Frente a la vanidad, latinidad
La VIII Bienal Iberoamericana de Arquitectura, que este año se celebra en Cádiz, busca recetas honestas para levantar las ciudades del futuro
Desde finales del siglo pasado, los latinos superan a los angloamericanos que viven en Los Ángeles. Algo parecido sucede en Houston o en Phoenix, donde hay más latinos que blancos no hispanos. Sin embargo, esa latinidad no ha roto la geometría gélida del orden urbano. No se trata de colorear viviendas, está en juego el espacio público y las ciudades de EE UU no tienen hueco para la economía de subsistencia de los pobres. Por eso el urbanista Mike Davis sostiene que la migración “ha pasado de favorecer la solidaridad a convertirse en fuerza divisoria”.
Ante esa realidad, el pabellón de Estados Unidos en la Bienal de Venecia acoge estos días intervenciones espontáneas realizadas por no arquitectos que la crítica europea aplaude. Y la latinoamericana cuestiona.
La fuerza de una arquitectura de autoconstrucción, y de apropiación del espacio público, que en España se ha actualizado de la mano de colectivos y que en Latinoamérica ha sido moneda común durante décadas, recibe un protagonismo preocupante. No se trata de censurar la intervención ciudadana. Al contrario. Se trata de evitar convertirla en una moda que acabe con ella.
Por eso, para hablar del futuro de la arquitectura en la VIII Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo (BIAU) que hasta el viernes se celebra en Cádiz, el venezolano Henry Vicente empieza por criticar el premio que la mencionada Bienal de Venecia ha concedido al proyecto Torre David, un rascacielos en Caracas de 45 plantas, abandonado hace dos décadas e invadido hoy por 3.500 personas. El colectivo Urban Think Tank firmó el libro con fotografías del holandés Iwan Baan que acaba de recibir el León de oro: “Presentan la invasión como el fin del neoliberalismo, pero esa torre pertenece al Estado, es decir, no se está ocupando la propiedad de un banco sino la colectiva”, protesta Vicente. Y cita a Juan Villoro: “Se presenta a América Latina como utopía del atraso”. El escritor mexicano sobrevivió en un colegio alemán creando un mundo fantástico: la cuota de exotismo que sus compañeros esperaban. “¿Vamos los arquitectos a cumplir ahora ese papel?”
“La Torre de David es la nueva arquitectura espectáculo que tapa iniciativas positivas”, protesta Vicente. En la VIII BIAU muchos comparten que ese premio delata “la visión colonial que Europa tiene del tercer mundo”. Lo piensa el argentino Ramón Gutiérrez:“Se está premiando la no arquitectura”. Y señala que en la Bienal de Venecia “el 80% de las intervenciones deberían estar en una feria de arte. O de vanidades”. ¿Qué puede hacer la BIAU para evitar convertirse en feria de vanidades? ¿Cómo servir a la arquitectura y a los ciudadanos? Con ese tema ha arrancado una cita que en la pasada edición de Medellín debatió la recuperación del espacio público y en la actual de Cádiz busca que hable una ciudad en la que los dragos, más que los edificios, se han convertido en icono urbano. De grandes nombres y edificios se ha pasado a debatir cómo la arquitectura puede transformar territorios. Y cómo puede reparar. No en vano, entre las obras expuestas priman restauraciones como el hotel Atrio, de Tuñón y Mansilla, en Cáceres, y espacios públicos, como los que firma Inteligencias Colectivas en Palomino (Colombia). Por primera vez, la iniciativa Videourbana —que premia un vídeo sobre una ciudad— no exigía título de arquitecto para enviar tres minutos de metraje. Un premio de 1.000 euros puede ser poco. No lo es que el ciudadano trate de entender su ciudad.
Los proyectos expuestos en el Baluarte de la Candelaria explican esa situación de cambio. El uso ha sustituido al aplauso. El arquitecto madrileño Luis Úrculo, al mando del jurado de Videourbana, cree que la sostenibilidad se vive en América Latina de manera natural. Por eso, la argentina Graciela Viñuales protesta contra “el cuento de la arquitectura sostenible” que abandona soluciones tradicionales, baratas y sencillas como las persianas —que protegían de frío y sol dejando pasar el aire— para poner vidrios supuestamente inteligentes: “Los que organizan los congresos son los que venden vidrios y necesitan eliminar las persianas”. Las oportunidades de mercado llevan años decidiendo la arquitectura.
¿Cómo deshacer ese círculo vicioso? Para el profesor Vicente, Latinoamérica puede enseñar “la arquitectura que va a lo básico, perdida en estos años”. Pero insiste en evitar identificar a los países latinoamericanos con el buen salvaje. “Esa mirada condescendiente la han propiciado personajes que conocen el impacto de esas proyecciones. Estamos negociando con espejitos al revés: ahora somos nosotros los que los vendemos”, critica.
“La vivienda del pobre se podría arreglar entregando un pedazo de tierra con un título de propiedad a la gente y dándoles módulos con un baño”. Hay soluciones para favorecer a la gente y enriquecer a las empresas. “Pero solo las viviendas terminadas generan beneficios rápidos y venden progreso cuando restan libertad”. El español Enrique Encabo urgió a no perder esa libertad: “Nuestra responsabilidad es ser incómodos”, dijo a los arquitectos. “Debemos reivindicar la arquitectura como hecho cultural. Somos músculo y no grasa”.
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