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Tras la cortina del poder

David Fincher debuta en televisión con ‘House of cards’. Kevin Spacey protagoniza esta serie política que estrena hoy Canal +

Kevin Spacey y Robin Wright, en una escena de la serie 'House of cards'.
Kevin Spacey y Robin Wright, en una escena de la serie 'House of cards'.

House of cards arranca con el congresista estadounidense Francis Underwood poniendo fin al sufrimiento de un perro recién atropellado. Se acerca al animal sin que le tiemble el pulso y suena el inconfundible crujido de un hueso roto. Asúmanlo, avisa la primera escena de la serie: así resuelven problemas los poderosos. House of cards, serie que esta noche (21.30) estrena Canal + 1, es el debut televisivo del director David Fincher (La red social) y la primera producida en la plataforma de streaming Netflix, que hasta el momento ha encargado 26 episodios repartidos en dos temporadas. Basada en una producción británica del mismo nombre, tiene como protagonistas a Kevin Spacey como el maquiavélico miembro del Congreso Francis Underwood y a Robin Wright como su ambiciosa esposa. Kate Mara interpreta a una periodista novata que se sumerge en el engranaje de los favores debidos a través de una improbable alianza con Underwood.

 Al contrario que otras obras de ficción política, House of cards no se entretiene con la sátira ligera. El ojo gélido de Fincher muestra a los políticos como hienas hambrientas de poder y a Washington como un lugar sombrío donde nunca se está lejos de una puñalada trapera. Sin embargo, el director rechaza la idea de que su punto de vista sea cínico: “Es una visión realista del mundo. No es una lección sobre cómo comportarse, no da cucharadas de azúcar a la audiencia como las películas de Capra. Existe gente que hace este tipo de cosas constantemente. Es una mirada tras la cortina”.

Como sucede en la serie original, el personaje de Francis Underwood se inspira en el Ricardo III de Shakespeare, papel que Spacey representó durante un año de gira. El taimado monarca consigue meterse a la audiencia en el bolsillo dirigiéndose a ella directamente, una técnica dramática que también utiliza Underwood. Para Spacey, esta elección formal es lo de menos. “Es evidente que los espectadores cada vez tienen más apego por los antihéroes. Por ejemplo, el protagonista de Homeland no necesita hablar a la cámara para que el público se identifique con él”, argumenta.

El ojo gélido del cineasta retrata a los gobernantes como hienas hambrientas

Amigo personal de Bill Clinton y simpatizante del Partido Demócrata, Spacey evita mojarse sobre el parecido entre la serie y la realidad política. “Ya hemos visto programas con una visión idealizada de la democracia. Son muy entretenidos, pero representan otro punto de vista. Dicho esto no quiero insinuar que todos los políticos sean corruptos, ni hacer juicios generalizados porque terminas pisando mierda. No es justo”, añade. ¿Se reconocerá alguno de sus amigos políticos en su papel? “No trabajo así. Y si lo hiciera no lo manifestaría”, responde con una expresión tan intimidatoria como la de su personaje.

La serie llega en un momento de crisis moral en la clase dirigente y no hará nada para incrementar la confianza de los ciudadanos. “¿Es que existe algún momento en el que no se pensara que los gobernantes mienten más que hablan?”, replica el actor. “El desencanto es endémico. Por ejemplo, el presidente Lyndon B. Johnson era considerado despiadado, pero aprobó con efectividad leyes de derechos civiles. Que se busque hacer el bien no quiere decir que no se tenga que trabajar entre bastidores”.

El guionista Beau Willimon conoce de primera mano los entresijos de la política. Desde su época de estudiante participó en varias campañas electorales, entre ellas la de Hillary Clinton para el Senado en 2000. Willimon, que usó parte de su experiencia para escribir el filme Los idus de marzo, reconoce que la doblez llega con el coche oficial: “Los políticos son por naturaleza hipócritas y nosotros les empujamos a serlo. Por una parte queremos que se comporten como santos, por otra, que lideren bien. Y para dirigir se necesita ser algo cruel. Estoy seguro de que Barak Obama, que ha inspirado a tanta gente y parece idealista, ha tenido que ser despiadado para llegar dónde está”.

Robin Wright es Claire Underwood, una enigmática Lady Macbeth que no permite a su marido ni un síntoma de debilidad. Wright reconoce que no tiene interés en política, pero después de tres décadas en la meca del cine ha aprendido todo lo que necesita sobre conjuras al más alto nivel: “Hollywood funciona con la misma maquinaria que Washington. Diría que el cine es incluso peor”.

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