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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Campanadas

"Desde hace años, las campanadas persiguen la intimidad entre las cadenas y sus espectadores. Es lo más parecido a convidar a alguien a tu casa..."

David Trueba

Retransmitir las campanadas es la coronación mediática más evidente. Antes las campanadas las radiaba un profesional. El mismo locutor que podía narrar el sorteo de la Lotería, la corrida de toros o el partido de fútbol de la selección. Era uno de esos rostros de continuidad, que velaban en cualquier caída del sistema para aparecer informándonos de que recuperaríamos la conexión en breves instantes. Pero desde hace años, las campanadas persiguen la intimidad entre las cadenas y sus espectadores. Es lo más parecido a convidar a alguien a tu casa, es una ceremonia de confianzuda hermandad.

Las televisiones eligen al empleado menos dañino para figurar en ese instante. Si son actores o presentadores, han de transmitir un matiz de familiaridad, no en vano se introducen entre los miembros más cercanos de tu familia, que se juntan para comerse las uvas al son del reloj televisado. Uno toma las uvas con su madre o sus hijos, con sus hermanos y sus cuñados o con los mejores amigos y además con la pareja de la tele. Con la retransmisión de las uvas se produce una ruptura de la cuarta pared, la verdadera televisión interactiva de la que tanto se hablaba. En las campanadas hay tanta telecercanía como cuando uno comparte la bañera con alguien o come de la misma cuchara o bebe de la misma pajita.

Por eso todavía se impone la televisión pública, por más que las cadenas privadas coloquen al rostro que mejor los representa, majo, cachondo, responsable, guapo o recurran a casos españolísimamente entrañables como sucede este año en las preuvas de Neox con la restauradora del Ecce Homo de Borja. El reloj de la Puerta del Sol de Madrid es más verdad en TVE, como la serie Isabel o la recreación del asesinato de Carrero Blanco son más creíbles por emitirse en la pública. En la intimidad con esos presentadores nos olvidamos de que en realidad tomamos las uvas con todos. Piensen en el político más detestado o el tipejo más nauseabundo y ahí estará, siguiendo las campanadas con nosotros, engullendo uvas apostando fuerte por sus deseos para el año nuevo. Es horripilante. Por eso la tele es tan estupenda. Nos pone la cara más amable y campechana delante para protegernos de la cruda realidad.

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