Una nueva antropología
'Los ángeles que llevamos dentro', de Pinker, es un tratado enciclopédico sobre la evolución de la conducta y anatomía del cerebro
En un ensayo escrito hacia el final de su vida, Kant observa (cito de memoria) que si bien los humanos somos absolutamente libres de escoger nuestra pareja y el momento para nuestra boda, la tasa anual de los matrimonios y, sobre todo, la fecha en que tienen lugar, se mantienen siempre estables y siguen un patrón determinado. Parece evidente que la conducta humana se ajusta a una doble legalidad: o bien se tiene por libre y, por lo tanto, guiada por la contingencia y la fantasía; o bien se mueve por naturaleza y necesidad, y su comportamiento se expresa en un orden que resulta accesible al cálculo matemático e interpretable según leyes. Lo primero hace que reconozcamos al ser humano como un ente moralmente responsable, lo segundo, en cambio, nos permite hacerlo objeto de la observación científica.
Steven Pinker (y la hueste de científicos políticos, biólogos evolutivos, neurocientíficos, psicólogos cognitivos y demás representantes del neoempirismo contemporáneo que le han proporcionado los datos para este libro) adopta resuelta, dogmática y excluyentemente el segundo enfoque, lo que por un lado ha de poner en guardia al lector y, por otro, permite asegurar que estamos ante un nuevo realismo cuyo propósito final es fundar una nueva antropología.
Este es un libro curioso. Expone una sola idea: que la violencia entre humanos ha disminuido de forma radical en comparación con el pasado y que, en consecuencia, vivimos en el mejor de los mundos posibles hasta ahora. Para comprobar lo primero hubiese bastado con comparar nuestra vida cotidiana con los relatos que hace Herodoto de las atrocidades cometidas por Nabucodonosor y Asurbanipal, pero Pinker ha preferido escribir un tratado enciclopédico de casi 1.200 páginas (incluyendo notas y bibliografía) donde, además de una abigarrada y amena casuística, se incluye un ensayo sobre el terrorismo, un breve compendio de anatomía del cerebro humano y ensayos sobre los castigos corporales y los malos tratos a los niños, sobre la violencia doméstica, sobre la historia comentada de los genocidios, más un alegato sobre la tortura, un ensayo sobre los derechos humanos y una pormenorizada historia de las guerras. El método de Pinker es muy simple. Consiste en transportar un volumen ingente de datos empíricos, recogidos de los trabajos de otros investigadores, a gráficos que, tras un adecuado análisis estadístico, muestran en todos los contextos imaginables que somos menos violentos que nuestros antepasados. Pinker justifica su afición a las estadísticas así: “Al valorar las posibilidades, las personas, en vez de pensar en las leyes, se basan en la intensidad de su imaginación” (página 489). Él, por consiguiente, aboga porque se haga todo lo contrario. El resto será explicar someramente por qué hemos avanzado en la civilización y especular acerca de los factores que, cabe suponer, harán de nuestros descendientes unos humanos casi angélicos. Tras décadas de filósofos y sociólogos más o menos semiologizantes que, cuando mucho, solo hacen paráfrasis de autores, leer una tesis sostenida en la autoridad de los hechos es algo de agradecer, aunque en ocasiones los “análisis” de Pinker parezcan los de un analista de mercado o un sociólogo que hace sondeos de opinión.
No obstante, la sorpresa del lector es mayúscula, puesto que el darwinismo de Pinker en La tabla rasa, donde se ponía justamente en duda la posibilidad de un progreso en la naturaleza humana, ha dado paso aquí a un optimismo manifiesto que, apoyado por tablas y estadísticas, hace votos velados por una especie de neohumanismo.
¿Cuáles son las causas de la declinación de la violencia? La expansión de los Estados por encima de nacionalismos, tribalismos y feudos, la constitución del Leviatán —Pinker se muestra, acertadamente, como un admirador de Hobbes— que da el monopolio de la violencia legítima al Estado, el proceso civilizatorio, una fórmula que Pinker toma de Norbert Elias, la revolución humanitaria que acaba con la esclavitud, el duelo por el honor, la prisión por deudas y la tortura, y lo que Pinker denomina “larga paz” para referirse a las décadas en que, tras 1945, las grandes potencias renuncian a hacerse la guerra, en parte debido al equilibrio del terror nuclear. El libro abunda en multitud de ejemplos y casos, muchos de ellos sumamente instructivos e interesantes, que sirven para ilustrar estos procesos, pero Pinker carece de una explicación causal. Tan solo al final recurre a la teoría de juegos, reformulación contemporánea de la clásica prudencia hobbesiana, como medio de explicar por qué los individuos a la postre prefieren las ventajas de la paz a la inseguridad y la muerte por efecto de su propia violencia.
Pinker señala la explotación, la dominación, la venganza y sobre todo la ideología, como los factores decisivos para la aparición de las conductas violentas. Rechaza que pueda haber una pulsión de muerte que dé cuenta de una supuesta voluntad de destrucción en la naturaleza humana pero, paradójicamente, no descalifica la venganza que —dice— puede servir como arma de disuasión del adversario y él mismo, aquí y allá, incurre en los inevitables deslices de cualquier ideólogo. El lector juzgará si considerar la homosexualidad como un enigma genético se apoya en los hechos. O si exculpar a la libre tenencia de armas de la violencia en Estados Unidos es atendible o, más aún, si la feminización de la sociedad, que Pinker sugiere como garantía de la paz futura, es algo deseable.
Los ángeles que llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicaciones. Steven Pinker
Traducción de Joan Soler Chic. Paidós. Barcelona, 2012. 1.104 páginas. 42 euros
Babelia
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