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Columna
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Las mujeres matan más

Carme Riera ha imaginado, con un refrescante sentido del humor, una serie de crímenes en la universidad. Claudia Piñeiro radiografía la desigualdad y el abuso de poder. Ambas autoras muestran en sus novelas una gran maestría narrativa

Rosa Montero
Melanie Lynskey y Kate Winslet, en una imagen de la película 'Criaturas celestiales' (1994), de Peter Jackson.
Melanie Lynskey y Kate Winslet, en una imagen de la película 'Criaturas celestiales' (1994), de Peter Jackson.

Aunque el tópico tradicional adjudica al género femenino un temperamento pasivo y no violento, resulta que las mujeres siempre hemos destacado en las novelas de crímenes, desde la archiconocida Agatha Christie, una señora deliciosa cuyos libros encuentro aburridísimos, hasta las últimas reinas de la moda negra, como la sueca Åsa Larsson o la francesa Fred Vargas, por citar tan sólo dos dentro de una legión de narradoras mortíferas. Además de la monumental Patricia Highsmith, que para mí es una/uno de los grandes escritores del siglo XX. Esta contradicción entre la supuesta beatitud innata de las chicas (tesis que también sostienen algunas feministas) y nuestra capacidad para imaginar y describir feroces degollinas, no sólo demuestra una vez más la estupidez de los estereotipos sexistas, sino que incluso podríamos deducir que la represión de los impulsos agresivos atiborra la cabeza de las pulcras damas de ensueños ensangrentados y terribles.

Por cierto que, como es sabido, una de las reinas de la novela negra, la inglesa Anne Perry, autora de notables thrillers victorianos, ni siquiera sublimó su violencia y antes de llegar a la escritura atravesó por el infierno de la sucia sangre real, del terror y la furia. En 1954, a los quince años de edad, mientras vivía en Nueva Zelanda, Anne, que entonces se llamaba Juliet, mató junto con su amiga Pauline, de dieciséis años, a la madre de ésta. Y lo más terrible fue la forma en que la mataron: con premeditación, torpeza, brutalidad y saña. Metieron un ladrillo en una media y machacaron la cabeza de la mujer hasta acabar con ella (lo cuenta la película Criaturas celestiales de Peter Jackson). Las chicas fueron juzgadas y condenadas, pero, gracias a su corta edad, salieron de la cárcel unos cinco años más tarde, con la condición de no volver a verse nunca más. Supongo que lo habrán cumplido, aunque la historia es tan tremenda y peculiar que no puedo por menos que preguntarme qué sentirá Anne Perry al saber que en algún lugar del mundo está esa antigua amiga por la que llegó a cometer algo tan horrible, esa Pauline con la que quizá se cruce algún día por azar, como quien pisa una bomba en el campo minado que es su vida. Y también me pregunto qué sentirán los familiares de la mujer asesinada al leer las novelas de crímenes que ha escrito la asesina. Pura vida candente, dolorosa y dura.

En fin, sin duda es mucho mejor escribir e imaginar que llegar a la irreparable brutalidad del acto. Y, para celebrar la destreza narrativa femenina con las historias truculentas, voy a hablar de dos autoras que han publicado recientemente dos novelas negras estupendas. Ya se sabe que la novela policiaca se basa en la trama y propone una especie de rompecabezas que a mí por lo general no me interesa nada, mientras que en la llamada novela negra lo importante no es el misterio detectivesco, sino el retrato social. No es de extrañar que la narrativa moderna esté tan impregnada de los recursos del thriller, porque permite describir y criticar las zonas en sombra de nuestro mundo. Tengo la sensación de que la novela negra es como la picaresca del siglo XXI. Sobre todo en aquellas obras que se permiten el uso del humor más corrosivo.

Y, en efecto, hay un refrescante sentido del humor, como se advierte ya desde el mismo título, en Naturaleza casi muerta, de Carme Riera, autora, entre otras obras, de En el último azul, aquella hermosa y conmovedora historia sobre los judíos mallorquines que ganó el Premio Nacional de Literatura. Carme, que en la vida real da clases en la Autónoma de Barcelona, ha imaginado una serie de crímenes que suceden en esa universidad, lo que le permite hacer un tronchante y agudo retrato del mundo académico. Y, así, nos enteramos, por ejemplo, de que la decana Dolors Adrover no sólo soliloquia a menudo con su marido fallecido, sino que, además, en las ocasiones solemnes lo hace en latín, porque el esposo, antiguo profesor suyo, se le declaró en esa lengua “a principios de los ochenta, en las postrimerías de su carrera universitaria y de su próstata” (como era mucho mayor que ella, la dejó viuda pronto). O de que el catedrático Bellpuig “era una de esas personas fuerte con los débiles y débil con los fuertes”. Pero por las páginas de este libro no sólo desfilan los profesores: también aparecen, por ejemplo, atinados retratos de los policías autonómicos o de los estudiantes. Con ligereza y admirable maestría, Carme Riera va atrapando personajes memorables como quien atrapa escarabajos para clavarlos con alfileres dentro de una caja. Todo fluye, todo funciona en esta pequeña, elegante, sabia novela, que termina ofreciendo una estupenda colección de bichos.

También hay mucho humor, quizá en ocasiones algo más feroz, en Betibú, la última novela de la argentina Claudia Piñeiro, que ya ha frecuentado el género negro en obras anteriores, como Las viudas de los jueves o Tuya. Como Riera, Piñeiro muestra una extraordinaria maestría narrativa, esa sedosa capacidad para pasar del punto de vista de un personaje al de otro, llevando siempre atrapado al lector de la nariz sin que se resienta de la deriva. Y luego está la formidable habilidad de Claudia para retratar las desigualdades sociales. De hecho, el primer capítulo de este libro, que narra una sencilla escena matutina en la entrada de una urbanización de lujo (cómo se agolpan ante el control de seguridad los empleados del servicio, cómo una asistenta es rechazada) es un texto magistral que radiografía espeluznantemente el abuso de poder, la injusticia social, la aceptada humillación de los humildes. Es tan bueno el arranque de Betibú, en fin, tan deslumbrante, que, al leerlo, te asaltan las dudas de que la novela consiga mantener ese nivel y no se hunda. Y, ¿saben qué? Pues que Claudia Piñeiro logra mantener la pluma, la gracia, la profundidad disfrazada de nadería, la atención del lector hasta el final. Tanto veneno bajo tanta tersura. Toda una proeza. Un placer poder leer a estas sutiles e inteligentes damas negras.

Naturaleza casi muerta. Carme Riera. Alfaguara. Madrid, 2012. 250 páginas, 18,50 euros (electrónico: 9,99). Betibú. Claudia Piñeiro. Alfaguara. Madrid, 2012. 354 páginas, 18,50 euros.

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