Manzanares, amable e insustancial aniversario
El festejo fue un sentido homenaje a la familia Manzanares al que los toros no añadieron nada
Se celebraba con toda pompa el décimo aniversario de la alternativa de José María Manzanares; y allí estaban el padrino y amigo, Enrique Ponce, el abuelo, el padre, el hermano rejoneador, las hermanas en el tendido, muchos partidarios alicantinos y una plaza prácticamente llena para conmemorar la feliz efeméride de un venturoso hijo de la tierra.
La verdad es que el festejo fue un sentido homenaje a la familia Manzanares, inundado todo por la amabilidad, el sentimiento, los abrazos y las lágrimas. Así, el momento culminante de la corrida fue cuando Ponce brindó la muerte de su primer toro a las tres generaciones, y la plaza ovacionó a un abuelo emocionado, que estaba viviendo uno de esos instantes que, a veces, se sueñan en la vida, y casi nunca se cumplen. En esta ocasión, sí, Alicante se abrazó a toda la familia manzanarista y se dispuso a disfrutar de un momento tan especial.
En fin, que el homenaje resultó emotivo, cariñoso, festivo, familiar, y añádanle los calificativos que cada cual prefiera. Tanto es así, que sobraron los toros. Mejor dicho, que el festejo hubiera sido igual de enternecedor si se hubiera celebrado una cena en lugar de una corrida mixta. Los toros no añadieron nada a la celebración. Correctamente presentados para una plaza de segunda, mansones en general en los caballos, nobles y manejables, a excepción del quinto, muy desclasado, pero todos ellos se fueron al otro mundo sin dar de sí lo que llevaban dentro; en el caso del joven rejoneador Manuel Manzanares, por su evidente impericia y su preocupante falta de rodaje para el lugar que ocupa por ser hijo y hermano de quien es; Enrique Ponce, porque está de vuelta, con pocas ideas y menos ilusión; y el homenajeado Manzanares, porque prefirió tirar unas líneas y no embraguetarse.
DEL RÍO Y SAN MATEO / MANZANARES, PONCE, MANZANARES
Cuatro toros de Victoriano del Río, justos de presentación, mansos y nobles; encastado el tercero y deslucido el quinto; y dos, despuntados para rejoneo, de San Mateo y San Pelayo, mansos y manejables.
Manuel Manzanares: rejón trasero y un descabello (ovación); rejón trasero y un descabello (oreja).
Enrique Ponce: casi entera (oreja); pinchazo y bajonazo (palmas).
José María Manzanares: casi entera (dos orejas); media tendida (oreja).
Plaza de Alicante. 22 de junio. Corrida de feria. Lleno.
En suma, que los dos toreros parecían más preocupados por la fiesta que por el toreo. A ninguno de los dos se le vio metido en faena, comprometido con lo que tenía entre manos y dispuesto a jugarse el tipo para hacer el toreo y divertir a la concurrencia.
Ponce no se pasó más despegado a su primero porque no pudo, pero bien que lo intentó en una labor deslavazada, sin ligazón ni templanza, y cargada de desconfianza. Dio muchos pases y no dijo nada. Muy desclasado era el quinto, pasó fatigas y acertó a darle tres molinetes acelerados.
José María sorteó el mejor lote, pero su cabeza estaba en otro sitio. Se lo llevaron a hombros, pero todo su toreo fue superficial, insustancial, sin apreturas… Casi como un entrenamiento en familia, que era en realidad la corrida. Estuvo muy debajo de su encastado primero, y sin contenido ante el noble y rajado sexto.
Pero el público se lo pasó en grande. La gente pedía las orejas con un entusiasmo tan desbordante como sorprendente. La verdad es que corridas como esta no hacen afición, pero son propensas al abrazo y la lágrima fácil, que de todo debe haber en la viña del toreo…
Babelia
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