Putear
Las leyes de la jungla son ancestrales, porque el león no tiene que justificar lo que le hace a sus víctimas
Me resulta extraño, de un forzado antinatural que a mi alrededor todo el mundo utilice el termino inglés bullying para describir lo que han padecido a cargo de sus compañeros niños o adolescentes presumiblemente insomnes, o aterrorizados al despertar sabiendo que les esperaba un día más en el colegio la pesadilla sin tregua, o sintiéndose inevitablemente por dentro y por fuera como una mierda, o preguntándose sin respuesta qué hicieron ellos para merecer esa tortura, o por qué no encuentran ni defensor ni consuelo, o todo a la vez. Y puede ocurrir que en su certeza de que el terror, el acorralamiento y la desolación no van a terminar jamás, esos patitos feos y machacados decidan largarse de este mundo.
En mi época escolar, en un internado religioso desde los nueve a los 15 años, nuestro lamentable desconocimiento de otras lenguas y consecuentemente del término bullying, se utilizaba algo más racial y grosero para definir lo que practicaban los matones con el débil, con el raro, con el afeminado, con el que tenía defectos físicos que resultaban muy jocosos a los matones y al coro de pelotas que les reían las gracias, con el que le caía el estigma real o inventado de chivato, con el que era incapaz de reaccionar ante los insultos, las burlas, la intimidación y las hostias, con el que lloraba y no se revolvía. Definíamos esa sádica actividad como “putear” o “hacérselo pasar putas” (qué fijación la de relacionar semánticamente todo lo torvo y lo siniestro con el puterío) o “abusar” o “acojonar”.
Pero no recuerdo que esas víctimas se suicidaran. O que tuviéramos noticias públicas de ello, ya que la censura nunca permitiría que se publicara algo tan atroz como que críos que se estaban iniciando en la vida se la quitaran cometiendo el peor de los pecados. Oficialmente, solo se suicidaban los rojos, los masones, los delincuentes, los ateos, los maricones, la chusma.
Y todo dios se siente conmovido cuando una niña canadiense que enseñó sus pechos y vio cómo esa imagen se difundía humillantemente en Internet se suicida. O lo hace una ecuatoriana que identificaba razonablemente su clase con el infierno. Y volverá a ocurrir porque las leyes de la jungla son ancestrales, porque el león no tiene que justificar lo que le hace a sus víctimas, porque la vida es así.
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