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OBITUARIO

Gonzalo Cañas, la dignidad del títere

Actor, director y productor de cine y teatro, fue el gran impulsor del teatro de marionetas en España

Gonzalo Cañas.
Gonzalo Cañas.

Gonzalo Cañas, fallecido el pasado lunes en el Hospital de Guadarrama de Madrid, a los 75 años, víctima de un cáncer, fue un reconocido director, actor, productor, guionista y escenógrafo, que intervino en 25 películas, 30 obras de teatro y 50 programas de televisión.

Reclamado actor en los años sesenta del pasado siglo, cuando compartía pantalla con Tony Leblanc, Lina Morgan, López Vázquez o Rafaela Aparicio, en los setenta se apasionó con el mundo de los títeres, género por el que terminó siendo abducido, lo que le convirtió en un gran renovador e impulsor del mundo de la marioneta en la España del tardofranquismo. Más tarde sumó a su faceta de innovador titiritero la de recuperador y rehabilitador de la barraca de autómatas más antigua de nuestro país, construida a principios de los años veinte.

Natural de Cuenca, donde había nacido en 1937, Cañas también era socio de Aisge, entidad de gestión de los actores españoles, y en 2005 fue nombrado socio de honor de Unima (Unión Internacional de Marionetistas), algo que este organismo hace en muy pocas ocasiones y solo con los ‘grandes’ titiriteros a nivel internacional.

Tal y como le recuerdan sus amigos y allegados, Cañas creció marcado por la guerra, ya que su padre murió fusilado en Cuenca antes de que su madre diera a luz. La tragedia familiar marcó de una manera peculiar a este hombre que, desde pequeño, reveló un carácter anarcoide, que con el tiempo se convirtió en un espíritu bohemio que no le abandonó nunca. De hecho logró vivir sin haber firmado jamás un contrato laboral, tal y como él comentaba con un poso de orgullo, él mismo orgullo que demostró siempre hacia su oficio, y que hacía que se definiera de tiritero, tal y como denominaba Cervantes a estos teatreros en Don Quijote, y no titiritero, como siempre se dice.

Licenciado por la Escuela de Arte Dramático de Madrid, en el cine debutó con un pequeño papel en Cerca de las estrellas (1962), un melodrama de César F.Ardavín, pero un año más tarde su popularidad se disparó gracias a Confidencias de un marido, de Francisco Prósper, junto a Rafaela Aparicio, José Luis López Vázquez, William Leyton y Enriqueta Carballeira, y La máscara de Scaramouche, la cinta de Antonio Isasi-Isasmendi, en la que encarnaba a Pierrot.

Otros trabajos destacables fueron en La frontera de Dios (1965), con Julia Gutiérrez-Caba y Concha Velasco, o Soltera y madre en la vida (1969), para el lucimiento de Lina Morgan. Pero donde se desveló como un gran actor fue en el debut cinematográfico de Pedro Olea, en 1968, en Días de viejo color. A partir de ahí sus intervenciones en el cine fueron espaciándose, aunque aún se le pudo ver en El sobre verde (1971), con Tony Leblanc, Mala yerba (1991) y en varios programas televisivos. Y ello a pesar de ser muy reclamado, no sólo por su dominio del oficio, sino también por su gran atractivo físico al que se sumaba una profunda mirada con sus inquietantes ojos de un profundo color azul.

Era la época en la que su entrega al teatro independiente español empezó a ser absoluta, hasta el punto de llegar a crear su propia compañía La tarumba, con la que montó entre otras obras El retablillo de Don Cristóbal, la pieza más popular que García Lorca escribiera para teatro de títeres. Esa incursión en el mundo de la marioneta, así como la dirección y coproducción para TVE de El retablo de Maese Pedro, pieza de Manuel de Falla, inspirada en el pasaje marionetístico de El Quijote, son el germen del que terminó surgiendo uno de los titiriteros más importantes de España y uno de los que devolvió al género una dignidad perdida, no sólo por la investigación que llevó a cabo en nuevas técnicas y lenguajes, sino también en lo que se refiere a la recuperación de esta tradición escénica, muy arraigada en la cultura popular española, durante siglos, hasta su deterioro en la segunda mitad del siglo XX. Ahí estuvo su espectáculo Manos, producido y dirigido por él, que tuvo años en repertorio, a partir de 1979, y con el que sorprendió a un público que, aunque tuviera hábitos teatrales, no podía imaginar tanta creatividad y tanto poder de comunicación en el teatro de muñecos.

Cañas, hombre lleno de iniciativas y proyectos, también dirigió la revista especializada en artes escénicas Espectáculos de Madrid, a principio de los años noventa, época en la que ya empezó con su Teatro de Autómatas, sin dejar de ser un auténtico agitador cultural y creador de numerosos proyectos escénicos.

Pero el gran proyecto de su vida fue su entrega a los teatros mecánicos españoles, magnífica muestra de arte popular mediterráneo, con la que se recorrían las ferias de todo el país desde 1920. Y en especial a la barraca Hollywood, de Antonio Plá, de Canals (Valencia), que era el único superviviente de esta saga de espectáculos. Cañas adquirió, recuperó y restauró la barraca, con criterios de arqueología teatral, volviendo a ofrecer su espectáculo, pleno de sabor genuino y actualmente único, en los eventos culturales más representativos de España y Europa, adoptando el definitivo nombre de Teatro de Autómatas. Recuperó sus 35 personajes uno a uno, restaurándolos por su cuenta o en el taller de un artesano italiano y logró dar una nueva vida, que ya superaba las 100.000 horas, a estos mágicos muñecos. Estas navidades, como las anteriores, la Barraca estará instalada desde el 22 de diciembre hasta el 8 de enero en el patio del Cuartel de Conde Duque, como una actividad más dentro de la Ciudad de los niños, aunque es una joya única con la que posiblemente disfruten más los mayores. En su testamento ha donado su excepcional barraca al Ayuntamiento de Madrid.

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