Jürgen Klauke, un esteta existencial
Fue y sigue siendo uno de los personajes más díscolos del arte europeo En los setenta incursionó con imágenes subversivas sobre los roles sexuales Sus obras recientes aluden con cierta frialdad al misterio de la muerte
Utilizó su propio cuerpo para escandalizar, convertido en un mutante sexual, antes de que las reivindicaciones y estudios de género tuvieran ese nombre o que se hablara de autoficción. Jürgen Klauke (Kidling, Alemania, 1943) ha utilizado principalmente la fotografía para desarrollar una obra en la que el cuerpo —el suyo, el ajeno— es pieza central. Pero también lo son las secuencias y las composiciones de elementos, muchas veces chocantes y misteriosos. Lo que proyecta en ellas es una poderosa fuerza alusiva. La exposición que presenta ahora en la galería Helga de Alvear se titula Schlachtfelder (campos de batalla), igual que la principal de las obras que la conforman. Klauke accede a contestar a Babelia una serie de preguntas enviadas por correo electrónico.
PREGUNTA. ¿Sigue usted creyendo (si es que ha creído alguna vez) en el poder subversivo del arte?
RESPUESTA. Hoy se habla más de la plusvalía (el dinero) del arte y menos del arte y del valor que este tiene en sí. Son el dinero y el mercado los que llevan la voz cantante, y en el mercado cada vez vemos más cosas incontrovertibles o políticamente correctas. La conclusión inevitable es que, lamentablemente, el arte se vuelve cómodo, se adapta a las sociedades conservadoras neoliberales. La subversión ya no hace daño. No creo en demasiadas cosas, y tampoco en la subversión permanente, pero a finales de los sesenta y en los setenta, todavía asediados por tabúes, era importante para mí provocar y forzar una polarización. Pero no la provocación como un fin en sí mismo, sino para crear imágenes que clavasen a fondo su aguijón en la carne de esta sociedad hipócrita y satisfecha consigo misma. Se trata, antes que nada, del poder y la credibilidad de la actividad artística. El arte no se adapta. Es lo opuesto a las instituciones y los sistemas. Estos tienen unos fines específicos y como objetivo un funcionamiento y una comprensión eficientes. En cambio, el arte produce, en el mejor de los casos, irritaciones y crisis de conciencia. El arte se desmarca y da lugar a contradicciones y conflictos. Ahonda y amplifica la percepción del mundo. Así es como adquiere su sentido concluyente ese proyecto “inútil” que es el arte.
P. ¿Cómo podemos “leer” la evolución de su relación con el cuerpo humano dentro de su trabajo artístico?
R. El cuerpo humano está en el centro de mi trabajo, un trabajo que yo he definido más precisamente como “estetización de lo existencial”. En los años setenta en mis obras buscaba, por ejemplo, derogar y ampliar la codificación social del género. El transformer como transmutador. Se desbarata la identidad sexual, que queda intervenida y expandida y es capaz de ir mucho más allá de lo real. Mi cuerpo como superficie de proyección dentro de la imagen (y eso bastante antes del debate sobre el género). De todos modos, las transmutaciones no se limitan a las tipologías sexuales, sino que acto seguido también se deconstruyen otros fenómenos sociales y político-culturales. Mi cuerpo sigue siendo un material de trabajo. y ha estado presente repetidamente en los diversos grandes grupos de obras del último decenio.Yo lo califico de soporte de ideas, es como un amplificador o un agente delegado. Es representar con uno mismo el mundo o el yo en los márgenes interiores y exteriores.
P. Una de las piezas que presenta en Madrid es Schlachtfelder (campos de batalla). ¿Naturaleza muerta? ¿Vanitas? ¿Memento mori?
R. Sí, hay un poco de todo eso. Con este trabajo monumental mi intención ha sido sustraerle a lo terrible algo de su horror sin denunciarlo. Me hago una imagen de la inseguridad y fragilidad de nuestra existencia y de su finitud. No hemos experimentado la muerte, por lo que me muevo en los ámbitos de lo impensable o lo indecible. En las imágenes, lo interior, lo informe, lo amorfo, el residuo carente de función, se entrecruza con sillas vacías colgantes y cortes y fragmentos performativos de mi cuerpo que susurran una ausencia presente o una presencia ausente. Unas imágenes para el territorio ajeno de la muerte y el frío del ser.
