Nick Cave sigue en forma
El músico australiano regresa tras un paréntesis de cinco años con su banda de siempre El artista y The Bad Seeds publican ‘Push the sky away’, disco hipnótico
Nick Cave (Warracknabeal, Australia, 1957) vive a pocos metros de una escuela de inglés en la ciudad costera de Brighton. Desde el semisótano que hace de oficina, el músico cruza miradas con decenas de chicas, casi todas españolas o italianas, que entran y salen de clase. “Se ríen de mí mientras trabajo”, dice de buen humor en la entrevista que tiene lugar en Londres. “Me ven como a un bicho raro”. Sin sospecharlo, las estudiantes se han terminado colando como presencias insultantemente jóvenes en Push the sky away, el álbum décimoquinto de Nick Cave y su banda The Bad Seeds, con los que no trabajaba desde hace cinco años. Se los podrá ver en el próximo Primavera Sound en Barcelona.
El nuevo disco, que sale el 18 de febrero y ha sido recibido con buenas críticas, es tan hipnótico y liviano que parece escrito tras el cristal de una ventana. “En él aparece un tipo demacrado que se consume mientras mira la vida. Además de contar una historia, incorpora al observador de los acontecimientos”, revela su autor. Ese tipo solitario contempla sirenas tomando el sol y el crudo coqueteo adolescente que Cave define como “los rituales modernos de la fertilidad”.
Pero que nadie se confunda. Nick Cave no tiene ninguna intención de retirarse a una posición de voyeur. “Solo soy analítico durante las entrevistas”, protesta. “No me vuelvo loco diseccionando la existencia. Las canciones se componen de una manera intuitiva. Creo que es una ocupación más abstracta que la de guionista o novelista”.
Desde hace años, Cave mantiene un fértil ritmo de trabajo que solo interrumpe para descansar los domingos. Paralelamente a su prolífica trayectoria musical ha escrito libros (Y el asno vio el ángel, La muerte de Bunny Munro) y guiones cinematográficos, como el del western Sin ley, dirigido por su amigo y colaborador John Hillcoat.
"Internet me ayuda con mi mala memoria. Me la jodí en los setenta"
Cave siente curiosidad por el mundo del cine, llegando a comentar entusiasmado que charló con Naomi Watts durante una fiesta sin darse cuenta de que se trataba de una de sus actrices favoritas. Sin embargo, no tiene en muy alta estima la profesión de guionista. “Es la menos interesante de mis ocupaciones, lo que abandonaría si tuviera que dejar algo. El proceso es un coñazo, un trabajo de perros. No entiendo cómo alguien puede querer dedicarse a eso”. La pregunta inevitable es por qué acepta las ofertas que recibe. “Me arrastraron. El caso es que tengo un talento natural para ello y me resulta fácil. Extrañamente, mis pensamientos vienen en ese formato”.
Con Push the sky away, en cambio, disfrutó del proceso, que se desarrolló en convivencia con la banda que fundó hace tres décadas en un estudio en pleno campo francés. El resultado es un disco de formato clásico que pide escucharse de la primera a la última canción. “No hay esas baladas típicamente Nick Cave. Las canciones van de la mano, comparten referencias y tienen que apreciarse juntas. Mi mánager me preguntó si de verdad esperaba que los chavales se sentaran durante 40 minutos a escucharlo, y yo le contesté que por supuesto que sí. En la industria de la música todo está en el aire, nadie entiende nada, todo vale y hay espacio tanto para la gente que saca un sencillo al mes como para un álbum como el mío”.
Como en cualquiera de las obras de Cave, no puede faltar la presencia de lo divino. Al músico le interesa especialmente la fe ciega como traza humana. “Admiro la capacidad de los hombres de creer en el absurdo, ya sea dios, las 72 vírgenes del paraíso, las sirenas o putos duendes”, revela escogiendo cuidadosamente sus palabras. “Es una capacidad que no debe provocar la risa”.
"De joven me miré al espejo y vi algo que no quería ser. Me hice diferente"
La Red, esa gran deidad omnipresente de nuestro tiempo, también tiene su hueco en Push the sky away. Las canciones están plagadas de referencias a mitos gestados en el ciberespacio y datos sacados de la Wikipedia: “En general, Internet me ayuda con mi mala memoria. Me la jodí en las décadas de los setenta y ochenta”, explica refiriéndose a los años de excesos, adicciones y vagabundeo por Londres y Berlín. “Un día me encontré ese depósito de información al alcance de mi mano. Sé que es poco fiable, pero la memoria también lo es. Me es muy útil para componer porque me documento a fondo para cada canción”.
En el ecuador de su quinta década, Cave sigue luciendo un aspecto impecable e intimidatorio: el pelo teñido de negro, la mirada intensa y un cuerpo fibroso enfundado en un traje a medida: “Es de un sastre que se llama Chris Kerr, pero mejor no lo cuentes”, bromea. Convive con su mujer, Susie Bick (que aparece en la portada de Push the sky away) y sus hijos gemelos de 12 años, a los que no ha logrado inculcar sus gustos musicales: “Escuchan una verdadera mierda de música sin saber ni de qué época viene, ya sea de Daryl Hall y John Oates o de Bruno Mars”, explica cariñoso. Lleva una existencia hogareña y estable que contrasta con su reputación de artista tenebroso con atracción por la violencia y los amores condenados.
Hace tiempo que Cave se libró de los demonios personales y su adicción a la heroína. Otra cosa es que tenga intenciones de desmontar ese personaje: “De joven me miré al espejo y vi algo que no quería ser. Y me convertí en alguien diferente. Eso es lo bueno de ser una estrella de rock, que te permite ser otra persona”.
Babelia
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