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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Manguis

Carlos Boyero

Me contaba mi escandalizada madre que desde que aprendí a andar desarrollé una precoz vocación cleptómana, que la hice enrojecer muchas veces cuando al salir de un mercado o de una tienda le enseñaba con expresión inocente pero también ufana mis bolsillos repletos con las golosinas, los cromos o los muñequitos que había afanado. Pero tengo un recuerdo nítido de una orden con tono bíblico que me dieron desde que era muy pequeño: “No se roba”. Imagino que acompañada de amenazas drásticas como: “Si lo vuelves a hacer, te corto las manos” o “Y ahora, te vas a confesar”. En cualquier caso, fue efectivo, ya que dada mi afición a pillar lo ajeno me he mantenido siempre alejado de la caja pública, de dirigir nada en lo que se moviera pasta. Por si retornaban mis tentaciones de meter la manita. Pero, lógicamente, conociendo mis muy humanas aficiones, desconfío del resto de la humanidad, con abrumadora certidumbre sobre aquellos que acumulan poder o están cercanos a él, en profesiones tan honorables y volcadas en el bien colectivo como la política y la banca, de que teniendo tan a mano los tesoros no introduzcan su codiciosa pezuñita en ellos.

Me hago reflexiones tan reaccionarias mientras me cuentan en el telediario la catarata de corrupciones (presuntas, por supuesto, aunque me gustaría saber la cifra exacta de políticos que han sido imputados, dando por descontado que solo han sido acusados los menos hábiles en el arte de hacer negocios sucios sin que se entere ni dios, eludiendo cualquier posibilidad de que les acuse la justicia) que se está descubriendo, protagonizadas indistintamente por peperos, sociatas, convergentes y horteras y raciales gánsteres sin ideología definida, como independientes o así, que descubrieron que Marbella y no Alaska era la verdadera tierra del oro.

¿Alguien podría contradecir la cínica lucidez de Discépolo en su desolador tango Cambalache?, en su seguridad de que: “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador, el que no llora no mama y el que no afana es un gil. Todo es igual, nada es mejor. Dale, que va. Que allá en el Horno nos vamos a encontrar”.

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