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Paul Weller: “A los jóvenes de ahora les falta paciencia”

Treinta años después de disolver The Jam, el mod por excelencia publica 'Sonik kicks' Es su undécimo disco en solitario y el más experimental de su carrera

El músico Paul Weller
El músico Paul WellerÁLVARO GARCÍA

“Cuanto más tiempo continúa un grupo, más difícil resulta dejarlo”, decía el comunicado de disolución de The Jam en octubre de 1982. Fue un final sorprendente. Era el grupo comercialmente más viable del momento. Habían debutado en 1977, con la primera oleada punk, y su sexto disco, The gift, editado meses antes, había entrado directamente en el número uno, con lo que encadenaban ocho singles y cuatro álbumes en el top ten en tres años.

Fue una decisión de Paul Weller, líder del trío. Solo tenía 24 años. Se molestó tan poco en disimularlo que el texto llegó escrito a mano. “Fue difícil , disgusté a mucha gente: mi padre, mis compañeros… pero hagas lo que hagas siempre le sentará mal a alguien. No es tan diferente a romper con tu pareja. Puedes aguantar, aunque no funcione, o dejarlo e intentar comenzar de nuevo para ser feliz. La alternativa es vivir una mentira”, recuerda Weller, que ahora tiene 53, en un hotel de Madrid adonde ha llegado para promocionar su nuevo álbum, Sonik Kicks, a la venta el 27 de marzo. Un disco en el que se adentra en terrenos nuevos. Ha descubierto, sorpresa, el krautrock, el rock progresivo aleman. Algo que, reconoce, ignoró en su momento.

“Estuve en The Jam 10 años, desde los 14. Pasaron cinco hasta el primer contrato. Ese grupo se llevó mi adolescencia. Era el momento de ir a otro sitio”, explica. No lo menciona, pero también disgustó a Polygram, su compañía. En 1983, tras The Jam, formó el dúo The Style Council de sonido negro y letras socialistas.

Él, a quién la crítica acusaba de ser un mod nostálgico, el más reaccionario de los punks tomó decisiones artísticas cada vez más arriesgadas. En 1989 grabaron Modernism: a new decade. Un disco influido por el sonido del momento, el house. Entonces fue cuando Polygram se vengó: se negó a publicarlo y le despidió. “Me disgustó mucho. Yo les había hecho ganar millones y ellos me echaron”.

Tenía 31 años. Por primera vez desde los 17 estaba sin grupo y sin contrato. “Todo se desintegró. Tuve que volver a empezar, desde abajo. Reconozco que estaba muy subido. Aquello me ayudó a bajar a la tierra. A ser más humilde”. Su éxito inicial había sido tan fulgurante, que todo lo que no fuera un número uno se consideraba un fracaso. Hasta 1995, con su tercer álbum en solitario no recuperó ese trono.

El disco se llamaba Stanley Road, el nombre de su calle en su ciudad natal, la provinciana Woking. Aquella en la que su padre descubrió que Paul tenía más talento para la guitarra que para los estudios y decidió que les iba a sacar de pobres. Se cuenta que, cuando el crío tenía 14 años, el señor Weller tuvo que elegir entre pagar la reparación del amplificador del niño o la cuenta del teléfono. “Y nos cortaron la línea, sí”, interrumpe Weller. “Qué tío, ¿eh? Era un buen hombre, un muy buen hombre. Ni él, ni mi mamá tenían estudios. Él trabajaba en la construcción, ella limpiaba casas. No había dinero para mandarme a la universidad. La música fue su forma de sacarme de aquello, de librarme de una vida de trabajos de mierda”. Su padre fue su manager durante 30 años, su brazo armado hasta que el alzheimer se lo impidió. Falleció en 2009 de una neumonía. Y uno juraría que al duro Weller, impecable en su traje gris de sastre, con el peinado mod plagado de canas y la cara surcada de arrugas, se le humedece ligeramente la mirada. “Me enseñó la ética del trabajo. Soy de la vieja escuela, de los que creen que todo se consigue a base de esfuerzo”.

Pero esa falta de educación académica causó de su desencuentro con la industria y la crítica de su país. Muchos consideraban una ofensa el éxito comercial de ese arrogante paleto. Él exageraba su actitud de antiestrella para molestar a quienes consideraba unos esnobs estirados. La paz oficial no llegó hasta 2006. La industria británica le concedió un premio Brit especial “por su inconmensurable aportación a la música” y él aceptó ir a recogerlo en persona.

Hoy es el Modfather, un tesoro nacional. En enero fue padre de gemelos, John Paul y Bowie, con su actual pareja, una antigua corista a la que saca 27 años: “Bowie nos envió un ramo de flores. Fue muy amable. El nombre lo eligió mi mujer. Es una gran fan. Pero también porque en gaélico significa rubio”.

Los recién llegados hacen el cuarto y quinto de la saga Weller. Los dos primeros, ya han superado la veintena, y el mayor, Natt, se plantea seguir los pasos de su padre. “Los jóvenes de ahora quieren todo y lo quieren ya. Son maravillosos pero les falta paciencia. No me imagino a mi hijo en una furgoneta tocando de pub en pub”, dice ante una taza de café. Weller asegura que hace año y medio que no prueba el alcohol. Y sus borracheras son míticas. (“La primera vez que le vi en la televisión no imaginé que un día tendría que echarle de mi jardín borracho a las cuatro de la mañana”, dijo una vez su gran amigo Noel Gallagher). “Nunca me he drogado y ya he bebido bastante en mi vida. Las resacas cada vez eran más duras, ahora me siento mucho mejor. Más despierto. Y eso es necesario cuando tienes dos bebés en casa. Te lo aseguro”.

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