Tres eslabones de la misma cadena
Buzzcocks, Stone Roses y Noel Gallagher defendieron, con distintas armas, sus señas La jornada también contó con secundarios de lujo como Robyn Hitchcock o Dizzee Rascal
El combustible punk, la psicodelia pop de Madchester o aquello que se dio en llamar brit pop. Habida cuenta de que el FIB este año permite navegar por un túnel del tiempo en el que sumergirse, con mayor o menor motivo, por diferentes momentos de la historia del pop británico (y no todos expuestos con la misma vivacidad), la del sábado era una buena oportunidad para comprobar el estado de conservación de tres emblemas pertenecientes a tres generaciones clave del pop de las islas.
Los Buzzcocks demostraron que, en su caso, los alientos etílicos son solo la excepción (penada, eso sí), y no la norma. Con Steve Diggle más que sobrio, se dedicaron con arrojo a lo de siempre: ese rosario de hits marca de la generación del 77, sin trampa ni cartón, capaz de sacar los colores a tanto advenedizo y de reconfortar –por lo que tienen de genuino- en medio de tantas propuestas de segunda mano. Su ascendencia sobre sucesivas oleadas de bandas punk rock es tan obvia que hasta tiene ida y vuelta, como lo atestigua la furiosa Sick City Sometimes, compuesta hace menos de una década.
Minutos antes, en el mismo escenario, ese caballero letrado del más elegante pop británico que responde por Robyn Hitchcok había derrochado clase, acompañado de una banda en la que finalmente no pudo estar Peter Buck (REM), pero sí los habituales secuaces Scott McCaughey y Bill Rieflin. Fue una suerte -lo de la clase- porque la asepsia de los irlandeses Delorentos, abriendo escenario grande, no era el mejor de los aperitivos para el par de citas con la historia que todo el mundo esperaba, poco después de que los vapores shoegaze de School Of Seven Bells, convenientemente higienizados, devolvieran el interés por lo que se cocía en el escenario Maravillas.
Si algo no le faltó más tarde a Noel Gallagher fue empaque y corporeidad. Cuando se tienen tan escasos argumentos actuales (lo endeble de su disco con High Flying Birds le obliga a tirar al menos un par de veces del fondo de armario de Oasis) lo menos que se puede pedir es que se defiendan con un buen sonido. Sus recientes canciones nacieron para sonar grandes, que no es lo mismo que grandes canciones. Y mientras Stone Roses terminaban de sacarle brillo a su inmaculado cancionero, domeñando el poso bailable de temas como la coyuntural Fools Gold en favor de rugosidad guitarrística, a mayor gloria de un John Squire más guitar hero que cuando lo dejaron hace 15 años, comenzaba el show de Dizzee Rascal en un escenario Trident absolutamente desbordado. El rapero británico repitió la exhibición de hace un par de años, con su incendiario flow, esos bajos retumbantes y la inteligencia a la hora de mostrar el terreno que pisa (entre el undergroundund y el mainstream, fagocitando en provecho propio cosas como el clásico house You Got The Love, vía Florence) y bombas de incitación masiva al desenfreno como Holiday o esa Bonkers que siempre pone de vuelta y media cualquier recinto. Demoledor.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.