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UNIVERSOS PARALELOS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Dentro de Love todo era Odio

Diego A. Manrique

Estoy parafraseando el título de una monografía sobre el grupo Love publicada clandestinamente por la revista Zig Zag. Edición en multicopista, con grapas: la única forma, pensaron, que aquello se pudiera difundir, considerando las rígidas leyes británicas contra el libelo. Se hablaba de las drogas duras (incluyendo la sobredosis de un pipa), los dos músicos que se dedicaban a atracar tiendas con una pistola de plástico, la habilidad del cabecilla para quedarse con la mayor parte del dinero…

El rompecabezas: ¿cómo semejante tropa pudo facturar esa belleza llamada Forever changes? Grabado en ocho días sueltos del verano de 1967, el tercer elepé de Love refleja las ambigüedades del sueño californiano. En pleno verano del amor —“Alguien me dijo / sabes, podría enamorarme/ de casi cualquier persona”— se asume la cercanía de la muerte, con referencias a Vietnam: “Para cuando termine de cantar / estarán sonando las campanas de la escuela de la guerra / más confusiones, transfusiones de sangre / las noticias de hoy serán las películas de mañana / y el agua se ha convertido en sangre / si no lo crees, abre el grifo de tu bañera”.

Es la música lo que proporciona intemporalidad a Forever changes. Lejos de la furia de discos anteriores, aquí mandan las guitarras acústicas (con arrebatados pellizcos eléctricos de Johnny Echols). Las canciones, envasadas con cuerdas y metales, tienen sinuosas melodías y confidencialidad: llegan desde el borde mismo del precipicio.

Hay documentales y libros sobre tan enigmática historia. Uno de ellos, el del baterista Michael Stuart-Ware, incluso está traducido: Entre bastidores. De viaje con el grupo Love (Metropolitan Ediciones, 2008). Unas memorias dudosas: a pesar de la neblina alucinógena, Michael recuerda aventuras de cuarenta años atrás, incluyendo los diálogos pertinentes. No pasa nada si confunde a Hal Blaine con Jim Gordon: lo que necesitamos es el ambiente.

Nos enfrentamos al misterio de la creatividad. Arthur Lee era el macho alfa de la manada: mulato de Memphis, dio sentido y dirección a un puñado de almas perdidas que rodaban por el exuberante Los Ángeles de la segunda mitad de los sesenta. Les manejaba sin problemas, integrando las joyas compuestas por Bryan McLean. Prodigiosa visión: probó a grabar lo que sería Forever changes con músicos de estudio y decidió que lo que ganaba en eficiencia se perdía en frescura; el disco se haría esencialmente con sus maltratados compañeros.

Al mismo tiempo, Lee quedó como el villano de Love. Monopolizaba sus ingresos para alimentar su pasión por los coches deportivos. Notoria estupidez profesional: prefería tocar en antros californianos en vez de acudir a festivales masivos donde tendría que compartir escenario con otras bandas potentes. Dejó que The Doors le comieran el terreno en el sello Elektra. Paranoico, terminaría en prisión (1995-2001) por usar armas de fuego. Ya lo anticipó en Forever changes: “Les están encerrando hoy / y tiran la llave. / Me pregunto a quién le tocará mañana/ a ti o a mí”.

Lee logró la libertad a tiempo de disfrutar de la reivindicación universal de Forever changes: fue pionero en esa moda de tocar un disco entero. Tuve oportunidad de entrevistarle entonces y comprobé que no, que todavía no había vuelto al Planeta Tierra. Le derribó la leucemia en 2006. Sus pocos socios que siguen vivos todavía hablan de él en tonos reverentes. Les robó, sí, pero fue la única vez que palparon la grandeza.

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