Las verdades de Daniel Veronese
El director y dramaturgo estrena 'Los hijos se han dormido', su versión de 'La Gaviota', de Chéjov Mientras se representan otros trabajos suyos: 'Teatro para pájaros' y '¿Quién teme a Virginia Woolf?'
“Anton Chéjov me habla directamente, no me pasa con otros autores que escriben teatro; se adentra en temas que me interesan y siempre me resuenan como propios, es increíble. Me parece que está todo escrito hoy, y eso que no hay nada que esté más claro que Chéjov escribió para sus contemporáneos y para la posteridad; habla sobre las personas, sobre el prójimo, de la relación con los semejantes…, lo hace todo tan humano, es increíble”.
Quien habla es Daniel Veronese, director, autor, titiritero, pedagogo, dramaturgo y actor, además de productor de sus creaciones musicales y escenográficas. Nacido en Argentina, cada vez pasa más tiempo fuera, por Estados Unidos, por Europa, por España, donde es reclamado por los mejores teatros, por los mejores productores. Como en esta ocasión, que se la ha pedido que monte con actores españoles su exitosa versión de La Gaviota de Chéjov, a la que él ha llamado Los hijos se han dormido. ¿Por qué ese título?. No lo sabe muy bien, pero le gusta.
Hay quien sostiene que es la obra con la que cierra su trilogía sobre el escritor ruso, del que ya puso en pie Tres hermanas y Tío Vania, con los títulos de Un hombre que se ahoga y Espía a una mujer que se mata, respectivamente. Pero el sólo dice que es un Chejov más y que en cuanto pueda regresará a este autor con el que ha establecido una comunicación muy especial. “No me pasa lo mismo con Ibsen”, dice de otro autor que también conoce profundamente.
El dramaturgo ya se enfrentó a este texto en el San Martín de Buenos Aires
Con el estreno de Los hijos se han dormido el próximo día 10 en las Naves del Matadero del Teatro Español de Madrid (donde permanecerá hasta el 9 de diciembre) serán tres los montajes de Veronese representándose en España. Al Chéjov hay que sumar Teatro para pájaros (hasta el día 7 en la sala Villarroel de Barcelona e inmediata gira por toda España), obra suya que dirigió con el granadino grupo Histrión en Buenos Aires, donde se desplazaron sus componentes para ponerse a las órdenes de este mago de la escena y abordar este montaje lleno de juegos del teatro dentro del teatro, y en el Teatro de la Latina de Madrid, uno de los grandes éxitos de la temporada: ¿Quién teme a Virginia Woolf?, de Edward Albee, que puso en pie la pasada temporada en Barcelona y en catalán y que para la versión castellana ha contado con tres de los actores de aquel montaje, Pere Arquillué, Mireia Aixalà e Ivan Benet y se ha incorporado la actriz Carmen Machi, sumándose con este trabajo otro de los grandísimos éxitos de su brillante carrera teatral.
El director se enzarza de nuevo hablando de Chéjov y revela que a él le han dicho muchas veces que las mujeres de sus obras son fuertes y salvajes y los hombres redimidos y tontos, siempre figurando alrededor de ellas: “En las piezas de Chéjov hay algo de eso, y en mis versiones sobre sus obras aún remarco mucho más ese aspecto”. Ello provoca que se rodee de grandes actrices: “Lo que me obliga a buscar muy buenos actores”. Lo cierto es que le gustan, y parece que mucho, los actores que tiene para esta producción de Ana Jelín. No es para menos ya que se trata de un reparto que pocas veces se encuentra en una producción privada, con nombres muy importantes del mundo escénico como Susi Sánchez, Malena Alterio, Marina Salas, Ginés García Millán, Diego Martín, Miguel Rellán, Pablo Rivero, Malena Gutierrez, Aníbal Soto y Alfonso Lara.
Además ellos llegan vírgenes a este montaje, pero él no, porque ya se enfrentó a este texto en el San Martín de Buenos Aires. “Aquí va a estar mucho mejor el espectáculo, el pasar por segunda vez por este material es un plus, porque sé dónde está su fuerza y su debilidad, de ahí que me atreva a decir que las segundas versiones son mejores; de la misma forma que hubiera sido mejor la argentina si hubiera sido la segunda en montar”, dice este hombre que ya no escribe como antes, ya que se está empezando a considerar a sí mismo, más director y no dispone de tiempo para ejercer de autor, sólo de versionador.
En la que ha hecho de La Gaviota resalta mucho ese humor soterrado de Chéjov: “Me gusta poner paños calientes y fríos, uno detrás de otro, que el espectador y el actor pasen de un lado a otro. A fin de cuentas las vidas desdichadas, si te alejas un poco, muestran algo patético, proclive al humor; de la misma manera que si una situación humorística la agrandas y le pones un foco, termina siendo dramática. Ello no quita que haya momentos dramáticos y se necesita que el actor esté a la altura de ello”.
Unas versiones que realiza en los propios ensayos, ya que es cuando decide qué queda y qué desaparece: “Es un momento puramente intuitivo, aunque no me escapo de la línea narrativa ni de la estructura del drama, que en este caso es maravilloso, lo que me preocupa siempre es poner en marcha lo que haga falta para que el actor y el espectador se movilicen”. Nunca pierde de vista que Chéjov era revolucionario en su época y que el espectador de Chejov quiere ver algo chejoviano: “Quizá crea que tiene que tener momentos aletargados, pero el exceso también puede ser chejoviano”, señala, al tiempo que tiene claro que si se reflexiona mientras se ve una obra es que hay algo que no te engancha: “La reflexión dentro de la obra es porque te has distanciado, mientras que una vez que el espectador entra en ese mar de ilusión, en esa creencia que le pedimos, lo bueno es que no se suelte del borde hasta que termine la obra”.
Sus obras no se instalan en la emoción; continuamente pasan cosas
Sus obras no se instalan en la emoción; continuamente pasan cosas: “Como en la vida, que estás jodido, pero te suena el teléfono, o en medio de una alegría recuerdas algo doloroso; las cosas que nos pasan no son compartimentos estancos, cada situación cómica o dramática trae aparejada su contraria lo que permite jugar con ese patetismo delicado de la vida, los personajes son como nosotros, no son personajes de teatro, como en Ibsen, son gente de nuestra vida, yo siento conexiones con cada uno de los personajes, y estos no son buenos o malos, el patetismo es de todos, todos nos comportamos en según qué situaciones como hijos de puta y en otros somos lo contrario”, dice este hombre que en unos meses pondrá en pie en Barcelona Buena gente, de David Lindsay-Abaire y que habla de la crisis que, según él, siempre genera cambios, como un periodo en el que la gente busca refugio en las verdades que pueda dar el arte: “El teatro es un lugar donde no se miente, los políticos necesitan mentir para recaudar, pero el creador escénico va con su verdad, su verdad poética”.
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