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Los Stones sin filtros

Un documental con material de 1965 rescata su fulgor inicial

Fotograma del documental 'The Rolling Stones. Charlie is my darling'.
Fotograma del documental 'The Rolling Stones. Charlie is my darling'.

Casi todo estaba por hacer en 1965. Los Beatles ya eran un fenómeno universal, pero los Rolling Stones aún no habían despegado hacia el megaestrellato. Mick Jagger tenía 22 años y Keith Richards, 21. A Brian Jones se le veía incómodo, pero Bill Wyman y Charlie Watts ya eran el armazón. A raíz del éxito de A hard day’s night, la icónica película de Richard Lester sobre la banda de Liverpool, el representante de los Stones, Andrew Loog Oldham, quiso intentar algo parecido, y pidió al realizador Peter Whitehead que rodara la pequeña gira que la banda iba a realizar por Irlanda.

En blanco y negro, en un estilo cinéma vérité, Whitehead rodó 15 horas de las peripecias de aquellos tipos por una Irlanda católica con teatros llenos de jóvenes chillones, curas con alzacuellos, señoras de mediana edad, tenderos, policías y funcionarios, que luego montó, a modo de borrador, en un pequeño documental de menos de 20 minutos titulado Charlie is my darling, la frase que dice una adolescente refiriéndose al batería de los Stones. Pero la banda perdió interés en el proyecto y aquel material quedó olvidado en un cajón.

Hace dos años, el productor Michel Gochanour, que ya había trabajado con los Stones en Rock and Roll Circus, recibió el encargo de buscar material para el 50º aniversario de la banda y encontró los rollos. Fascinado por la cantidad de material inédito, por la imagen que transmitía “de uno de esos momentos de la historia en los que todo cambia” y por recuperar unos Stones “que son como una banda de punk, fresca y con la guardia baja, captada en la inmediatez y sin filtros”, decidió volver a editar el documental con un nuevo guion y hasta una duración de 66 minutos. El resultado es The Rolling Stones. Charlie is my darling, que abrirá el viernes la décima edición del festival de cine documental musical In-Edit, de Barcelona.

La cámara de Whitehouse se mete en todos lados, y entre otras unas tomas de hotel en las que Jagger y Richards componen una canción. Keith toca la guitarra y desliza algunos versos. “No rima, tiene que rimar”, le dice Jagger una y otra vez. Fue un trabajo de locos, explica, porque, por ejemplo, las imágenes de los conciertos estaban separadas de las cintas de la música que el entonces técnico de sonido de la banda, Glyn Jones, sacó de la mesa de mezclas. Tomó ocho meses sincronizar seis canciones, entre las que se encuentra la que probablemente es la primera interpretación en público de Satisfaction (I can’t get no). Sin embargo, lo que mejor define el espíritu de aquella banda que traía consigo mucho más que música —la revolución sexual, entre otras cosas— es la versión de Play with fire, que acaba con decenas de espectadores excitados invadiendo el escenario. Como explica Wyman: “lo que querían era tocarnos”.

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