Morán para que sobreviviese. Pensaban que era el futuro. Y es algo bueno para la economía española, muy basada en el turismo”.

Vienen menos y regatean como si fuera Marruecos”, dice un hostelero

Y precisamente todos esos fibers volvieron a poner nombre ayer al Eldorado playero que encuentran cada año al bajar de la correspondiente aerolínea de bajo coste. Desde luego no buscan los grupos minoritarios o los afters, como aquel Freezer, que se montaban a la salida (hasta que la Guardia Civil irrumpió en 2006 para cerrarlo). Son una vacaciones con los suyos. “Es la primera vez que venimos. Lo hemos escogido porque era barato, hay sol y suena la música que escuchamos en Inglaterra. Ya sabíamos que nos encontraríamos a muchos británicos, por eso nos gusta”, explica Matilda, londinense de 19 años mientras abre una lata de atún con sus dos compañeras de viaje. Justo enfrente, el restaurante Torreón mantiene llenas sus mesas a la hora del desayuno, pero acusa notablemente la caída de público este año. “Vienen menos y, además, regatean como nunca. Piensan que están en Marruecos. Lo estamos notando mucho”, dice Mauro, el encargado.

Las malas noticias han corrido como la pólvora entre el público y los comerciantes del pueblo esperan este año una caída de entre un 20% y un 30% de las ventas. Hasta no hace tanto, el FIB tenía una repercusión directa sobre la población de Benicàssim de unos 18 millones de euros, según un estudio hecho público por la propia empresa organizadora en 2011. “Pero estos chicos ya hacen más gasto en el Mercadona que en los restaurantes”, explica el encargado de Les Barraques, uno de los restaurantes de Benicàssim. En cualquier caso, el pueblo sufriría lo indecible si el festival desapareciese.

Los 'fibbers' pusieron remedio como pudieron al calor agobiante.
Los 'fibbers' pusieron remedio como pudieron al calor agobiante.Á. SÁNCHEZ

Para los británicos, venir al FIB es una experiencia de bajo coste, aunque ya muchos extranjeros prefieran ir de festivales a Croacia o Hungría, destinos todavía más baratos y con espectaculares carteles. Para los españoles, y esa ha sido una de las heridas sangrantes del festival, ese plan se encuentra ahora en eventos como Low Cost, que tiene lugar en Benidorm el siguiente fin de semana. Y si bien la situación aislada del festival no es dramática —el problema es que Music Festivals PLC (la firma matriz británica) salió en junio de 2011 al mercado para captar 7,5 millones de euros con el fin de poder financiar nuevas adquisiciones y su cotización fue suspendida un año después al no conseguir la inyección de capital—, la caída de público ha sido la más abultada de todo el sector en España (se esperan entre 25.000 y 30.000 asistentes diarios, cuando hace dos años fueron 50.000). De hecho, sus competidores no han parado de crecer en los últimos tiempos. Power lo atribuye, en parte, a que se trata de festivales urbanos que no requieren un desplazamiento tan costoso como ir a Benicàssim.

Cuando corrió el rumor de que el FIB iba a cambiar de manos de nuevo, uno de los grandes empresarios del sector dijo al ser preguntado sobres sus hipotéticas intenciones al respecto: “¿Quién querría comprar un caballo muerto?”. Pero el caballo no está ni mucho menos liquidado. En todo caso, un poco cojo. Y si algo saben los ingleses (sus nuevos dueños) es apostar en el hipódromo al ganador. Este año toca salvar los muebles. El que viene, el Festival Internacional de Benicàssim cumplirá 20 años. Ocasión perfecta para recuperar las esencias que lo forjaron.

El irlandés que se va

Vince Power es el típico hombre hecho a sí mismo. Un irlandés que empezó desde muy abajo y logró montar una sala de conciertos con su ahorros, el Mean Fiddler londinense. Aquel contacto con la música y su extraordinaria capacidad de trabajo le permitieron en poco tiempo convertirse en amo y señor de los festivales en Reino Unido. Pero en un momento dado, vendió su empresa y una de las cláusulas que impusieron sus compradores fue que no pudiera planear ningún otro negocio de ese tipo su país hasta al cabo de cinco años. Era demasiado peligroso.

La prohibición temporal le trajo a España cuando vio la oportunidad de comprar el FIB a los hermanos Morán en 2006. Compartieron la dirección durante tres años y luego empezó a volar solo. Ayer, en la que será su última edición como dueño y director, abrió personalmente las puertas del recinto para recibir a los fibers.

Power tuvo momentos de gran éxito, recuerda sentado en el vip del FIB con esa voz sosegada de empresario curtido en mil peleas. Como cuando hace dos años metieron a unas 50.000 personas diarias en el recinto. “Cuando juzgas la carrera de alguien, debes tener en cuenta algo más que dos años. Tuvimos un momento excepcional aquí, pero la recesión ha sido terrible. Nunca había conocido algo así, en ninguna década. Es algo increíble. Pero el FIB está a salvo y aprenderemos de nuestra experiencia. Este festival es más grande que yo o que las autoridades locales. Haremos una gran celebración para el 20º aniversario. Ha sido un año duro, pero aquí estamos. Y todo el mundo ha cobrado”, señala.

Power atribuye parte de la caída de entradas a la crisis en España y a la dificultad de cuadrar siempre un cartel apetecible. “Este es un festival muy caro, 180 euros. Y cuando estás sin trabajo es complicado. Y este festival es muy costoso de hacer”.

Y a eso se añade la absurda subida del IVA cultural del 8% al 21%. “No se puede exprimir así a la gente”, protesta. Pero es la única queja. Con una elegancia que algunos no le atribuían en sus críticas estos días, se despide sin querer criticar a absolutamente a nadie. NI siquiera a la competencia feroz que le ha salido en los últimos años al evento y que, en ocasiones, puede haber dificultado las cosas. Hay muchísimos. Pero gran parte de ellos está sufriendo y encontrarán muchas dificultades en seguir adelante”.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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