Vocación de triunfo
Adame dibujó una preciosa tanda de muletazos henchidos de sabor
Debe ser la vocación, sin duda, lo que sostiene el ánimo de estos toreros que se juegan literalmente su futuro en tardes como la de ayer y ante toros insufribles como los del Conde de la Maza. Debe ser la fe en sí mismos, la necesidad imperiosa del triunfo, la carta a doble o nada ante el espejo de sus propias vidas. Si no es así, no es posible entender la disposición, el espíritu indomable y el esfuerzo que derrochan para sacar agua de ese pozo sin fondo que es la ausencia de bravura y de raza. No debe ser nada fácil jugarse los muslos a sabiendas de la dificultad que entraña un triunfo que se presume difícil y lejano.
Pero así son estos toreros. Por eso, aunque no se vislumbre ese éxito de clamor que todos desean, son capaces de trasladar la emoción del valor a los tendidos y ganarse el respeto y el honor que merecen quienes de verdad ponen la vida sobre el tapete para ganar la gloria.
DE LA MAZA / BOLÍVAR, CORTÉS, ADAME
Toros del Conde de la Maza, bien presentados, muy mansos, blandos, descastados y sin clase.
Luis Bolívar: pinchazo y estocada (silencio); estocada (ovación).
Salvador Cortés: media baja y tendida (ovación); pinchazo (silencio).
Joselito Adame: estocada que asoma (ovación); estocada (oreja).
Plaza de la Maestranza. 16 de abril. Quinto festejo de abono. Media entrada.
Ahí está el caso de Luis Bolívar, a quien su primero, un toro negado para la embestida, le puso los astifinos pitones en su mismo cuello al segundo muletazo por bajo. Y ni se inmutó el torero. Y ante el cuarto, otro manso complicado, que acudía al cite con dificultad extrema, lo exprimió a base de un toreo acelerado y poco asentado, porque así lo exigían los defectos del toro, pero cuajado de voluntad de ganarle la partida a su oponente. Fue la suya una labor de menos a más, no artística, pero sí emotiva. Obligó al toro a embestir y a la banda a arrancarse con un pasodoble, y se ganó el favor del público. Casi nada… Su gran mérito es que estuvo muy por encima de su complicado oponente. Y llegada la hora de matar se encunó con toda la fe de la que le era posible y dejó una magnífica estocada, -quizá un pelín caída- que corroboró su plena vocación de triunfo.
Caso similar es el de Joselito Adame, un mexicano que ayer se presentaba en la Maestranza. Para que el cuerpo le fuera entrando en caja le tocó, en primer lugar, uno de los toros más mansos que uno imaginarse pueda. Huyó despavorido de capotes y caballos y llegó a la muleta agotado de tanta cobardía. Aun así, Adame se plantó, lo enganchó con la mano derecha y dibujó una preciosa tanda de muletazos henchidos de sabor. Ahí acabó todo porque el animal se despanzurró en la arena. Mató mal porque el estoque asomó por los costillares y, a pesar de ello, salió a saludar. Y eso no está bien, ni en México ni aquí. Aprovechó, después, la muy escasa nobleza del sexto con un elegante quite por lopecinas, unos estatuarios solemnes, una tanda de naturales hondos y unos derechazos de buen trazo. La oreja resultó excesiva, pero no la disposición para el triunfo.
Y Salvador Cortés quedó inédito. Vocación le sobra, al igual que alivio y toscas maneras. Dio muchos pases, pero faltó mando, temple, colocación y buen gusto. Su lote tampoco valía nada, pero esa fue la impresión que quedó en la plaza.
Babelia
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