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El documental toma distancia

Varios certámenes ponen su foco en el género más allá del reportaje televisivo y de la pirotecnia de Michael Moore

Elsa Fernández-Santos
Un fotograma de 'O amor natural' (Brasil, 1996).
Un fotograma de 'O amor natural' (Brasil, 1996).

Más allá de las apabullantes peroratas de Michael Moore o del mero reportaje televisivo, el cine documental —ese que las salas de cine españolas han condenado a exhibirse en ninguna parte— busca tan paciente como incansable su sitio. De la sed por sus historias han nacido a lo largo de estos años fieles seguidores capaces de convertir la escasez en virtud y la afición en militancia. Minorías obstinadas en dar a conocer filmografías cuya singularidad es inversamente proporcional a su difusión.

Es el caso del Festival Punto de Vista de Pamplona, que el pasado mes de febrero dedicó un seminario a dos documentalistas, el malayo Amir Muhammad y el francés Sylvain George —cuyas películas ahora también pueden verse en La Casa Encendida de Madrid—, o del recién nacido 3XDOC, que durante este mes de marzo convoca en la Filmoteca de Madrid la obra de la cineasta peruana afincada en holanda Heddy Honigmann y de la española Mercedes Álvarez.

Organizado por la asociación de cine documental DOCMA, 3XDOC está impulsado por Andrea Guzman. Antigua estudiante de la escuela de cine de San Antonio de los Baños de Cuba e hija de otro grande del género, el chileno afincado en París Patricio Guzman, la directora ha enfocado su vocación hacia una parcela complicada: la exhibición. “En un principio mi ilusión era montar una sala que solo pusiera películas documentales, esa idea evolucionó y nos convertimos en una asociación de amantes del documental que, a falta de una sala, hemos ido programando películas, organizando seminarios o simplemente conectándonos unos con otros para buscar nuevas vías de exhibición”.

Guzman apuesta por un cine documental de autor, “de calidad y asequible”. “A mi me interesa también el documental más experimental pero no creo que sea bueno para crear público. Es mejor entrar por películas más clásicas”. Cita a Wiseman, a Béla Tarr, a Ignacio Agüero, a Victor Kossakowsky, a Jean-Gabriel Périot o a su propio padre (cuyo último filme, Nostalgia de la luz, tampoco se ha estrenado en una sala española) como cineastas a los que le gustaría poder invitar algún día a un encuentro cuya continuidad se suma al desconcierto de estos tiempos: “Quizá esta es nuestra primera y última vez, pero buscaré financiación privada, aunque no tengo experiencia es la hora de empezar”.

Y pese a las dudas económicas, la certeza de haber acertado con una primera retrospectiva dedicada a una cineasta cuyos padres judíos llegaron a Perú huyendo del nazismo, que estudió cine en Roma, que encontró en la veracidad del documental la respuesta a las estrecheces de la ficción y que ha trotado por medio mundo aprendiendo a sobrevivir. “Saber idiomas no ayuda a ser feliz, a ser feliz ayuda ser humilde, no querer cambiar a la gente, saber tener distancia”. En su cine, Honigmann parte de la anécdota para trascenderla. De los trabajadores de Lima que abocados al sumidero de la crisis económica convirtieron en los 90 sus coches en los eventuales taxis de Metal y melancolía a los poemas eróticos de Carlos Drummond de Andrade recitados por ese impactante casting de jubilados brasileños que evocan su sexualidad en O amor natural. Desde su cabal mirada, Honigmann muerde hueso. “Cuanto más pequeño sea tu terreno de acción más profundidad alcanzarás”, sentencia la directora de Los olvidados, ese mosaico de la sociedad limeña a través de su subsuelo.

Una mujer capaz de entrar hasta el fondo en la vida de sus personajes sin caer por ello en la pornografía. El secreto está en lograr ese difícil equilibrio entre el pudor y la intimidad. Mantener distancia sin renunciar por ello a la empatía y el amor por los personajes. La documentalista lo explica con una emoción difícil de trasladar, recuerda una secuencia de La chasse au lion à l’arc (1965), del cineasta y etnólogo Jean Rouch, que según ella ejemplifica esa distancia perfecta que busca todo buen documental y que ella ilustra con una anécdota mucho más personal: “cuando di a luz a mi hijo, justo después de acercar por primera vez al bebé a mi pecho para darle de comer, le puse en la cunita y la moví hasta la ventana de la habitación. En aquel instante, en aquella cunita, bajo la ventana del hospital, empecé a aprender a despedirme de él. Algo muy difícil que debería ser una lección de vida y también una lección de cine”.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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