_
_
_
_
_
SILLÓN DE OREJAS

Sueños, fatalidades, diccionarios

Manuel Rodríguez Rivero
Max

La otra noche soñé que podía observar los sueños ajenos, una habilidad que debí copiarle al androide David (Michael Fassbender) de Prometheus, la última película de Ridley Scott. Lo malo es que en mi sueño veía lo que estaba soñando Mariano Rajoy —el político, no el hombre—, y me permitirán que no se lo transcriba en este sillón de orejas, que ya tenemos suficiente bochorno con el que nos obsequia el anticiclón. En todo caso, lo que soñé que el presidente soñaba tenía tan mala pinta como la gorra del joven Charles Bovary, “cuya fealdad callada alcanza las mismas honduras expresivas que el rostro de un imbécil”. Me vuelvo a sumergir en la obra cumbre de Flaubert, ahora en la nueva traducción de María Teresa Gallego Urrutia (La señora Bovary, Alba; a la venta en septiembre), para constatar que: a) un clásico nunca acaba de decir todo lo que lleva dentro (por eso es un clásico), y b) pocas veces un novelista se ha ensañado tanto con uno de sus personajes como lo hace Flaubert con el marido de Emma, ya desde el mismo incipit de su obra maestra. Charles Bovary nos es presentado como un tipo patético, un pequeño burgués provinciano que se tiene bien merecido todo lo que le envíe la “fatalidad”, a la que él atribuye sus desgracias. Flaubert se emplea tan a fondo con el pobre Charles que resulta difícil sustraerse a la sospecha de que el “idiota de la familia”, como lo llamó Sartre, no puso en el personaje las partes de sí mismo que más odiaba. Pero no es la fatalidad, sino Flaubert (o su narrador interpuesto) el único dios de esta novela en que nadie es libre; él es la instancia inapelable que castiga o premia a sus personajes, de modo semejante a aquel despiadado Yahvé del Pentateuco, que jugaba con su pueblo y le enviaba unas veces hambre y, otras, “trigo celeste” (Éxodo, 16). Ya sabemos que han pasado demasiadas cosas desde aquel 1857 en que se publicó el escandaloso libro, tanto en el mundo como en la conciencia de la gente. Y que por eso ya no pueden escribirse novelas como esta (suponiendo que alguien dispusiera del talento preciso), pero regresar ahora a La señora Bovary no supone un ejercicio de arqueología o nostalgia, sino enfrentarse, otra vez, a una de las cumbres absolutas de un género que, en sus mejores ejemplos contemporáneos, sigue constituyendo una instancia imprescindible de placer y conocimiento. Y, es que, como explicaba Henry James, otro maestro antiguo, el arte discrimina y selecciona (y, por tanto, hace inteligible) lo que en la vida es puro despilfarro. Háganme caso y regálense la relectura: se lo merecen.

Transformaciones

Trato de escapar a la intensiva dieta de circenses deportivos que nos suministran los medios (tal vez para distraernos de las noticias que van nutriendo lo que será el otoño de nuestro descontento) refugiándome en la lectura más o menos sincopada de algunos libros que intentan explicar por qué nuestro mundo se parece tan poco al de hace un par de décadas. En Aftermath, the cultures of the economic crisis (Oxford University Press), un equipo de sociólogos e investigadores sociales de primer nivel dirigidos por Manuel Castells reflexiona acerca de las transformaciones que la crisis financiera global está produciendo en la configuración de la sociedad, haciendo hincapié en el análisis de fenómenos de nuevo cuño, como la extensión de las formas inéditas de protesta y el surgimiento de culturas económicas alternativas. Si algo está demostrando esta crisis, al menos entre los que la padecen más intensamente, es que un modelo económico basado en la desaforada especulación financiera y sostenido por la irresponsabilidad política de quienes la toleran y/o alientan es insostenible y solo puede conducir al estallido económico y al sufrimiento de la inmensa mayoría. Claro que la gran paradoja es que, por ahora, los que intentan arreglar el quilombo se encuentran ideológica, política y mentalmente muy cerca de quienes lo provocaron. En Amor a distancia (Paidós), Ulrich y Elisabeth Beck, que ya habían explorado en El normal caos del amor (Paidós) las nuevas formas de relación amorosa surgidas al socaire de la globalización, analizan las transformaciones que está experimentando la estructura de la familia tradicional a cuenta de la separación física de sus componentes por motivos laborales o profesionales. La emigración y la búsqueda de condiciones dignas de trabajo en otros países (y, a menudo, en otros continentes) imponen nuevas formas de relación entre los miembros de la familia, que ahora se comunican a diario desde muy lejos gracias a videoconferencias gratuitas (Skype) o a la tupida malla de las redes sociales. Los Beck explican cómo evoluciona “el nuevo arte de compartir la vida aceptando y superando las distancias”, lo que remite a la vieja pregunta acerca de cuánta distancia tolera el amor cuando desaparece el sexo y la cotidianidad compartida. Por último, si desean repasar sucintamente (tan sucintamente que cada entrada tiene la extensión de un twit) los principales acontecimientos que han moldeado la primera década del tercer milenio, los encontrarán en 10 años que conmovieron al mundo (2001-2011), de Loreta Napoleoni, que Paidós pondrá en las librerías en septiembre. Por cierto que para la señora Napoleoni “esta década ha sido la del empobrecimiento de la gente, la década en que la sociedad civil, con el acceso a los nuevos medios digitales, pudo hacer oír su voz”.

Bayle

Resulta particularmente conmovedor comprobar que a algunos editores vocacionales no les arredra nuestro lamentable Zeitgeist. Ahí tienen, por ejemplo, a KRK, el exigente sello asturiano, que acaba de publicar el primer tomo (¡seguirán otros 19!) del Diccionario histórico y crítico de Pierre Bayle, publicado originalmente en 1697, y que tanto influiría en los materialistas franceses del XVIII, impulsando decisivamente principios que la Ilustración se encargaría de difundir por el mundo, como la necesidad de someter a crítica toda la tradición recibida, la convicción de la radical incompatibilidad de fe y saber, la defensa de una moral más allá de toda teología, o la apasionada reivindicación de la libertad de conciencia. El diccionario, construido en torno a nombres propios de personas, personajes (históricos, mitológicos, literarios) o lugares, se organiza tipográficamente en tres niveles: el meramente descriptivo (texto principal), el crítico (notas) y el bibliográfico. Bayle, un verdadero philosophe en el sentido que darían los ilustrados al término, levantó con su diccionario (uno de los libros eruditos más consultados antes de la Encyclopédie de Diderot y D’Alembert) un auténtico monumento contra la superstición y un compendio muy detallado del saber de su tiempo. La edición de KRK, coordinada por Juan Ángel Canal, pone a disposición de los lectores la primera versión española completa de una obra fundamental para el desarrollo posterior de las Luces. Y lo hace en una edición primorosa que respeta la compleja organización y puesta en página de las ediciones originales. Toda una joya bibliográfica por solo 50 euros. 

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_