El museo que perdió la fachada
El Centro de Cerámica de Triana habla tanto de alfarería como de su barrio
Lejos de anunciarse y reclamar la atención, algunos nuevos museos invitan a ser descubiertos. Se insertan en el barrio en lugar de recortarse entre sus calles para indicar, también desde la arquitectura, otra manera de relacionarse con la ciudad. Y con la cultura. No necesitan hacer tábula rasa. Están construidos con los retales del pasado. Así ha sucedido con el nuevo Centro de Cerámica en Triana (Sevilla), un museo que habla de la alfarería tanto como del barrio en que se ubica: un vecindario, al otro lado del Guadalquivir, donde conviven viviendas populares y comercios y la vida se hace en la calle.
La producción de cerámica fue una de las actividades en las que se fundamentó el desarrollo de Triana, un barrio popular convertido en territorio “con capacidad para descubrir nuevas posibilidades en el uso de su tejido heterogéneo y diverso”, cuentan desde AF6 Arquitectos, los autores de este proyecto ganador de un concurso.
El museo es un zurcido urbano: una demostración de cómo las ciudades crecen por las buenas, a capas, o por las malas, con piquetas y derribos. La suma de dos parcelas interconectadas donde existen tres edificios adosados con fachadas diferentes hacia la calle conforma el museo. El primer inmueble sirve de acceso y está revestido con azulejos publicitarios de Cerámica Santa Ana, la fábrica oculta en la trasera del solar. El segundo, más austero, tiene un aspecto fabril. El tercero era una casa de pisos de tres plantas.
Tras esos tres edificios se esconde la antigua fábrica de cerámica que se cerró a finales del siglo pasado después de más de un siglo en funcionamiento. Ese cierre reciente ha conservado los siete hornos de cocción cerámica, los pozos de agua, los molinos, los depósitos de pigmentos, los talleres y los almacenes intactos. Pero además, en excavaciones arqueológicas, se encontraron restos de otros hornos, los más antiguos, del siglo XVI. Dos también se han integrado en este proyecto que, de un solo vistazo, enseña que la cerámica tiene que ver con la tierra y con el tiempo.
Por todo eso, más allá de hablar de lo que expone —la cerámica—, el nuevo museo habla de la ciudad: de un proceso histórico en el que la colonización del espacio interior tenía relación con la solución de las necesidades que iban surgiendo: fabricar, ampliar, alojar, almacenar, modernizar. El nuevo centro pone en valor esa convivencia y se infiltra en la compleja trama del arrabal de Triana, generando un paisaje urbano interior de gran riqueza espacial. Las nuevas construcciones adaptan su altura y su forma a la de los edificios existentes en el conjunto.
El proyecto no grita. En lugar de apelar al espectáculo, lo acoge en su interior: un espectáculo de pocos decibelios y gran intensidad destinado a un público tratado como adulto que busque disfrutar entendiendo el origen de las cosas. Sin fachada, no altera el perfil de Triana. Como el laberinto que puede ser el pasado o una ciudad: se descubre al entrar.
Babelia
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