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A Lori Meyers le ha dejado la novia

La banda granadina avanza los detalles de su quinto álbum de estudio, 'Impronta', que saldrá publicado el próximo febrero

Ana Marcos
La banda granadina Lori Meyers.
La banda granadina Lori Meyers.M. ZARZA (EL PAÍS)

Existen tantas maneras de pasar el luto por un desamor como despechados, decepcionados y corazones rotos hay. La banda de pop energético Lori Meyers, que empezó fusilando a sus paisanos Los Planetas hace casi 7 años para ir poco a poco cincelando su impronta de ecos sesenteros con filigrana psicodélica –cualquiera diría que Los Brincos han vuelto-, ha decidido pasar el mal trago en Alomartes, un pequeño pueblo a unos 30 kilómetros de Granada. “Nos encerramos el 3 de octubre y salimos un mes después con un sonido muy mejorado y la sensación de haber contribuido a crear el sello Lori Meyers”, cuenta Noni, cantante del grupo, en el hotel rural Huerta Nazarí, centro de operaciones de su nuevo trabajo, Impronta (Universal) que saldrá publicado en febrero.

El mecanismo empezaba a engrasarse a partir de las 11 de la mañana. “Desayunábamos en la cocina todos juntos, nos decíamos las cuatro tonterías de la mañana y a grabar”, relata el cantante. Entre medias iban cayendo anécdotas, recuerdos y unas cuantas cervezas –“hay que recordar que el campamento ha estado patrocinado por cerveza Alhambra”, reclama Noni, “nos hemos bebido unos 1.500 botellines en un mes”, apostilla Alfredo Núñez, batería de Lori Meyers. El lugar escogido para la grabación, un gran salón que rezuma añejo con sus lámparas antiguas, réplicas de La rendición de Breda, chimenea para pasar el otoño granadino, una barra de bar al fondo y mucha madera y tapizado cañí. “El mejor sitio para escuchar es la barra, desde ahí se oía todo mejor”, asegura Alejandro Méndez, coros y guitarra.

El día terminaba con la grabación de la voz y según cuentan, a la jornada siguiente el proceso se repetía como una liturgia sin volver sobre lo anterior. “Hemos ido viendo crecer al monstruo”, apunta Méndez. La criatura que ha surgido en mitad del campo, entre olivos, tractores, cabras, búhos reales y el señor José, guardián de todo el complejo rural donde la banda se ha encerrado –“si quieres un sabio, cómprate un viejo, ¿qué va a pasar cuando estas personas desaparezcan?”, plantea Antonio Lomas-, es “más emotiva y comprometida”. Han parido un disco de desamor que, aunque en la primera escucha pueda parecer que es más útil para hacer terapia bailando, llorando o reprochando en la pista debajo de la bola de espejos, se antoja complicado de liberar. “Lori Meyers siempre ha escrito sobre lo cotidiano y esta vez el compositor se ha implicado más que nunca”, dice Noni en tercera persona. “Es muy difícil desnudarse y volcarse de la manera que lo hemos hecho, pero lo necesitábamos”.

Han pasado casi tres años desde Cuando el destino nos alcance (2010), el disco que juntó a Lori Meyers con Sebastian Krys, productor vinculado a la facción comercial del pop. La unión culminó en un exitoso disco que rodó hasta la extenuación por pueblos y ciudades de toda España, aunque más de un indie sintiera cierta decepción con los derroteros que los granadinos habían decidido recorrer. “Para este trabajo volvemos a contar con Sebastián y probablemente las críticas llegarán por sus aportaciones”, dice el cantante, “pero no nos importa, llegados a este punto ya solo queremos trabajar con gente que sienta amor por el grupo, y tenemos la suerte de que Sebastián es fan nuestro”. La última parte del camino que recorrerá el disco les llevará a Los Angeles, al mismo sitio donde grabaron el álbum anterior. Krys se encargará de la mezcla final antes de la entrada triunfal en las tiendas.

Antes del día D, llega el momento de la verdad, de enseñar lo que llevan tramando un mes en Alomartes. El jolgorio se apacigua, los Lori Meyers se atrincheran tras la barra del bar, Ricky Falkner, el productor compinche en todo esto –le recordarán por su participación, entre muchas otras, en la última gira de Love of Lesbian-, se sienta detrás de un lento cigarro, y empieza la música a rodar. “Fingir que toda va mejor / El tiempo pasará, las cosas que íbamos a hacer, que vuelva, que me quieras otra vez / No existe depresión que se cure con silencio / Lo que está pasando es un engaño / No habrá un siempre para los dos al final de este invierno”. Las canciones pasan, el disco se termina y si no fuera por la maestría de estos seis chavales para crear con una sencilla melodía un hit, por fin se comprende por qué la mejor trinchera es la barra del bar.

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Sobre la firma

Ana Marcos
Redactora de Cultura, encargada de los temas de Arte. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Fue parte del equipo que fundó Verne. Ha sido corresponsal en Colombia y ha seguido los pasos de Unidas Podemos en la sección de Nacional. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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