P. ¿Trabaja con las secuencias de imágenes como en un relato o como variaciones rítmicas?
R. Ritmo sí. La narración pura prefiero evitarla. Tal vez puedan leerse así algunas secuencias analíticas de los años setenta. La sucesión de imágenes, o algunos espacios visuales como los que hago desde los ochenta, (las variaciones sobre un tema, por ejemplo), contribuyen a reforzar los interrogantes. Elaborando y dilatando visualmente el pensamiento central se consigue que este se condense. En ese sentido hablo de resonancia o de espacios de reflexión. Es un dar vueltas en torno a los vacíos que continuamente afloran; la finalidad es hacer experimentar de modo conceptual y plástico el incumplimiento de las promesas de salvación. La pregunta como signo, y en última instancia como imagen, ha de tener un efecto. No para dar respuestas, sino que la pregunta se convierte en imagen y según sea la intensidad o el efecto que tiene sobre el sistema nervioso central del espectador más se acerca este a la imagen y a sí mismo.
P. ¿La fealdad es para usted una derivación de la belleza?
R. En su estética de lo feo Karl Rosenkranz dice “tolerar la fealdad en la medida en que sirve a la belleza”. Sin belleza no sabríamos lo que es feo, y viceversa. La belleza sola, lo muy hermoso, enseguida aburre, y en el arte de forma muy especial. No hay un arte feo como tal, solo arte malo y bueno. Cuando miro mi trabajo no veo nada feo, tan solo interrogaciones muy diversas para aproximarse algo más a la realidad, y eso de por sí no tiene que ver con la belleza y se puede polarizar.
P. El humor y la ironía son elementos fundamentales, aunque sutiles, de su obra. ¿Los emplea contra la solemnidad?
R. El tono fundamental, el murmullo de fondo, el sonido de todo mi trabajo es el examen de las carencias de nuestra existencia, los conflictos irresolubles con nosotros mismos y el “hermoso fracaso” que conllevan. Ese retorno de lo mismo en condiciones siempre distintas me lleva a querer cerciorarme del mundo y de mi persona en un reflejo poético y en imágenes siempre diferentes. El mundo como representación. Imágenes de lo invisible. Pero también es siempre una ruptura conceptual y visual con las representaciones mentales y de imagen recibidas. Esta mirada en ocasiones melancólica lleva el añadido del humor y la ironía como una especie de aromatizante.
P. Tras la importancia que el cuerpo ha tenido en su trabajo, los objetos están adquiriendo un papel destacado en él. ¿Por qué?
R. No se hallan en el centro, pero sí que están ahí. Nos pertenecen, como nosotros a ellos. Son objetos cotidianos como mesas, sillas, cubos, enchufes, etcétera, a los que casi siempre despojo de su finalidad de uso, de su código. Como material dentro de la imagen se transmutan en otra cosa. En la imagen el objeto transmite unas informaciones distintas de las que tiene asignadas. Dentro del espacio limpio de la imagen la mirada queda libre ante la existencia objetual o humana. Algunas veces las cosas siguen siendo lo que son, pero en general plantean otras preguntas y apuntan más allá de ellas mismas.
P. El ciclo de Ästhetische Paranoia (Paranoia estética) recuerda el “método crítico-paranoico” de Dalí. ¿No padecemos en realidad de Esquizofrenia Estética? ¿Qué puede decirnos de las ideas que hay detrás de Ästhetische Paranoia?
R. En el núcleo de este gran bloque de obra destacan dos aspectos centrales: el ser humano solo en el espacio y las estructuras y sistemas tecnológicos que nos dominan. El título se inspira en la creciente estetización del mundo en que vivimos, a la cual yo contrapongo mi “estetización de lo existencial”. No es coincidente con las imágenes, sugerencias y promesas que pueblan nuestra cotidianidad. En mis imágenes la función aparente, el orden aparente, la abundancia y el vacío, la disolución y el caos contribuyen algo al colapso estético-tecnocrático o permiten intuir algo de la colisión entre el individuo y el sistema. En medio, a solas en el espacio, está el ser humano, en un estado de suspensión erótica o enredado en sistemas de estímulo-reacción o atareado en procesos imaginarios de búsqueda. Con mis imágenes espero contribuir, de manera entre lúdica y anárquica, a una percepción mayor de nuestra existencia paranoica. “Nada es como parece, y cuando parece algo no hay nada”.
Jürgen Klauke. Schlachtfelder. Galería Helga de Alvear. Doctor Fourquet, 12. Madrid. Hasta el 30 de junio. www.juergenklauke.de
Babelia
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