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Aquel titiritero a la vera de Lorca

Documentos inéditos y una exposición ‘rescatan’ la figura de Hermenegildo Lanz Fue, junto a Falla y el poeta asesinado, coautor de 'El Retablo de maese Pedro’

Elsa Fernández-Santos
Hermenegildo Lanz (en el centro) rodeado de su familia y con la marioneta Totolín.
Hermenegildo Lanz (en el centro) rodeado de su familia y con la marioneta Totolín.

Es curioso el destino de ese fervoroso triángulo artístico que formaron, en la Granada de principios del siglo XX, Manuel de Falla, Federico García Lorca y Hermenegildo Lanz. Los tres hombres unieron su imaginación para que la tradición del teatro de marionetas diera el salto definitivo a lo culto y moderno. Y en ellos convergen de manera atroz las tres formas con las que los vencedores de la Guerra Civil liquidaron a los vencidos: el exilio (Falla), la muerte (Lorca) y el silencio (Lanz). “Y así, con ese silencio impuesto desde el interior, murió su obra, a fuerza de no citarle nunca nadie volvió a recordarle”, afirma el especialista Juan Mata sobre este polifacético hombre que ideó las escenografías y figurines del histórico El retablo de maese Pedro y cuya memoria fue “ignorada, ninguneada o, directamente, pisoteada”, afirma su nieto, Enrique Lanz San Román.

La labor de rescate de sus archivos (custodiados durante años por su hijo, Enrique Lanz Durán) no solo está ayudando a matizar, o directamente reescribir su historia, sino que está desempolvando nuevos datos sobre la colaboración Falla-Lanz-Lorca. Ahora, en una exposición en el Parque de las Ciencias de Granada dedicada a la prestigiosa compañía de títeres Etcétera, heredera directa del legado de Lanz, se expone el contenido, inédito hasta hoy, de un sobre que estaba a su vez escondido en un viejo libro. Allí se han encontrado una serie de dibujos y manuscritos que podrían arrojar luz sobre la obra de teatro que Lorca y Falla anunciaron para sus títeres de Cachiporra, Cuento de brujas. “Un niño con cara de terror aparece en una tranquila habitación dormitorio…”, se lee en el manuscrito de Lanz mientras sus bocetos y dibujos reproducen murciélagos, gatos, duendes, lechuzas… “Mi abuelo escondía en los libros muchas cosas. Era muy meticuloso”, explica su nieto. En el viejo papel se describe el decorado y la escena: “(El sueño de un niño) (Aguafuerte) Escena Primera. Interior antiguo, siglo XVII. Chimeneas a la derecha del espectador, un poco al fondo, bancos, mesa, escaños, cornucopias, y todo lo que caracteriza una casa de viejos hidalgos temerosos del Poder Oculta”.

En agosto de 1923 Lorca le había escrito a un amigo: “Preparamos Falla y yo la segunda representación de los títeres de Cachiporra, en la que representaremos un cuento de brujas, con música infernal de Falla y además colaborarán Ernesto Halffter y Adolfito Salazar”. El poeta no cita a Hermenegildo Lanz. Unos años después, Lorca escribe a Falla: “Lo de los Autos Sacramentales ha sido un éxito en toda España y un éxito de nuestro amigo Lanz, que día tras día y modestamente consigue ganar nuestra admiración”.

El retablo de maese Pedro suele atribuirse a Falla y Lorca, incluso alguna vez se habló de la colaboración de Picasso. Con el paso del tiempo la autoría de las figuras y decorados parece clara, aunque el nombre de Lanz es advertido por muy pocos. “Mi abuelo murió en el olvido, mi padre vivió con miedo y yo con rabia contenida. El legado de mi abuelo desapareció por sus enemigos, pero también por sus amigos. A la sombra de Lorca casi no crece nada”.

En los confusos días de verano que mediaron entre el levantamiento militar y el asesinato del poeta, Lanz destruyó la mayoría de los documentos que podían suponer un peligro para él y su familia. Eso incluía las cartas y los libros de Federico. “En realidad, la bestia negra en Granada era Fernando de los Ríos. Todos los que estaban vinculados a él, como Lorca y Lanz, corrían peligro”, recuerda Mata. “Mi padre recuerda a mi abuelo enloquecido, golpeándose contra la pared por haber destruido las cosas de su amigo. Pero los registros fueron permanentes. En 1949, el año en que murió, todavía sufrió uno. Una vez fue un grupo de estudiantes de las Brigadas Negras, ellos se llevaron gran parte de los Autos Sacramentales”.

A diferencia de Falla y Lorca, Lanz no venía de una familia burguesa. Tampoco ejercía de artista. Era “profesor de dibujo para maestros en la escuela Normal”. Fue Falla quien le salvó del fusilamiento gracias a la intervención de José María Pemán. Lo que ni el propio Lanz pudo presagiar es que seguir respirando solo era una salvación relativa. Aunque la suya no iba a ser una de esas tragedias de la Guerra Civil (como la muerte de Lorca) le esperaba el destino de verse enterrado en vida, humillado, despojado de funciones y valores. “Los vencedores se apropiaron de las palabras y manejaron a su antojo la memoria oficial”, dice Mata.

La familia apunta al que fue alcalde de Granada, Antonio Gallego Burín, como el principal instigador de ese silencio que condenó a Lanz. “¿No es extraño, que al día de hoy nadie haya hecho en la Universidad de Granada una tesis sobre Lanz?”, señala Yanisbel Victoria Martínez, miembro de la compañía Etcétera, capitaneada por su nieto. Es él quien recogió el testigo de su abuelo y el que hoy maneja los hilos de su última marioneta, Totolín, un payaso de circo que cuestionaba con melancolía el mundo. “Lanz se transmutó en muñeco, simulación que forma parte de la vieja tradición de usar figuras de excluidos —bufones, locos o payasos— para decir lo que nadie se atreve a decir”.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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