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PURO TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Pasión dialéctica

José María Pou dirige, protagoniza y firma la traducción de 'A cielo abierto' de David Hare El actor entabla un mano a mano memorable con la superlativa Nathalie Poza

Marcos Ordóñez
Nathalie Poza y José María Pou, en una escena de 'A cielo abierto'.
Nathalie Poza y José María Pou, en una escena de 'A cielo abierto'.Kote Rodrigo / Efe

José María Pou ha sido el gran adalid en nuestro país de Skylight, que llega al Español con el título de A cielo abierto. Se enamoró de la obra de David Hare desde que la vio en 1995, en el National de Londres, con Michael Gambon y Lia Williams, y la ha protagonizado cuatro veces, con distintos repartos. Se cumplen ahora diez años de su estreno en catalán, en el Romea, y la función sigue tan intensa y necesaria como el primer día, lo que quiere decir que sus cuestiones son eternas y que Pou no se equivocaba. Esta vez, en la más pura tradición del actor manager británico (o del primer actor español a la antigua usanza) triplica sus quehaceres: protagoniza, dirige y firma la traducción castellana con similar excelencia.

Yo he visto cinco veces esta función y cada vez me gusta más. Es una gran obra, apasionada, sincera, compleja, que va derecha al cerebro y al corazón del público. Siempre (otra muestra clara de su valía) ha hecho arrugar la nariz de los cínicos: “¿Qué puede tener de extraordinario el careo entre el propietario de una cadena de restaurantes y una maestra de suburbio? ¿Otra obra con mensaje? ¿Volvemos a los setenta?”. No, volvemos al presente, presentísimo: a lo que nos está pasando. La acción se sitúa en un piso pequeño y helado del norte de Londres (minuciosa escenografía, aunque un punto posh, de Llorenç Corbella), donde vive Kyra Hollis (Nathalie Poza), y en el que irrumpe de madrugada Tom Sergeant (José María Pou), desnortado tras la muerte de su esposa y obsesionado por recuperar el amor de su vida. La historia de A cielo abierto se centra en la larga conversación, mientras cae la nieve, de esos dos amantes que siguen queriéndose con locura, pero cuyas formas de ver el mundo y entender la vida les han vuelto irreconciliables. Tom no puede comprender que aquella chica tan brillante y prometedora, la número uno de su promoción, malgaste su vida dando clases en un lejano barrio de emigrantes: “Has luchado desesperadamente para entrar en un mundo del que todos luchan desesperadamente por salir”. Kyra más claro no se lo puede decir: “¿Mi futuro? Seguir haciendo un trabajo en el que creo. ¿Que por qué estoy ayudando a esos críos? Les ayudo porque creo que necesitan ayuda”.

A cielo abierto es una gran pieza de debate, pero ahora también una gran comedia romántica por el feeling entre Pou y Poza

Hará diez años, José María Pou interpretaba a Tom como un animal herido, bronco, posesivo. Ahora vemos su vulnerabilidad a flor de piel, el peso de la culpa sobre los hombros, un poco lento el andar, como el ciruja del tango. Hay en él ahora algo conmovedor, algo de niño perdido, cuando estalla y la acusa de sustituir un gran amor “concreto” por amores “abstractos”, generales: “¿Quieres a todo el mundo y no puedes quererme a mí?”. A cielo abierto es una gran pieza de debate, de enfrentamiento ideológico, pero es ahora también una gran comedia romántica por el feeling, la química, la poderosísima corriente de sentimiento entre José María Pou y Nathalie Poza. Han vuelto, de algún modo, a los orígenes, porque Pou tiene la transparencia actoral de Michael Gambon, y Nathalie Poza posee la mezcla casi alquímica de dulzura y firmeza de Lia Williams. El riesgo del personaje de Kyra es potenciar en exceso su perfil vindicativo, con muchas cuentas por ajustar: convertirla en la constante y flamígera conciencia de Tom. La Kyra de Nathalie Poza no se muerde la lengua, desde luego, pero exhala una gran serenidad. Es, esencialmente, una mujer que no ha perdido la ilusión, ni la claridad, ni el empeño. Tom, que es un gran intuitivo, cree advertir en ella una excesiva voluntad sacrificial, a lo Santa Juana de los Mataderos, pero eso no rebaja un ápice de su generosidad, de su luz, de su alegría. Una alegría fatigada, porque ha elegido un camino muy difícil, y porque sabe que Tom quiere arrastrarla de vuelta a un mundo que ya no le interesa. Me maravilló, me hipnotizó la fuerza tranquila, la delicadeza, la elegancia de Nathalie Poza. Señal de gran poderío: no busca “demostrar”, no busca lucirse. Ha atrapado (y ahí ha tenido un buen guía) la verdad del personaje y deja que fluya. Los dos (¡máximo logro!) consiguen que sus trabajos parezcan sencillos.

La puesta en escena es transparente, medidísima. Lo que más me seduce del montaje es algo muy difícil de conseguir en teatro: el tono íntimo, el tempo pautado. Sin apresurarse, durante el primer acto se van trazando ante nuestros ojos las líneas maestras de la historia. Está hecho de fintas, de acercamientos cautelosos, de evocaciones, en algún momento un tanto “informativas”; el segundo es una partida de pimpón en la que se juegan el amor, el futuro, la vida entera. El vuelo de ambos intérpretes es descomunal. Si tuviera que escoger un fragmento de ese tejido sin fisuras ni puntos sueltos me quedo con la hermosísima escena de la despedida, que tiene (y eso me parece advertirlo por primera vez) el seco perfume de los grandes maestros: Chéjov, concretamente.

La hermosísima escena de la despedida tiene el seco perfume de los grandes maestros: Chéjov, concretamente.

Sí, otra señal inequívoca de la grandeza: cuando adviertes aspectos nuevos en una obra que creías saberte de memoria. El patronazgo de Terence Rattigan, por ejemplo. La sabiduría compositiva, el reparto de razones, la pasión dialéctica. Pensé en los espléndidos personajes femeninos de Rattigan: en The Winslow Boy, en After the dance, en The Deep Blue Sea. Y escuchando los sarcasmos, las réplicas afiladas de Tom, pensé (nunca se me habría ocurrido) en el humor de Neil Simon. Y en Walter Matthau, claro. El tercer personaje de la función es Edward, el hijo de Tom, a cargo de Sergi Torrecilla, para mí “revelado” en Litus, de Marta Buchaca, uno de los grandes éxitos de la temporada barcelonesa. Recuerda a un Tom adolescente, apasionado, impulsivo. Un poco gesticulante en la primera escena, pero con un peso singular en la última. Nunca me había convencido ese epílogo y ahora me parece tocado por la gracia porque Poza y Torrecilla le insuflan una emoción nueva y pura: es como si Kyra y el “primer Tom” volvieran a encontrarse en un universo paralelo, antes de que todo se fuera al diantre. Estoy convencido de que A cielo abierto va a ser un gran éxito. Y les recomiendo también la nueva versión (reescrita, expandida, remontada) de Una historia catalana, el fenomenal epic de Jordi Casanovas en el Nacional de Barcelona. En breve se lo cuento.

A cielo abierto. David Hare. Dirección de José María Pou. Teatro Español. Hasta el 7 de abril.

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